Francisco Garrido.
En “La verdad y las formas jurídicas” Foucault pronosticó que la recuperación, o el desprecio, de la verdad como categoría política central , marcarían los tiempos futuros. Ahora ya sabemos que lo está marcando, estamos en la época de la postverdad, no ha habido recuperación sino desprecio. Esta es la consecuencia inevitable de la incapacidad, y desinterés, del capitalismo de crear una teoría normativa socialmente legitimada de la realidad. Cada ves es mayor la contracción entre la ciencia y la razón y los intereses y dinámicas del capital. Por eso hoy el principal impulsor del relativismo epistemológico son las grandes multinacionales que pagan a los “fabricantes de dudas” en cuestiones tales como el cambio climático o la contaminación. Comenzaron siendo negacionistas de los hechos pero han terminado siendo negacionista de los métodos, he aquí la postverdad.
Un famoso dicho periodístico afirma que la primera victima de la guerra es “la verdad”. Pero ahora la verdad no es un daño colateral sino el objetivo estratégico, es una guerra contra la idea misma de verdad y por tanto contra el acceso a la realidad. No es que la verdad sea la primeara víctima sino que la guerra es contra la verdad. Siempre ha existido el uso político masivo de la mentira o el establecimiento de códigos de representación ilusorios de la realidad. Pero ni en el caso de la mentira , que presupone necesariamente la existencia de la verdad al igual que el delito implica el reconocimiento de la ley, ni en las culturas míticas, teocráticas o idealistas se ha negado la relevancia de la verdad. Estamos en el primer momento de nuestra evolución cultural en que se desprecia abiertamente por parte del poder político real el valor de la verdad. Un teólogo católico no miente cuando dice que “María era madre sin dejar de ser virgen”, ni desprecia a la verdad, tiene una idea de la realidad, empíricamente errónea, ilusoria, sencillamente está equivocado.
El pobre de Paul Feyerabend con su anarquismo epistemológico y el “todo vale” podría ser hoy citado como autor de cabecera de gentes como Trump. Todo ese trabajo de desconexión entre la izquierda y la tradición ilustrada que ha realizado la izquierda postmoderna esta viendo ahora sus efectos perversos. Quisieron demostrar que cualquier criterio de verdad era autoritario, colonial o incluso imperialista. Gustavo Bueno denunció en los años setenta que gran parte de la nueva antropología española confundía colonialismo capitalista con civilización. Lukacs ya había advertido sobre el asalto a la razón de los fascismos ; hoy el asalto es a la verdad. Tanto ayer como hoy el asalto va vinculado con intereses de las clase dominantes, pero ahora gran parte de la izquierda sigue “en Belén con los pastores”.
Por eso lo que circula en la actualidad por las redes, los medios y los discursos políticos no es ni siquiera mentira. La mentira requiere de mucha inteligencia y es un dispositivo cultural y evolutivo muy elaborado como ha demostrado el biólogo evolutivo Robert Trivers. Para mentir hay que tener memoria y capacidad empática, cuestiones éstas que en la cultura del presente indefinido y en la soledad conectada, carecemos. Es equivocado pensar que Trump engaña a una población de ignorantes que si tuvieran información no le seguirían. El arma de Trump no es la mentira sino la postverdad; no es que crean en las patrañas que dice a diario, es que no creen que pueda decir la verdad pues la verdad ni existe ni les interesa. El delirante construye sus discurso contra la verdad, por que no la soporta; eso es lo que le ocurre a los votantes de Trump. Ese odio a la ciencia y a la razón, del que ha participa gran parte de la izquierda posmoderna, es una reacción delirante contra el divorcio entre ciencia e intereses. La potverdad es una especie de deliro normativo que no niega las evidencias sino la posibilidad misma de que haya evidencias. La batalla contra la postverdad no es una batalla por la información o por el conocimiento sino por el sentido, es decir por la reconexión entre verdad y realidad social. Al delirante no se le convence, se le cura.