Francisco Garrido. Lo que subyace a todos los fenómenos religiosos es la representación, más o menos misteriosa (inconsciente), de las formas de vida social. U.H. von Balthazar decía. “Dios es más íntimo a nosotros mismos que nosotros mismos” y tenía razón. La deidad es aquello que, siendo nuestro origen, aparece ante la consciencia individual como ajeno y exterior a nosotros mismos. ¿Y qué es eso que es nuestro origen, que nos hace ser y a la par se esconde ante la conciencia individual? La sociedad, la naturaleza social de nuestra individualidad. Por eso el rasgo común que define las religiones no son las creencias sobrenaturales sino las prácticas de religación que se expresan en los ritos públicos. Eso es lo que significa liturgia: ritual público.
El hecho de que el núcleo central en las motivaciones de las prácticas religiosas no sean las creencias sobrenaturales sino las creencias sobreindividuales, es lo que provoca que muchas comunidades ideológicas seculares no religiosas, como las políticas o las nacionalistas, se parezcan tanto a las religiosas. El sentimiento de pertenencia a algo que es mayor que la propia individualidad, común a religiones y a patrias, por ejemplo, produce una “seguridad ontológica” y una expectativa de cuidados y de ayuda mutua que religa al individuo con su origen y con su destino a la vez .
La explicación evolutiva de la religión.
La comunidad es siempre verdadera, está ahí, en las ceremonias, en los ritos colectivos, en la ayuda mutua; no necesita de pruebas de verificación, de fe o demostración, como las creencias sobrenaturales. Las religiones tienen, pues, una explicación evolutiva y materialista que podríamos resumir en las siguientes funciones:
- Una estrategia de extrapolación, más allá del ámbito familiar y social, de los lazos de altruismo y cooperación de multinivel. La comunidad religiosa se torna en una comunidad entre hermanos bajo un mismo padre o madre celestial. De esta forma el altruismo genético original se extiende a grandes grupos humanos.
- La formación de un regulador externo, la divinidad, más o menos hipostasiada, que garantiza la coordinación social por encima de la competencia individual y el control de la entropía social. Por ello la relación entre Estado y religión es tan íntima y tan conflictiva pues compiten entre sí por una misma función de coordinación social.
- Generan ilusión social. No hay que olvidar que, aunque los presupuestos de las ilusiones sociales sean ontológicamente falsos o inciertos, las consecuencias prácticas de su aceptación social sí son verdaderas. Lo que determina la eficacia de la ilusión no es tanto la creencia como la aceptación o consenso sobre su utilidad práctica. Las religiones fomentan tres tipo de ilusiones de control:
- De control colectivo de la incertidumbre: asociadas al azar, la contingencia o lo desconocido (catástrofes, enfermedad, muerte). Algo similar a la función que cumple la superstición en el plano individual.
- De continuidad en el tiempo de la comunidad: bajo la forma en algunas religiones, no en todas, de la inmortalidad individual.
- De coordinación invisible, automática e individualizada de la comunidad: lo cual garantiza que al final el resultado será eficiente para la comunidad.
- Todas estas funciones fortalecen algunas virtudes adaptadas y evolutivas como son la coordinación y la cooperación social.
Cultura y religiosidad popular .
Estas tres funciones evolutivas de las religiones se expresan en formas muy diversas y con peso muy dispar dependiendo del contexto evolutivo, demográfico y ambiental en que se insertan; no en todas las religiones ni en todos los momentos se manifiestan igual. Eso que llamamos “religiosidad popular” es un subconjunto de la cultura popular, en cuanto representa una operación similar, en el espacio religioso, al que representa la cultura popular en el canon cultural dominante; un espacio de autonomía de las clases populares a partir de la adaptación formal al canon dominante y del mestizaje entre cánones diversos.
Así pues autonomía, adaptación formal y mestizaje son tres rasgos definitorios de la cultura y de la religiosidad popular. Estas características le permiten subsistir en un entorno de dominio y dependencia. Las clases populares reconstruyen estas funciones del discurso religioso de manera muy anómica y sincrética, concentrada en los rituales externos colectivos de identificación y de fiesta, aquellos que son los únicos espacios de expresión que le permiten las clases dominantes.
Pero los espacios de autonomía que se realizan en la cultura y en la religiosidad popular no son espacios de lucha sino de resistencia pasiva y de supervivencia por medio de la neutralización del conflicto social explícito. En los ritos y las fiestas de la cultura y la religiosidad popular sólo se aspira a que los códigos de las clases dominantes “nos dejen ser”. Para ello se usan dispositivos como la invención de tradiciones o la reinterpretación de ritos y liturgias, que son definidos de forma radicalmente distinta a la definición normativa dominante por medio de cambios formales y de hipérboles de los símbolos dominantes. La apariencia de inocuidad política e ideológica es esencial para que la cultura y la religiosidad popular prospere y se consolide.
La religiosidad popular andaluza.
En el caso andaluz la religiosidad popular ha anidado en un conjunto de rituales públicos que tienen que ver con hermandades, romerías y rituales de transición (bautizos, bodas y funerales) que se expresan en oposición simbiótica con la liturgia católica. Para entender eso, hay que ver como la religión católica ha sido históricamente la forma política y social de domino de las clases dirigentes en España y en la monarquía hispánica. Incluso en su formación más reciente en el siglo XX, es el catolicismo el que configura el discurso fascista de la dictadura o el que todavía le otorga suelo social y coherencia ideológica a la derecha española actual (PP).
En este contexto histórico del nacional catolicismo español, la religiosidad popular andaluza se articula sobre varias notas estratégicas:
- Suspensión selectiva oculta, unos sí y otros no, de los compromisos morales del catolicismo, aprovechando el carácter exterior y heterónomo de la normatividad moral católica El compromiso moral queda reducido a los valores sociales de solidaridad, ayuda mutua, justicia o altruismo.
- Recortes pragmáticos de los compromisos ontológicos católicos (Dios, trinidad, inmortalidad, infierno, cielo), quedando estos reducidos a un teísmo difuso y naturalista, a una maestría moral cristológica y a una suerte de politeísmo mágico o supersticioso de muy baja intensidad.
- La concentración de la acción religiosa en la ritualidad externa, pública y festiva.
- La territorialización de los hechos religiosos sustantivos: los lugares dan nombre a las deidades y marcan la conexión con los ritos de paso como las bodas o los bautizos.
Estas notas nos indican que hay, pues, un divorcio entre compromisos normativos (moral) y ontológicos (creencias sobrenaturales) del catolicismo y los compromisos rituales y litúrgicos en la religiosidad popular andaluza.