EditorialP36.18/06/2010.
El gobierno ha realizado esta semana una propuesta de reforma del mercado laboral que los sindicatos ya han contestado, convocando una huelga general para septiembre, y que los empresarios consideran insuficiente. El eufemismo “reforma del mercado laboral” esconde una modificación del marco institucional en que se produce la negociación entre trabajo y capital. El “mercado de trabajo” determina las condiciones institucionales (y por tanto también normativas) en que se puede comprar y vender la “fuerza de trabajo” asalariado. Ese marco había sido hasta ahora el denominado “derecho del trabajo”. Si bien es cierto que desde los años ochenta este marco autónomo ha ido perdiendo peso el golpe que se le acierta en esta reforma es inaudito.
El derecho laboral había supuesto unas condiciones institucionales de limitación de la lógica mercantil en la compra y venta del trabajo. “El mercado laboral” no era un mercado más, ni el objeto de transacción (la “fuerza de trabajo”) podía ser considerada una mercancía cosificada ordinaria.. Figuras jurídicas como el “contrato de trabajo” o los “convenios colectivos” no eran una parte más del derecho mercantil sino que constituían un espacio normativo autónomo (derecho laboral) con una jurisdicción específica (las magistraturas de trabajo). Tal autonomía era una conquista del movimiento obrero que había costado muchos años de lucha y un alto precio en sufrimiento y en vidas humanas. Sin este marco institucional autónomo la mejora de las condiciones de vida de las clase trabajadoras y la mayor participación en le reparto de las plusvalías hubiese ido imposible.
Es por esto que desde la aceleración de la hegemonía de la globalización neoliberal (liderada por Reagan y Tatcher) el deterioro de este “marco institucional autónomo” ha sido uno de los objetivos políticos preferidos por los conservadores, muy bien auxiliados por la socialdemocracia. La degradación progresiva de las condiciones de negociación entre trabajo y capital, a favor de este último, ha llevado a una pérdida paulatina del peso de los salarios en el total de la renta nacional en todos los países occidentales. Para evitar que esta pérdida de rentas del trabajo no deteriorara el imprescindible crecimiento de la demanda y el consumo de masas ,se han ido implementando un conjunto de ficciones económicas (como el “efecto riqueza” que ha producido la burbuja inmobiliaria, o la caída permanente de los tipos de interés) que han coadyuvado de manera decisiva a la crisis metabólica actual.
¿Pero qué sentido tiene hoy la reforma laboral propuesta?. Se trata de una estrategia indirecta de devaluación monetaria, esto al menos es lo que dicen los voceros del gobierno. Ya que es imposible la devaluación directa de la moneda pues estamos insertos en la zona euro; hagámoslo de forma indirecta reduciendo los costes de producción y aumentando la presión fiscal sobre las importaciones. ¿Cómo hacer todo esto de forma inmediata? . Pues reduciendo los salarios (el factor de los costes de producción más fácil de modificar aunque no el más importante) y aumentando el IVA, que pagaran básicamente las importaciones, ya que la producción nacional incorporara el coste del aumento del IVA por la vía de reducir el precio (operación casi imposible para las importaciones). Todas estas medidas deben conducir a un aumento del consumo de productos de fabricación interior y de las exportaciones españolas.
La operación del aumento del IVA es fácil y clara y depende de una de una decisión política fiscal, ¿Pero y los salarios? ¿Cómo se bajan los salarios?. Pues ese es el verdadero objetivo de la reforma del mercado laboral y no el facilitar el empleo. El gobierno puede directamente, por decreto-ley lo ha hecho, bajar los salarios de los funcionarios y empleados públicos, las pensiones y las prestaciones por desempleo. Incluso puede, y seguramente lo hará, reducir el salario mínimo interprofesional. Pero los salarios en el sector privado solo pueden ser bajados mediante una decisión política modificando el marco institucional de la negociación (relación de fuerzas) entre trabajo y capital. Y de esta manera debilitar la posición de los trabajadores para que, unido a la presión del paro, acepten reducciones drásticas en sus ingresos y un reparto menos equitativo, aún, de las rentas.
Por eso muchos analistas, entre ellos los ínclitos promotores del Manifiesto de los Cien, inciden en que mucho más importante que la modificación de las condiciones de contratación y despidos (el abaratamiento de ambas) es la reforma de la “negociación colectiva” . El gobierno se ha hecho eco y en la propuesta presentada esta semana incluye algunos cambios sustanciales de gran calado y que persiguen debilitar la posición de los sindicatos y de los trabajadores y trabajadoras en la negociación y de de esta manera conseguir una reducción de los salarios. Si se analiza el decreto-ley se puede ver que en el artículo 6 del mismo se modifica el aparto 3 del artículo 83 del Estatuto de los Trabajadores en lo tocante a los convenios colectivos. La nueva redacción permite el descuelgue, por acuerdo entre trabajadores y empresa o por laudo, de los convenios colectivos. Esta modificación es un primer golpe mortal al marco mismo de la negociación colectiva.
En un Estado donde más del 35% de los trabajadores cobran salarios que están por debajo de convenio y donde existe un 22% de economía sumergida, esta nueva vuelta de tuerca puede que reduzca los costes de producción, puede que sirva para aplacar momentáneamente la ansiedad de los mercados con respecto a la deuda española pero traerá consecuencias indeseables en un futuro mediato. ¿Por qué? Por qué parte de una interpretación errónea de la naturaleza de la deuda y de la crisis misma. Como hemos dicho el objetivo de la reforma del mercado laboral no es facilitar las condiciones de la creación de empleo sino reducir la deuda. Las condiciones de la contratación y del despido no son las variables fundamentales en la creación de empleo como se ha visto en el periodo expansivo español (1994-20005) donde con este mismo modelo de mercado laboral se han creado millones de puesto de trabajo. O como se ve en el diferencial de tasa de paro entre CCAA aun compartiendo un mismo marco normativo laboral. El objetivo es deteriorar las condiciones de negociación de los trabajadores y trabajadoras para reducir los costes salariales, aumentar las exportaciones. y minimizar la deuda. Pero esta estrategia de devaluación monetaria indirecta pudiera haber tenido cierto éxito en una crisis como la japonesa de los años noventa, que era una crisis local. La crisis española no es una crisis local sino la variante local de la crisis sistémica mundial. El problema de déficit público y privado para nada es un problema exclusivo español. Mirar a estos efectos el informe de marzo del BIS sobre el futuro de la deuda pública mundial. La deuda de Estados Unidos es aun peor que la española. Si lo que se pretende es volver a a la senda del crecimiento tras embridar la deuda, el camino es erróneo. Pero aun suponiendo que la caída del consumo en la UE y la OCDE no sea tan acentuados, como los planes de recorte y ajuste anuncian y la deuda prescribe; la franja de mercado que quede no se conquistará reduciendo los salarios en competencia con las condiciones laborales del tercer mundo.
Estas reformas pues van a deprimir el consumo interno , van a provocar una periodo prolongado deflacionario (esperemos que no sea estaflacionario) y no va a reducir la deuda. Los hipotéticos beneficios exportadores no compensaran la reducción de los ingresos fiscales (por reducción del consumo, de la rentas del trabajo y de los precios) y el aumento de los costes sociales ( desempleo, conflictos ,depresión social, cotes sanitarios) que la bajada salarial provocará. Después de esta reforma del mercado laboral no se reducirá significativamente la deuda pero si tendremos un “desempoderamiento” (por usar una feliz expresión feminista) estructural del trabajo frente al capital .Y mientras as causas reales de la crisis (que son ambientales y metabólicas) seguirán sin haber sido siquiera localizadas. Hay razones para oponerse a esta reforma y las hay más allá de cualquier nostalgia del crecimiento, como hace la izquierda clásica. Para un futuro, tan necesario como incierto, de decrecimiento ecológica, democrática y socialmente programado; el equilibrio y el empoderamiento del trabajo frente al capital es una cuestión tan vital como civilizatoria.
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