@RaulSolisEU | Tiene 35 años, tres hijos, uno con una enfermedad importante, y una sentencia de divorcio por violencia de género. Se llama María, vive en un barrio a 20 minutos del centro de Sevilla, limpia oficinas por dos euros la hora: al mes cobra 430 euros. Sale de su casa a las 8 de la mañana cada día y regresa a las 17 horas, algunos a las 19. Vive en una casa que le ha cedido una orden religiosa, las Hermanas de la Cruz, que a su vez le da cada mes un vale de comida para que pueda comprar pescado, frutas y carnes. Cada mes, después de salir de trabajar, allí que va María a hacer la cola en la puerta del convento, rodeada de miles de historias similares. Las historias de los ricos son todas diferentes, pero la de los pobres se parecen todas mucho.
El vale es de 50 euros, se le acaba rápido. Su hijo pequeño, de 8 años, fue expulsado a los 6 años de la sanidad andaluza, porque no cubre la atención a niños con necesidades espaciales a partir de esa edad, y los tratamientos de logopedia que necesita lo paga su madre con el dinero que recibe de la ayuda a la dependencia, 230 euros. En realidad, el niño necesita más terapia, pero no lo puede pagar. Su exmarido, condenado por violencia de género, se saltó hace unos meses el balcón y le pegó una paliza de muerte a María. En presencia de sus tres hijos, todos menores de edad. Arreglar la persiana para que no salte su exmarido cuesta 150 euros, pero no los tiene, no le llega con los 430 euros que gana al mes. El área de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Sevilla dice que no le puede pagar el arreglo de la persiana porque es muy caro, 150 euros en un presupuesto anual de la capital andaluza de más de 800 millones de euros al año.
María fue desahuciada hace unos años de su casa de alquiler por no poderla pagar y ocupó una vivienda propiedad de un banco. Para Albert Rivera, María es una «mafia que pone en peligro la seguridad jurídica de los españoles» y «una ocupa antisistema que va en contra del Estado de Derecho», entre otras muchas lindezas que suelta el líder naranja contra las criaturas que han sido expulsadas a los márgenes de la sociedad en un país en el que tres personas acumulan la misma riqueza que 14 millones de pobres, como María. Los hijos de María forman parte de la lista del 17% de niños y niñas pobres de solemnidad, según la ONG Save the Children: nunca pueden comer pescado, carne o fruta en casa, salvo si hay un vale de comida de alguna organización benéfica que les ayude, no conocen la playa si viven en sitios de interior, no van a las excursiones del colegio y no saben lo que es estrenar ropa y calzado, porque se visten y calzan de lo que heredan.
A María le gustaría hacer huelga el 8 de marzo, pero no puede porque la echarían del trabajo de mierda que tiene, a dos euros la hora por limpiar oficinas, con el que alimenta a duras penas a sus tres hijos. El 50,1% de los hogares españoles sostenidos por una mujer con hijos a cargo están en situación de pobreza, como el hogar sencillo de María; un millón de hogares españoles. Tan pobres son que no tienen ni para sacar la bandera de España o de Cataluña al balcón.
Si este motivo no te parece suficiente para hacer la huelga feminista del 8 de marzo, si no te parece suficiente para salir a la calle a gritar que un país no puede sostenerse sobre la vida de las mujeres empobrecidas, que cuidan y limpian de sol a sol por 430 euros al mes, estás en tu derecho; pero dice poco de tu calidad humana y de lo que entiendes por democracia. Si te gustaría hacerla pero no puedes, porque como a María te podrían echar del trabajo, saca tu mandil al balcón, dile a tus amigas y vecinas que vayan por ti, ponte un pin en la solapa, crea debate en el autobús o en el metro de camino al trabajo, algo, haz algo. Pero no te estés quieta, ni quieto, este país se despeña por el acantilado de la pobreza y la desigualdad y la gran mayoría de criaturas que se caen por este barranco son mujeres.
Si a ti te va muy bien y piensas que no tienes motivos suficientes para manifestarte, hazte mirar tu concepto de empatía porque está fallándote gravemente y tiene solución: date un paseíto por uno de los muchos barrios periféricos españoles en los que abundan historias como las de María. Y si sigues votando a quienes han producido estas bolsas de pobreza o no proponen nada para combatir la desigualdad y empobrecimiento que vaya a la raíz –radical, sí-, estás en tu derecho, pero no llames populista, demagoga y chavista a mujeres como María por pedir que se luche de manera tajante contra la pobreza.
No es chavismo, ni demagogia, ni populismo, ni anticapitalismo, ni feminazismo, ni odio a los hombres, es urgencia social. En España hay un tercio de la población, la gran mayoría mujeres, que han perdido toda esperanza de tener una vida digna. Somos el cuarto país más rico de la Unión Europea y unos de los más ricos del mundo. Somos España, no la República del Congo, el país más pobre del mundo. En nuestro país hay dinero, lo que está es mal repartido, en una pocas manos que siguen acumulando riqueza a costa de destrozar las vidas de mujeres como María, que, con 35 años, su único afán es llegar viva cada tarde-noche a su casa para decirle a sus tres hijos, de la mejor manera que pueda, que no tiene ni un mísero yogur en la nevera para que se lo tomen antes de irse a la cama.