La premonición es una evidencia negada.
El Estado monopoliza la gestión de la violencia y de la sospecha. El sueño anarquista de una sociedad sin Estado se fundaba en la confianza ciega en el ser humano educado en libertad. Sin violencia ni sospecha, sobra el Estado. Por eso desconfío ciegamente de los poderes públicos que afirman su necesidad recortando en educación y libertades, a la vez que fomentan la sospecha y el miedo. Es verdad que Caín asesinó a su hermano Abel. Pero no todos somos cainitas potenciales. Ni todos seremos nominados al Premio Nobel de la Paz. Quiero decir que la sociedad no puede vivir en permanente estado de sospecha respecto de sí misma. La verdad es justamente la opuesta. Todos confiamos que el tren llegará a su hora. Que de la fuente saldrá agua. Que la luz se encenderá cuando apretemos el pulsador… La sociedad contemporánea se asienta en la confianza en los objetos. Y el poder que la gestiona, en la desconfianza en los sujetos.
Yo sólo creo en los «Estados Antígona», es decir, aquellos que hacen lo que deben hacer asumiendo el riesgo de ser enterrados por sus súbditos. Un Estado es más eficaz mientras más tienda a negarse a sí mismo. La izquierda potencia la intervención del Estado en lo económico y la no intervención en las relaciones sociales. La derecha invierte la ecuación. Y como la presencia del Estado desaparece en las casas, la única forma de justificar su existencia es ocupando las calles. Que son nuestras. De todos. Públicas. Por eso es intolerable la ofensiva de la derecha generando sospecha. Abriendo webs chivatas por todas partes hasta convertir el espacio público en el escenario probable de un crimen permanente. Ya es 1984. Ganó Orwell.
Los recortes en educación y libertades aumentan el producto interior bruto. Y no precisamente en la riqueza interior, sino en el número de intervenciones de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. La futura reforma del Código Penal nos convierte en potenciales sospechosos si convocamos a través de las redes sociales concentraciones en nuestras calles y plazas. Basta con que dos imbéciles rompan un escaparate para que la manifestación se convierta en violenta y los asistentes en organización terrorista. La derecha también quiere castigar la resistencia pasiva como delito ante la pasividad de esta sociedad sin resistencia. Quienes desobedezcamos este nuevo ataque a las libertades, no estaremos libres de pecado. Y mucho menos, libres de sospecha. Pero seremos libres.
–Usted es culpable, porque lo digo yo.
–¿Y quién es usted?
–Yo soy el Estado de Derecho. Pongamos por caso, un juez.
–Pero yo tengo derecho a…
–Por supuesto, claro que sí. Usted tiene derecho a que yo ordene de inmediato que investiguen que mi hipótesis de que es culpable, es cierta. Oiga, inspecto, hágame el favor de hacerme un informe de investigación que quede bonito.
–Hombre, Señoría, es que…
–¡Dígame!
–Que digo yo que el método científico es al contrario. No es deducción, sino inducción.
–A mi no me venga con monsergas. De momento, a la cárcel. No sea que vaya usted a destruir las pruebas que le incriminan, según mi hipótesis.
–¿A la cárcel? ¡Pero si el señor Jaume Matas o el señor Del Nido están con-de-na-dos y en libertad provisional!
–No son los mismos casos. ¿O acaso ellos pertenecen a un partido o un sindicato de izquierdas?
–Pues no…
–¿Lo ve? Venga, al furgón.
Titular al día siguiente de la prensa independiente: «Heroina implacable en la lucha por la corrupción».
¿Qué pasa si un hombre va a la cárcel preventivamente y luego es declarado inocente? Respuesta de un amigo abogado: nada; ya puede darse por satisfecho con no ser condenado. Es lo que hay.
Moralina: ¿Estado de Derech…? ¿Cómo? ¿Qué?
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