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La política y los marcos del tiempo y el espacio

el espacio y la pinturaRafa Rodríguez

a)    Introducción

Vamos a partir de un esquema rudimentario y simplificado identificando tres estructuras relevantes (desde nuestro contexto): la económico – privada; la institucional – pública y la de cada una de las personas individuales. Cada estructura se inserta en un espacio y un tiempo social dominante que a su vez contiene múltiples espacios y tiempos, que se interconectan y se jerarquizan (por lo que entran en conflicto).

El tiempo y el espacio son producidos socialmente mediante la construcción de materialidad pero también mediante la construcción de discursos alternativos (que compiten por ser hegemónicos en el imaginario colectivo). Son como atmósferas: nos envuelven y nos determinan pero apenas sentimos su existencia. Los discursos tienen una naturaleza política porque su objetivo es ofrecer una ordenación racional de su organización espacial y de sus ritmos, aceleraciones, interrupciones y sincronizaciones temporales (Ranciere) tanto en cada una de las estructuras como en el modo en que se articulan entre ellas, al hacerlas converger para darles una interpretación matriz y generar una significación social.

 

b)    La matriz en la época de globalización: el fin de la historia

En la época de la globalización, marcada por el impulso de la demanda mediante el endeudamiento masivo, el capitalismo consiguió la hegemonía discursiva, a través de la ideología neoliberal, articulándolos bajo una idea matriz amasada por el postmodernismo: que los cambios eran cosa del pasado porque habíamos entrado en una época post-histórica (Fukuyama) caracterizada por la estabilidad, el crecimiento, la convergencia, el desarrollo tecnológico y el fin de los estados socialistas dictatoriales, alumbrados por el sueño de las utopías del siglo XIX, todo ello en un nuevo orden basado en el unilateralismo de EE.UU. (Kristol y Kagan).

El capitalismo había dejado de tener oposición política (ni siquiera implícita) ya que en la izquierda se había consolidado la socialdemocracia de la tercera vía (social-liberalismo), que abandonó cualquier horizonte de cambio y redujo su identidad política a cuestiones culturales (post-materialistas según Inglehart); libertades civiles y a matices en la distribución del gasto público. Solo los conflictos geo-culturales-religiosos (Huntington), que proporcionaban un enemigo local, y el horizonte de la crisis del cambio climático, sistemáticamente negado por los neoconservadores, introducían elementos de conflictos en el nuevo orden. La oposición al sistema había sido arrinconada en los márgenes y se había refugiado en discursos catastrofistas o en discursos de orientación individualista.

 

c)     La gran crisis: desarticulación de la idea matriz del fin de la historia

La gran crisis de la globalización, entre otros efectos, ha supuesto la desarticulación de la materialidad y del discurso tanto en cada una de las estructuras como en el modo de articulación entre ellas.

En primer lugar, el espacio y el tiempo social en la estructura de las personas individuales, que es determinado básicamente por el trabajo, está sufriendo una transformación sin precedentes, hasta el punto que se ha desorganizado la relación tradicional en el capitalismo entre espacio, tiempo y trabajo. En el plano espacial, a escala macro, las migraciones para buscar trabajo y para trabajar se ha convertido en una variable generalizada y, a escala micro-espacial, el centro de trabajo ha dejado de ser el lugar de concentración de los trabajadores, por la terciarización de los empleos, la externalización de los servicios, la informática y la robotización.

El tiempo de cada persona, a lo largo de la vida, estaba determinado por tres etapas marcadas por la centralizad del trabajo: educación – formación; trabajo efectivo y jubilación. Esta ordenación está siendo volatilizada por las exigencias de formación permanente; retraso en la edad para comenzar a trabajar; retraso en la edad de jubilación; inseguridad sobre las pensiones futuras, etc. A otras escalas, el tiempo anual (tiempo de trabajo y vacaciones regladas y pagas); el tiempo mensual (organizado en torno a la regularidad en el salario mensual) y el tiempo diario, en torno a la jornada regulada de 8 horas, también está siendo destruido por la generalización del trabajo precario, la temporalidad en el empleo, el paro masivo y la aceleración de los cambios tecnológico.

En segundo lugar, en la estructura económica se está produciendo un doble movimiento complementario: el ámbito de la mercantilización se extiende por todos los territorios del planeta, al mismo tiempo que el espacio en el vértice del sistema, donde toma las grandes decisiones el capital financiero, se contrae y se bunqueriza al haberse convertido su funcionamiento en un enigma que solo un puñado de iniciados conoce ya que quiere mantener fuera de ese conocimiento no sólo de la gente sino a los propios economistas y a los estados. Los bancos centrales, los grandes reguladores, han sido capturados por estos nuevos «maestros» que toman decisiones de forma autónoma de los gobiernos en función de una ciencia oculta de la que solo ellos conocen sus «misterios». Marx cuenta en El Capital que hasta bien entrado el siglo XVIII los oficios se conocían con el nombre de «misterios» en cuyos arcanos solo podían penetrar los iniciados y que la gran industria rasgó el velo que ocultaba el proceso de producción social. En cierta medida estamos viviendo una regresión incompatible con la misma idea del mercado.

La reducción del espacio en el vértice (capitalismo financiero) y la ampliación en la base (pseudomercados) provoca la aceleración de cambios vertiginosos en la naturaleza y composición del capital y en los medios de producción en un entorno caracterizado sin embargo por el estancamiento del crecimiento económico.

En tercer lugar, la dinámica en la estructura institucional se caracteriza por la densidad en el espacio interno de los estados (donde se desenvuelve con exclusividad la institucionalidad democrática) causada por el aumento del flujo de información, la emergencia  de espacios virtuales de participación y la aparición de nuevos actores sociales y políticos. Al mismo tiempo se hace visible la impotencia de los estados para hacer efectiva la voluntad ciudadana por la subordinación a la que había sido sometido por parte de los poderes económicos globales durante la hegemonía neoliberal. El concepto de soberanía única construido por el constitucionalismo liberal aunque legitimado posteriormente por su transformación en constitucionalismo democrático se ha convertido en el mayor obstáculo para el cambio en la estructura institucional.

La contradicción entre la colmatación del espacio estatal y la suma de subordinación mas la “camisa de fuerza” de la soberanía nacional, está generando un “tiempo lento” de cambio impulsados desde múltiples polos (diatopía), aunque a veces se producen “acontecimientos” (en el sentido que le daba Bourdieu) que provocan una aceleración, al margen del ritmo que impone los procesos electorales, que provocan “interrupciones” y cambios en la agenda de consecuencias no efímeras (Ranciere), como ocurrió con el 15M.

 

d)    El cambio ha vuelto

La transformación radical del espacio y el tiempo en nuestra vida; la dinámica vertiginosa en el plano económico y la lentitud del cambio político sustantivo, son los vectores de este nuevo escenario de desarticulación entre las tres estructuras básicas, aunque también ofrecen una evidencia: el cambio ha vuelto, y el postmodernismo ha pasado a la historia de las ideas conservadoras, porque el conflicto está presente en todos los ámbitos.

Probablemente no se trata de un cambio con un horizonte disruptivo tal como preveían los grandes relatos de las utopías decimonónicas. Se trata de cambios evolutivos a través del empoderamiento de la democracia que, fusionada con el principio federal, puede desbordar los límites internos y externos del encapsulamiento estatal, en donde está encerrada, para romper la subordinación con respecto a los poderes económicos y ofrecer nuevos cauces de participación, porque institucionalmente ya no existe un soberano único y todopoderoso capaz de refundar la sociedad, la economía y la política en su ámbito, sino múltiples sujetos con capacidades limitadas.

En todo caso, desde la institucionalidad democrática es necesario establecer realidades sociales y discursos emancipadores que conecten el espacio y el tiempo de las personas con el de las estructuras económicas tanto mediante gobiernos de izquierda que sean capaces de impulsar la igualdad y la racionalidad ecológica, como mediante la articulación de instituciones alternativas que fortalezcan los lazos comunitarios frente a la precariedad y a la inseguridad económica.

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