DURANTE la campaña de las últimas elecciones autonómicas, mi familia y yo compartimos un almuerzo con un político andaluz en Sevilla. Luego dimos un paseo por el barrio de Santa Cruz, la medina judería. Mi hijo jugó con él y se despidieron con un beso en la mejilla. A la vuelta en coche, mi hijo fue nombrando a Rajoy y Zapatero cada vez que los veía en las vallas publicitarias. Tenía 4 años. De repente apareció una cara diferente. Y mi hijo preguntó quién era. Mi mujer y yo nos miramos con las córneas vueltas: el niño no reconoció en un cartel a la persona con la que había compartido aquella tarde.
He vivido cientos de anécdotas similares que constatan la inexistencia de la realidad mientras no sea reconocida virtualmente. Por citar sólo uno, con la plataforma «Andaluces por unas elecciones propias» conseguimos el respaldo de 35.000 ciudadanos y más de 100 Ayuntamientos en el Parlamento. El 4 de diciembre de 2007 recogieron firmas en las ocho capitales de provincia los líderes de los tres partidos de la oposición parlamentaria al PSOE. Sin embargo, aquel movimiento ciudadano no existió para mi vecino porque no lo vio en la televisión. Y lo entiendo. Teníamos la razón ética pero no la estética.
Quienes abominan del comunitarismo y autoproclaman la única existencia del yo aislado en la Humanidad, sin espacios intermedios identitarios, no se dan cuentan que actúan influenciados por unos paradigmas sociales idénticos a los que rechazan. No creen en banderas pero sí en logos de equipos deportivos o formaciones políticas. No creen en determinismos culturales pero desprecian todo aquello que no existe en los canales de información que sintonizan. El dogma de su comunidad cultural. De ahí la extraordinaria rentabilidad en el control de las masas que supone la censura de invisibilidad. Lo que no interesa que sea conocido, antes que ser criticado, mejor que no sea visto ni leído por nadie.
Indudablemente, la red es una brecha en el sistema. Pero en la medida que aceptamos subliminalmente las claves de la razón estética, sólo existirá para cada individuo aquello que su red de información decida que exista entre tanto ruido de fondo. Casi el 70% de los contenidos en la red vienen determinados por los medios-masa. Por la televisión, especialmente. Nunca hemos tenido tantos canales que aporten tan poco. Alimentan la estandarización social, la homogeneidad cultural y la polarización en la política. El 30% restante está atomizado como un disparo con postas. De ahí la dificultad de generar masa crítica desde la red, sin contar con un enemigo común (revoluciones populares norteafricanas) o con el respaldo de los medios de información (campaña de Obama).
Coincido con José Antonio Marina en que «habría que reconocer que nuestra capacidad crítica es mínima, que sólo sentimos un espejismo de libertad intelectual, parecido al espejismo de libertad que tiene un ciervo encerrado en un amplio parque cuyas alambradas no llega a conocer». Pero siempre habrá quienes luchen por romper el cerco. Anónimos, por supuesto, hasta que tu canal de información virtual lo reconozca.
Como siempre Antonio Manuel diciendo verdades como puños, es duro ser consciente de nuestras limitaciones en esta democracias tan poco democráticas.