Nada tiene solución si no se soluciona la desigualdad y la pobreza extrema. La primavera árabe fue un grito democrático por las libertades pero también contra la desigualdad y la pobreza; contra la exclusión de la mitad de la población (las mujeres) de la vida civil y política; contra el despotismo de las dictaduras occidentales pero también contra el islamismo. Los Hermanos Musulmanes son una organización fascista creada para luchar contra la izquierda y el movimiento obrero egipcio. Pero los militares egipcios que hoy masacran El Cairo no son menos reaccionarios y si mucho criminales. El conflicto real en el mudo árabe es el que se da entre la igualdad (y en ese lote va la democracia y los derechos de las mujeres) y la desigualdad. Del lado de la desigualdad están tanto los Hermanos Musulmanes como los militares. En el bando de la igualdad, los centenares de miles de egipcios y de egipcias que ocuparon las plazas y derrocaron a Mubarak.
Los Hermanos Musulmanes nada tuvieron que ver con aquella primavera aunque aprovecharon el vacío de poder para colarse democráticamente en las instituciones. Nada tienen que ver las acampadas que ahora están siendo desmontadas a sangre y fuego con aquellas campadas de la plaza de Tahir pero eso no legitima la matanza que los militares egipcios están cometiendo. El silencio cómplice de occidente ante el golpe de estado y ante la represión militar indican cuan limitado y oportunista es el concepto de democracia y derechos humanos que tiene el capitalismo europeo y norteamericano.
Los tanques no han permitido que se librara el verdadero combate entre igualitaristas e islamistas. Razones geoestratégicas occidentales y la debilidad del gobierno islamista frente a las crecientes protestas y movilizaciones populares, convertían a los Hermanos Musulmanes en el poder en un incómodo huésped. Pero del ejército egipcio, que comparte con el español la perversa cualidad de ser especialista en perder guerras con los enemigos exteriores y ganarlas contra su pueblo; nada bueno se puede esperar . Que ningún demócrata sienta alivio y mucho menos indiferencia con lo que está ocurriendo en el Cario. El ciclo de la violencia y las dictaduras no se detendrá mientras subsistan niveles de desigualad y pobreza como los que padecen gran parte del mudo musulmán.
La primera árabe ni está muerta, ni ha fracasado, las contradicciones no eran tan sencillas de resolver como las almas bellas creían. No es sólo un asunto de representación política sino de igualdad y de escases de recursos materiales. Toda África es hoy la víctima de una brutal crisis demográfica y ecológica. Separar democracia e igualdad social y distribución de los recursos materiales, es un error que se paga caro. Más tarde o más temprano todos los revolucionarios y las revolucionarias del mundo tendrán, de una manera u otra según sus propias trayectorias culturales, que enfrentarse con los dos retos de nuestra especie: los límites físicos y la desigualdad social. La primavera árabe está madurando entre sangre y fuego, ojala esa vía dolorosa le sea corta, ojala no la tengamos que reandar todos.
Una primera ola de «revoluciones», si las llamamos así, barrió ciertas dictaduras de Asia (Filipinas, Indonesia) y de África (Malí), que habían sido establecidas por el imperialismo y los bloques reaccionarios locales. Pero allí Estados Unidos y Europa consiguieron abortar la dinámica de esos movimientos populares, a veces gigantescos por las movilizaciones que suscitaron. Estados Unidos y Europa quieren repetir en el mundo árabe lo que pasó en Malí, en Filipinas y en Indonesia: ¡cambiar todo para que nada cambie! Allí, después de que los movimientos populares se desembarazasen de sus dictadores, las potencias imperialistas se dedicaron a que lo esencial permaneciese a salvo por medio de gobiernos alineados al neoliberalismo y a los intereses de la política extranjera. Es interesante comprobar que en los países musulmanes (Malí e Indonesia) el Islam político se movilizó con ese fin.