El 22 de abril de 2017 será recordado como el día en que Andalucía salió a la calle para proclamar con toda la fuerza de un pasado demasiado lejano, no solo físicamente, sino mental y socialmente, pero con el impulso de un futuro mejor para todas y todos.
Reivindicar la república es hoy un ejercicio de generosidad y de compromiso con ese futuro y, sobre todo, una apuesta democrática, justa y equitativa por un cambio real en nuestras vidas. La república como forma del estado significa un impulso democrático de la vida social y política, es serlo y parecerlo. Una democracia con un Jefe de Estado no elegido por los que, en teoría, representa será legal y constitucional, de momento; pero es una ficción democrática en todos sus términos. Declarar que la soberanía reside en el pueblo y, al mismo tiempo, soportar que alguien que tiene como mérito máximo haber nacido en la familia de un monarca elegido por un dictador sea el máximo representante, es un sarcasmo duro de aceptar.
Pero aún así, la cuestión sucesoria no es lo más grave de la monarquía española. Por encima de ello se encuentra el oscurantismo y la falta de control por las instituciones parlamentarias sobre gastos y usos de los presupuestos asignados. Así mismo, la evidencia de que forman parte de una especie de sociedad secreta que está al margen del bien y del mal, que de alguna manera escapa, incluso, al buen trabajo de la justicia, porque el control ejercido por los gobiernos sobre las acciones fiscales los llevan a ser defendidos por los que deben perseguirlos. Parece como si existiera aún una monárquica patente de corso, mediante la cual, no se pueda pedir responsabilidad a las personas que conforman la familia real.
Cuando atravesamos una de las épocas de mayor ataque a los derechos humanos y sociales, cuando vemos cómo las grandes corporaciones financieras tienen la sartén por el mango y hace y deshacen a su antojo con la aquiescencia de los gobiernos, no hay ninguna autoridad política y estatal con un prestigio democrático y respaldado por la ciudadanía que pueda intervenir de acuerdo, con los propios gobiernos, en defensa de las personas. Es un déficit de nuestro estado y que está directamente relacionado con la forma del mismo. La monarquía se ha convertido en un anacronismo inútil y que no representa de forma efectiva a nadie, porque nadie se ha atrevido a exponerla, de manera específica, al refrendo de la sociedad. Se le concede el privilegio de representar, sin consultar a quienes representa. Todo ello a cambio de un barniz de bonhomía edulcorada propia de tiempos pasados.
La república representa la mejor manera de entender el estado, es la mejor forma de afrontar el futuro, porque las instituciones republicanas pueden dar respuestas de manera efectiva, a las necesidades de las personas. Unas instituciones no democráticas no son garantía de democracia.
Andalucía debe aspirar al desarrollo de una república, que desde la perspectiva federal, considere al Estado español como un estado plurinacional donde la soberanía recaiga de verdad en los pueblos que lo conforman.
Por eso abogamos, conscientes de las dificultades que tenemos, por expandir las ideas republicanas en todos los niveles y en todo momento. Solo con un trabajo serio y comprometido podremos avanzar en que la república se convierta en un deseo compartido y anhelado por la inmensa mayoría que nunca se ha podido expresar de forma directa.
Una república social y cooperativa, que tenga como santo y seña la defensa de los derechos básicos, que tenga al feminismo como base de todas sus acciones, que consigan una financiación acorde a la población y sus necesidades. Una república redistributiva y equitativa, que tenga la libertad y la justicia como lemas constantes y donde la transparencia y la democracia sean ejes de la acción de los gobiernos.
En definitiva una realidad que cada vez se ve más cercana.
¡Viva la República!
José Antonio Jiménez Ramos
Miembro de Andalucía Republicana
Este artículo se publicó originariamente en EldiarioAndalucia.es el día 22 de abril de 2017
LA BANDERA
Desde siempre he mirado con la envidia de la imposición sobrevenida, a aquellos ciudadanos de cualquier país que, en relojes, en fundas de móviles, en camisetas o en gorras, lucían con orgullo la bandera de su país. Yo lo habría tenido fácil, también tengo una bandera y tengo un país, pero…
Cuando en el año 31 se adopta para España la bandera tricolor: rojo de libertad, amarillo de igualdad y morado de fraternidad, se sienta con ella por primera vez a lo largo de nuestra dilatada historia, una forma de gobierno del mayor de los consensos, y amparando a todas las clases como iguales. Por aclamación se constituye la II República.
La verdad es que tras la muerte del golpista, se fundaron por parte de una izquierda a la postre ingenua como cuando tenía veinte años durante la guerra, esperanzas en una transición que nos habría de conducir a la restitución de las libertades, y de aquella República que un golpe brutal arrebató a los ciudadanos.
Hoy en día, los jóvenes que siguieron a aquella izquierda de la transición, incluso los que éramos entonces niños, comprobamos con tristeza como aquello fue un paripé. El paso de los años nos ha venido a demostrar, que la imposición de la misma bandera franquista, acaso con la incorporación del escudo de la casa real, era la enseña clara, la demostración palmaria de que, Franco lo había dejado todo atado y bien atado.
Claro que tengo un país, del que no puedo sentirme en lo político orgullosos, instalado en un bipartidismo borbónico que perpetúa un sistema monocolor en el fondo, y que vive de espaldas al pueblo, y claro que hay una bandera que lo representa y que no siento como mía.
Por supuesto que podría sentirme orgulloso de mi patria, si en ella imperase un sistema de libertades y de justicia, y claro que tengo una bandera que es tricolor y republicana, y que cuando me la pongo sí me hace sentir con orgullo sus colores, pero todavía no es la oficial.
La devaluación de la corona y la corrupción pestilente generada por el bipartidismo, está haciendo que muchas caras se vuelvan hacia el estado republicano, y con él, hacia la bandera tricolor: rojo de libertad, amarillo de igualdad y morado de fraternidad.