Raúl Solís | La imagen del Primero de Mayo es la metáfora de la principal debilidad de la izquierda y la gran fortaleza del bipartidismo: no existe una voluntad real de construir una Syriza española que tenga vocación de ser mayoría electoral para resistir y construir. Tres y cuatro manifestaciones distintas en ciudades de poco más de 400.000 habitantes.
Si los manifestantes hubieran rellenado un test antes de las marchas, éstos hubieran certificado que, indistintamente detrás de la pancarta de la que hayan protestado, están unidos por un 90% de coincidencias políticas sobre cómo salir de la crisis y construir una alternativa en la que las personas sean lo primero. Los considerados “críticos”, anclados en la izquierda del todo o nada, se niegan a asistir a las protestas convocadas por los sindicatos mayoritarios, a los que tachan de “traidores” y connivencia con el sistema que se desmorona. No les falta razón.
CCOO y UGT tienen muchos pecados que purgar, pero los necesitamos. No cabe duda de que necesitamos sindicatos adecuados a la estructura social actual, pero siguen siendo imprescindibles para construir la respuesta a las políticas insensibles de la derecha más radical, que están causando un dolor insoportable para muchas personas a las que ya no les queda ni esperanza.
Detrás del ataque a los sindicatos mayoritarios, está la victoria de las fundaciones de pensamiento neoliberal que comunican Esperanza Aguirre y la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE). Sin sindicatos, el trabajador estará totalmente huérfano a los desmanes de la ideología que considera que las fábricas insalubres y terroristas de Bangladesh son el modelo para crear empleo.
Al anarcocapitalismo le molestan los partidos políticos, los sindicatos, la Sanidad y Educación públicas, los derechos de los trabajadores, la igualdad, la libertad y una sociedad organizada. Por eso esta crisis económica está suponiendo la ruptura del pacto social, con el peligro de que la voladura del pacto social de libres e iguales está siendo aplaudido por una izquierda que se dice crítica y que nada cómodamente en las aguas del caos. A esa izquierda, como a las fundaciones de pensamiento del neoliberalismo, le va mejor cuanto peor le vaya al resto de los mortales.
Para esa izquierda “cítrica”, como la define Francisco Garrido, nada tiene solución y todo es una maldición divina del neoliberalismo. Todos somos neoliberales menos ellos y no hay ninguna alternativa posible. Para los neoliberales, tampoco hay otra alternativa que el dolor social con saña. Sin saberlo, el neoliberalismo y la izquierda del todo o nada reman en la misma dirección: no es posible una alternativa gubernamental a la troika.
Frente a esta falta de alternativas, la socialdemocracia intenta lanzar un discurso de “sí pero no” que en nada ayuda a construir una alternativa. La socialdemocracia no sirve, levantó el Estado del Bienestar que ha ayudado a destruir con obediencia ciega al libre mercado que evita cualquier posibilidad de repartir la riqueza. La igualdad es la universalización de la libertad, no será posible la libertad con una sociedad roída por la injusticia y unas abismales diferencias entre ricos y pobres.
Tenemos en nuestra manos la posibilidad de unirnos para resistir y construir una alternativa con vocación de gobernar. Es la única manera de evitar que el desgarro caiga en las manos del populismo que defiende cambios estéticos para que nada cambie o en la ultraderecha travestida de moderna. También está en nuestras manos evitar que el PSOE convierta a un nuevo candidato en la solución para todos nuestros problemas, para luego volver a pactar con la troika medidas que priorizan el pago de la deuda frente a las necesidades vitales de la sociedad.
Llevamos años teorizando sobre la unidad de la izquierda sin que Izquierda Unida, la fuerza hegemónica de la izquierda, dé el paso de construir un polo mayoritario que evite más imágenes como la del Primero de Mayo: una izquierda desunida frente a una derecha cómoda ante la atomización de la oposición.
Sólo IU tiene la posibilidad de evitar que el desgarro social derive en una victoria de los populismos o en una nueva alternancia del bipartidismo. Por primera vez en la Era democrática, la izquierda no socialdemócrata está en condiciones de aspirar a ganar unas elecciones: con generosidad, inteligencia, apertura, modernidad y alegría, mucha alegría, y sin que nadie tenga que renunciar a ser lo que es. Rescatar a las personas del secuestro de la troika debe ser una misión alegre. Y no tenemos más tiempo, literalmente, el dolor social está tirando por los balcones a las víctimas de la crisis.
Para cambiar esto y, sobre todo, para ofrecer una nueva esperanza hace falta una nueva izquierda alternativa. Una izquierda sin complejos, con voluntad de ser útil, capaz de servir a los intereses de la mayoría, con ambición para construir un programa de cambio que ilusione y sea creíble. Solo desde la ambición de configurar una nueva mayoría reconquistaremos el favor de los sectores populares, de la cultura crítica, del pensamiento libre, de los movimientos sociales.