Nale Ontiveros
Debo admitir que me alegra, que Juana, esa pequeña y frágil mujer granadina, haya hecho frente al sistema y no haya entregado a sus hijos a su ex marido. Y me alegra porque, sin quererlo, ha abierto el debate sobre el tema de las violencias machistas, en un país donde, según la última encuesta del CIS de Julio, tan solo preocupan a un 1,4% de la población consultada. Pero, también me alegra porque estoy convencida de que los hombres maltratadores de mujeres, lo son en todos los ámbitos, luego los niños están en peligro en sus manos.
En este debate abierto, los Medios de Comunicación están haciendo su Agosto( nunca mejor dicho), llenando los platós televisivos de falsas tertulias, donde apenas hay confrontación. Desde estos medios se tergiversa y oculta información para crear opinión. Y esa opinión, mediatizada, sigue haciendo juego al sistema patriarcal y machista que, además, es el que legisla y hace cumplir las leyes. Y eso que, solo en el primer trimestre del 2017 se han contabilizado 38018 denuncias por violencias machistas, y el número de mujeres asesinadas por estas violencias se han multiplicado un 47% en la primera mitad de año, frente al 2016.
Y, en ese debate, además, se ha dado la circunstancia de que las Redes Sociales se han copado de mensajes en contra de este sistema, con apoyo sistemático a esta mujer, desobediente con una ley, pero obediente con un mandato superior que quiere proteger a las víctimas de las violencias machistas, los niños y niñas nacidas en ese contexto violento.
He leído infinidad de comentarios, en los que se describe a esos niños como “víctimas inocentes”, olvidando que también las mujeres lo son. Que en las violencias machistas se dan circunstancias emocionales que permiten el maltrato continuado, sin que estas mujeres puedan enfrentarse a sus maltratadores, por culpa del mismo sistema. Obviando que, cuando una mujer decide marcar el 016, ningún bendito milagro aparece en sus vidas, sino que se produce un rosario de interrogatorios y juicios paralelos, hacia su vida y hacia su familia.
Cuando un hombre ejerce malos tratos sobre una mujer, lo hace desde diferentes facetas de su vida en común, afectando todos los ámbitos de su vida. La mujer deja de tener una vida privada, pública, para convertirse en un espectro de la mujer que algún día fue. La manipulación de esos maltratadores comienza anulando su autoestima, su capacidad de pensar por sí misma, su capacidad de valerse por sí mismas. Lo que comienza con una exigencia en demostrar su amor en base a la sumisión, terminará en ser la pauta de conducta. Todo lo que la mujer piensa, lo que le gusta, lo que desea, deja de tener importancia. Esos hombres necesitan brillar, ser imprescindibles, ser los déspotas que controlan y manejan a todos los miembros de su familia. La familia se convierte en su reino particular, donde el hombre pretende ( y consigue) ser el rey. Los hijos y las hijas crecen en un ambiente hotil, de miedo contagioso, de agresividad y violencia.
Ese es el verdadero ambiente en esas familias donde se instala la violencia machista. Los hijos tienen miedo, no duermen, viven en tensión permanente. Escuchan los insultos y las vejaciones continuas de sus padres haca sus madres. Ven y oyen los golpes. Ven y oyen los llantos de sus madres, en el silencio de su habitación. Ven las ojeras, los moratones. Conviven con la tristeza. Viven en alerta permanente cuando se acerca la vuelta del maltratador a casa. Respingan cuando la llave entra en el bombín de la puerta de la entrada en la vivienda. Sudan, mientras observan el rostro del maltratador, que es su padre.
Cuando las mujeres reúnen la fuerza suficiente y denuncian, sus vidas son expuestas ante centenares de ojos hostiles. Policías, abogados, fiscales, magistrados… La suerte del juzgado donde termine tu caso va a determinar el resultado. Esas mujeres, anuladas, tienen que sobreponerse y explicar meticulosamente el cómo, el cuándo y el por qué de su sumisión, que no consentimiento. Tendrán que abrirse en canal, delante de extraños, y frente a sus verdugos, para poder demostrar cosas de las que carecen de pruebas, contando solo con la vehemencia de sus palabras, de la convicción se su relato. Intentarán sobreponerse a la vergüenza y al miedo, intentarán protegerse de la ira de sus ex compañeros, y contarán sus miserias. Eso, las que viven para contarlo…
En el Convenio de Estambul del 2011, Convenio del Consejo de Europa, en su Preámbulo dice: ”Reconociendo que los niños son víctimas de la violencia doméstica, incluso como testigos de violencia dentro de la familia”, y que en su artículo 31, sobre Custodia, derecho de visita y seguridad, dice expresamente: “Las Partes tomarán las medidas legislativas u otras necesarias para que el ejercicio de ningún derecho de visita o custodia ponga en peligro los derechos y la seguridad de la víctima y de los niños”, por lo que las leyes de las custodias a los hijos de maltratadores deberían reflejar este mandato europeo. En el caso de Juana, y de todas las Juanas víctimas de malos tratos, los hijos e hijas vuelven a ser víctimas de unas leyes y de unos magistrados ciegos a la formación de género, imprescindible para determinar que los padres maltratadores, también pueden serlo de sus hijos e hijas.
Termino ya, explicando un caso muy cercano a mí. Alguien a quien quiero profundamente y a quien veo sufrir por estas leyes ciegas a la realidad de las violencias machistas. Después de 25 años soportando los malos tratos, los insultos, los golpes y las palizas, decidió salir huyendo, corriendo. Dejó todo atrás, metiendo sus papeles y alguna ropa de ella y de sus dos hijas en unas miserables bolsas de basura. Se fue a refugiar a casa de su madre, sin saber qué iba a pasar luego.
Para quien no esté familiarizada con estas violencias machistas, creerá que lo que hizo fue fácil. Pero, quien piense así se equivoca, profundamente. Miedo, baja autoestima e incapacidad de pensar por sí misma, ese es el cuadro normal de una mujer que llevaba 25 años sometida a su pareja y padre de sus hijas. Esta situación determinó todos los pasos que dio a continuación, tan torpes, que terminó dándole a él ventaja sobre ella. Su desamor ( nunca te ama quien te pega) y su frialdad le dieron la capacidad de orquestar sus siguientes movimientos.
Primero, lloró, rogó que volviera su lado. Apeló a la familia, para hacerla sentir culpable de romperla. Cuando ella no volvía, cambió de estrategia, intentado re enamorarla. Se convirtió en el hombre que ella creía amar. La manipuló y cameló, haciéndola creer que estaba enfermo y que iba a curarse. Fueron a mediación( incumpliendo la ley la mediadora, puesto que no se puede mediar cuando hay malos tratos de por medio), a la vez que en su entorno le incitábamos a alejarse de él. Conseguimos que fuera a las terapias del IAM, para que pudiera tomar consciencia de lo que había sido su relación, y que se armara de estrategias para combatirla y superarla.
De sus dos hijas, la mayor, que acababa de cumplir los 18 años, también había sido víctima de su violencia. En varias ocasiones había intermediado entre el padre y la madre para que parara los golpes. A la vez que había sido objetivo de la violencia del maltratador, en cuanto osaba enfrentarse a sus decisiones. Y fue ella, su hija, la que se plantó delante de ella para decirle que, si bien ella no era capaz de denunciar a su marido, ella denunciaria a su padre, con el que había cortado toda relación. Tras iniciarse el proceso de divorcio, ambas pusieron las denuncias contra el maltratador. Dos denuncias que, por culpa de un sistema judicial lento y denigrante, siguen sin resolverse, llegando el divorcio antes que los juicios penales.
¿Por qué creen que les cuento el caso de mi Juana particular? Porque, en todo este tiempo, este hombre ha ido captando a su segunda hija, que entonces tenía 12 años, y que ahora tiene 14. La ha convencido de que nunca vio lo que vio, ni oyó lo que oyó en su casa. Le ha ido convenciendo de que su madre y su hermana están locas, mienten y quieren romper la unión entre ambos. Le ha borrado la capacidad de discernir, manipulándola hasta conseguirla de aliada frente al juicio penal pendiente, y ha conseguido una doble victoria sobre su madre. Por un lado, ha conseguido la custodia de esa hija, ya que la niña está convencida de que su madre miente para perjudicar a su padre, y ella es la única que le defiende. Por otro lado, ha roto cualquier relación de esa hija con su madre, con la que no mantiene ningún vínculo, ni régimen de visitas, ni contacto telefónico.
Y yo me pregunto, ¿Cómo es posible que una magistrada haya podido fallar a favor de otorgar la custodia de esta segunda hija, al hombre doblemente denunciado por malos tratos? Pues, porque las leyes son ambíguas, y el desconocimiento de las violencias machistas están a la orden del día, incluso en los juzados de violencias machistas. Y, además, me pregunto cómo va apoder demostrar esta mujer y esta chica las violencias ejercidas por este hombre, sin cámaras de seguridad a las que consultar, sin grabaciones ni fotografías. Sin testimonios ajenos, puesto que estas violencias son ocultas a los demás. ¿Cómo va a poder demostrar, si ni su propia hija pequeña quiere recordar el horror vivido durante años, que este hombre es un peligro para esta segunda hija, como ya lo fue para la primera? Para concluir, ¿Cómo puede esta mujer seguir viviendo sin su hija y sabiéndola en peligro? ¿Qué pasará si, como es previsible, le condenan en los dos juicios penales que tiene abiertos? En definitiva, ¿Es justo partir de la igualdad de derechos de ambos progenitores, cuando uno de ellos ya ha demostrado que es un delincuente? Por fin, gracias a Juana, el debate está servido.