Raúl Solís | La Unión Europea (UE) se exporta al exterior como una entidad supranacional que está “unida en la diversidad”, donde conviven 23 lenguas consideradas oficiales por las instituciones de los Veintisiete Estados que aglutinan a 450 millones de habitantes. La construcción europea debería ser más que la suma de lo oficial, pero no lo es.
En la UE hay más de 40 millones de personas que hablan a diario 60 lenguas minoritarias o regionales. Algunas de estas lenguas gozan de un nulo reconocimiento por los propios Estados-nación que afirman estar “unidos en la diversidad”. En el mejor de los casos, los Estados fomentan el uso y aprendizaje de las lenguas regionales. La UE también dispone de mecanismos para preservar la riqueza lingüística, aunque a la vista de los resultados parece que con poco éxito.
Sólo nueve Estados de la Unión consideran cooficial una o más lenguas distintas a la nacional: Italia, España, Finlandia, Bélgica, Reino Unido, Irlanda, Luxemburgo o Malta. Si bien es cierto que en Bélgica más que cooficialidad lo que hay es una división político-lingüística que puede acabar con la división real de Bélgica en dos países. En el lado contrario, están Francia, Bulgaria, Grecia y Polonia, que no incluyen en sus legislaciones la oficialidad de ningún idioma más que el de su lengua nacional.
La Unesco cifra en 30 las lenguas minoritarias europeas que corren serio peligro de quedar extinguidas en no muchos años. Algunas de ellas ya están en estado vegetativo. Como el romaní, lengua del pueblo gitano que sufre la misma persecución que la etnia gitana. Sólo en Finlandia es oficial el habla del pueblo gitano.
Esta misma situación de agonía vive el yidis: judeoalemán que hablan las comunidades judías de Centroeuropa. El extermino de los nazis contra los judíos acabó también con su lengua. El lombardo, dialecto que se practica en la región italiana de Lombardía, también está amenazado de muerte. El Estado italiano no le otorga ninguna protección.
Chipre, Finlandia, Irlanda, Luxemburgo o Malta son multilingües. Además de sus lenguas nacionales, sus habitantes dominan el chipriota o turco, en Chipre. El inglés es cooficial con el gaélico en Irlanda y con el maltés en Malta. Luxemburgo tiene tres idiomas oficiales: luxemburgués, francés y alemán. En Finlandia son oficiales el finés o finlandés y el sueco.
Lenguas minoritarias no tan minoritarias
Sólo seis lenguas minoritarias superan el millón de hablantes, siendo la más hablada el catalán: más de 7 millones de personas se comunican en catalán en España, Francia o Italia. La UE considera al catalán como “lengua de comunicación” y cualquier ciudadano puede dirigirse y ser respondido en catalán por las instituciones comunitarias. Además, Cataluña es la única región de la UE que cuenta con una Oficina de Información del Parlamento Europeo que difunde contenidos informativos europarlamentarios en catalán.
El gallego es usado por casi 2,5 millones de europeos. El occitano, lengua de los trovadores medievales, lo practican a diario más de dos millones de personas entre España, Italia o Francia.
El gaélico, herramienta de entendimiento de 500.000 europeos es la lengua oficial de Irlanda y Escocia aunque no son lenguas mayoritarias en sus territorios. El sardo, lengua romance autóctona de la región italiana de Cerdeña, lo utilizan más de 1.300.000 de europeos. En Italia también se habla el siciliano, lengua de la isla de Sicilia descendiente del latín vulgar y con influencias del griego, árabe, francés, provenzal, catalán y español. El siciliano no es oficial y su cada vez más reducido uso se concentra en los sicilianos de mayor edad.
Existen lenguas minoritarias con más hablantes que algunas lenguas nacionales y oficiales de la UE. El caso maltés, una de las 23 lenguas oficiales en la UE, es paradigmático: sólo 400.000 personas que viven bajo el paraguas jurídico de la UE hablan maltés.
El euskera, en España; el galés, en Reino Unido; el bretón, franco-provenzal o el corso, en Francia; el frisón, en Países Bajos; el mirandés, en Portugal; o el albanés, armenio, macedonio, tártaro o ruteno, en Rumanía, son también lenguas europeas que perviven en Europa con mayor o menor protección.
España es un Estado ejemplar para los defensores del multilingüismo. Aunque existen lenguas o dialectos en España que no disfrutan de ninguna protección oficial y están en riesgo de desaparición. Como le ocurren al asturiano, aragonés, panocho – hablado en Murcia, sur de Albacete y sur de Alicante- o la fala extremeña, lengua galaico-portuguesa hablada en los pueblos de San Martín de Trevejo, Eljas y Valverde del Fresno, situados en el noroeste de Extremadura.
Minorías rusas en las repúblicas bálticas.
En los países bálticos las lenguas no sirven para entenderse. El miedo al separatismo es la causa que subyace en una inmisericorde política lingüística que ha sido sancionada por el Consejo de Europa por vulnerar los derechos lingüísticos de la minoría rusa.
El 45% del conjunto de los habitantes de Estonia, Lituania y Letonia son rusófonos aunque están obligados a dirigirse a sus instituciones estatales en estonio, lituano o letón, respectivamente. La división lingüística en estos territorios es motivo de enfrentamientos entre los hablantes de uno u otro idioma.
Sólo los municipios con mayoría de rusoparlantes permiten el uso del ruso en las administraciones públicas. La política lingüística restrictiva de Estonia o Letonia llega a tal extremo que para conseguir la ciudadanía es obligatorio, incluso para los nacidos en territorio estonio o letón, dominar las lenguas nacionales. Ser considerado ciudadano significa tener derecho a voto. Por lo que los rusófonos ven mermada su capacidad de incidencia política para cambiar la actual política lingüística.
En el caso inverso, los estonios-parlantes o letones-parlantes no están obligados a saber ruso para ser ciudadanos y tener derecho a votar. Un claro caso de discriminación lingüística que amenaza la pacífica convivencia de estas dos repúblicas bálticas. 275.000 estonios y 525.00 letones que son rusoparlantes, aproximadamente, tienen el estatus jurídico de “no ciudadanos” o de “inmigrantes ilegales”.
En este sentido, Letonia celebró en la pasada primavera un referéndum para preguntar a su población sobre la cooficialidad del ruso. El requisito para salir adelante la propuesta era que el 50% del censo electoral votara a favor del bilingüismo. . Dado que sólo el 33% de los letones son rusófonos, la consulta nació abocada al fracaso para la aspiración de la minoría rusa.
Si Europa quiere aunar al proyecto europeísta a todos los ciudadanos europeos, debe velar porque las lenguas minoritarias ocupen el mismo estatus que las lenguas estatales. La complejidad de la construcción europea ha de ser comunicada en la lengua diaria de los europeos y si estamos “unidos en la diversidad” ha de ser una Unión para la que la diversidad sea una riqueza y no una amenaza para la supervivencia de los Estados-nación. Si la UE es un edificio para enterrar a los Estados-nación no puede esgrimir argumentos políticos de otros tiempos para construir la identidad europea. Ha llegado la hora de entendernos, sin rechazar que el inglés o el francés han de seguir siendo las lenguas vehiculares de la UE.