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Llamazares antes molaba

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“Ha perdido el oremus” o “se ha vuelto loco” son de las cosas más cariñosas que he escuchado decir últimamente sobre Gaspar Llamazares, el que fuera ocho años coordinador general de Izquierda Unida y que en la actualidad es portavoz de la coalición de izquierdas en el Parlamento asturiano.

Llamazares se ha erigido en el máximo paladín de la pureza de sangre ideológica de Izquierda Unida y defensor a ultranza de lo que él llama “el voto heroico”. Atrincherado en su bastión asturiano, Gaspar se ha embarcado en una cruzada personal contra la confluencia de las izquierdas, siendo especialmente beligerante con Podemos tildándolo de “partido veleta” y acusándolo de querer fagocitar a IU. Casualmente, en estos días está acaparando más portadas y atrayendo a más medios (tan inocentes ellos y tan dispuestos a informar) que en el resto de su vida política.

Tanto dentro como fuera de su partido se le acusa de intentar poner trabas al pacto de izquierdas, e incluso desde algunos sectores de Izquierda Abierta, el partido político integrado en IU del que Llamazares es portavoz, no han faltado voces cuestionando su postura. Desde su federación en Andalucía, por ejemplo, se ha publicado un manifiesto solicitando el apoyo a la confluencia y admitiendo que “se abre un escenario de esperanza” para poder cambiar las políticas austericidas y el recorte de derechos sociales del PP en la última legislatura.

Durante su etapa como coordinador general de IU, Gaspar Llamazares se caracterizó por implementar políticas de corte ecosocialista marcando diferencias con un PCE cada vez más trasnochado abanderado por Francisco Frutos. En las elecciones de 2008 llevó a IU a su peor resultado hasta el momento consiguiendo sólo dos escaños. Tras su dimisión, Gaspar encauzó una corriente de llamazaristas (Izquierda Abierta) y aunque siempre estuvo tentado de abandonar IU, nunca lo hizo. La propia Izquierda Abierta lleva en su ADN y como característica el tender puentes a diferentes sectores y fuerzas políticas dentro y fuera de IU para la creación de un frente amplio de izquierdas. Así lo hizo en 2014 para intentar que todas las fuerzas de izquierdas se presentaran unidas a las elecciones europeas, propuesta que no llegó a cuajar por la negativa entonces del PCE, la pata fundamental de la coalición de izquierdas.

Por eso no se entiende el empecinamiento enfermizo y contradictorio del que viene haciendo gala el señor Llamazares últimamente. A esta contradicción debemos sumarle la de haber apoyado la tesis de una abstención de la izquierda en la reciente ronda de pactos postelectorales con el fin de dejar gobernar al PSOE en solitario, como bien ha manifestado.

Llamazares ha sido siempre un líder muy valorado por su sentido común. Hasta ahora. No se entiende que se haya visto poseído de repente por el espíritu de un Savonarola furibundo e incendiario que lanza soflamas contra la unión de la izquierda (quizá la última oportunidad que nos quede) desde su púlpito de Asturias; una huida esquizofrénica hacia el abismo que le hace flaco favor a la gran mayoría de personas que sufren en sus carnes la dureza de la gestión bipartidista de la crisis que tiene en la emergencia social a un tercio de la población española.

La actitud de Gaspar Llamazares tiene más de Quijote desnortado que de Don Pelayo o adalid de la razón. Sólo nos queda recordar aquellos tiempos en los que el que fuera renovador y defensor a ultranza de las confluencias de las izquierdas afirmaba que “los partidos no son un fin en sí mismos, sino instrumentos para transformar la sociedad”.

Javier S. Cavero 

Un comentario

  1. Llamazares mantiene una guerra fratricida en Asturies con Podemos ya que estos últimos no están por la labor de regalar sus votos al PSOE de Javier Fernández como sí ha hecho IU, dejándose una vez más, ver el culo de nuevo.

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