Juan José Medina Naranjo
Pocas veces un acto de traición marital, como es el adulterio, se concibe como un hito en el cambio de mentalidad de una sociedad. Grandes escritores del siglo XIX coincidieron y optaron por mujeres adúlteras para que protagonizaran sus obras. Un ruso, Tolstói, lo hizo con Ana Karenina; un francés, Flaubert, con Emma; y un español, Galdós, con Fortunata. Que eligieran como protagonistas a mujeres no fue gratuito, es más, en ninguna de las obras capitales de estos escritores hubieran podido ser protagonistas y adúlteros los hombres, y esto lo aclararé más adelante.
En Ana Karenina, el adulterio y posterior suicidio de esta nos devela la hipocresía tan descarnada de la aristocracia rusa más rancia. En Madame Bovary, Emma muere envenenándose después de su fracaso y desengaño en la búsqueda de ese romanticismo del que tanto bebió en las novelas de la época. Y en Fortunata y Jacinta, Fortunata muere después de traer al mundo al «hijo del pueblo». Estas tres heroínas novelescas fueron grandes revolucionarias, bellas, díscolas y redentoras de un mundo que les quedaba pequeño y estrecho. Ana rompió por amor el sólido tegumento del estamento social al que pertenecía y que la oprimía hasta hacerla lanzarse a las vías del tren. Emma fue la única capaz de entrever la transformación del empalagoso romanticismo al realismo más crudo. Y Fortunata le refrescó a una olvidadiza burguesía que la regeneración de la sociedad nace del pueblo llano.
Y ahora surgirían las preguntas: ¿y por qué una mujer?, ¿y por qué el adulterio? Pues bien, en primer lugar, y desde un punto de vista más superficial, no descubro nada del otro mundo diciendo que la infidelidad de la mujer, hasta hace más bien poco (hablo de Occidente y de manera muy general), era la peor afrenta para el honor de un hombre, para el de sus respectivas familias y para el de la propia amancebada. Y en segundo lugar, la traición que ejecuta la mujer a su marido casi siempre se asienta en un argumento de peso: algún tipo de maltrato, la falta de amor o de afecto, etc. En cambio, el del hombre (no olvidéis que hablo de manera general), y esto todos los sabemos, se produce por una búsqueda de variedad amatoria.
De ahí que este recurso temático fuese tan recurrido para estos escritores, porque gracias a él explicaban las transformaciones que se fraguaban en la sociedad de su tiempo, mostrándonos desde la perspectiva de lo cotidiano, desde el interior de una casa, desde un tálamo deshonrado, la nueva mentalidad que rompía con los estamentos sociales más retrógrados. Y con ello erigían como transgresora de normas y decoros sociales a una inocente mujer que siempre estuvo recluida en el hogar y ajena al mundo que la rodeaba. Nunca pudo haber sido un hombre, pues quedaría totalmente deslegitimado como propulsor de un cambio social por medio de un trivial desliz.
Por suerte, hoy en día, la infidelidad en cierto modo se ha banalizado, perdiendo casi todo el peso moral que poseía de antaño, por lo que el adulterio de la mujer en la novela actual no podría utilizarse para evidenciar un cambio de mentalidad; aunque sí, por supuesto, como denuncia de otros aspectos sociales. Pero lo más importante es darnos cuenta de que Tolstói, Flaubert y Galdós consiguieron demostrar por medio de sus inolvidables protagonistas que también en las mujeres residían los ánimos de progreso y de que su arma era más poderosa e infligía un daño más profundo que el de una revolución o, incluso, que el de una guerra.