Carolina Martínez Pulido. El año 2005 se publicó un excelente libro escrito por la arqueóloga Linda Owen bajo el título de Distorsionando el pasado (Distorting the past). Se trata de una obra con perspectiva de género donde su autora realiza una seria crítica de la vida en la prehistoria dominada por los hombres y sus supuestas contribuciones a la subsistencia de su tribu o clan. Basándose en rigurosos datos, Owen denuncia que la interpretación de la vida en el Paleolítico se ha apoyado demasiado en ideas estereotipadas, profundamente arraigadas en el pensamiento científico, sin verdadero soporte empírico.
En este sentido, la reconocida arqueóloga pone en tela de juicio que nuestros antepasados obtuvieran carne para su alimentación gracias a heroicas cacerías en las que participaban solo los hombres. Aquellos aguerridos cazadores, capaces de enfrentarse a animales de enorme tamaño y, tras una tremenda lucha, dar muerte a alguno de ellos y regresar triunfantes a su campamento, son en realidad el resultado, como muy bien concluye Owen, de «una ciencia profundamente androcéntrica». O «un mito de la prehistoria», que tan acertadamente denunciaron los expertos James Adovasio y Olga Soffer.
El respetado arqueólogo Nicholas J. Conard, autor del prólogo del libro, recuerda que «la crítica de Linda Owen no es, de ninguna manera, el primer intento para corregir algunas de las distorsiones de la prehistoria que son tan antiguas como el campo de investigación en sí mismo. A lo largo de toda la historia de la investigación arqueológica, pueden encontrarse ejemplos del excesivo énfasis puesto en el hombre cazador, desde los trabajos de los expertos del siglo XIX hasta el presente».
En este contexto, los estudios más recientes, en los que participan un considerable número de científicas, están corrigiendo errores del pasado al tiempo que consolidan las palabras de Owen: «los modelos de la evolución humana a menudo se han visto bajo el cliché del fuerte, sabio, poderoso y peligroso hombre cazador». Cabe recordar que tradicionalmente los mamíferos pequeños (menores de 20 kilos), las aves, los insectos o los animales acuáticos se han considerado como recursos menores con poco valor, y por lo tanto apenas se ha tenido en cuenta que representaron un rico recurso al alcance de los homínidos, que seguramente supieron explotar.
Las publicaciones de los últimos años, principalmente referidas a la especie humana más próxima a nosotros, Homo neanderthalensis, desafían muchos de los estereotipos ampliamente extendidos. Así por ejemplo, las cuidadosas investigaciones que se están emprendiendo en los numerosos yacimientos de la Península Ibérica evidencian que la dieta de estos humanos era sumamente rica y variada, e incluía pequeñas presas como fuente de carne para la alimentación.
En el año 2013 salió a la luz un trabajo, firmado por la arqueóloga Maria Joana Gabucio y colaboradores, que muestra que el gato salvaje o montés (Felis silvestris) formó parte de la alimentación de las poblaciones neandertales que hace 55.000 años vivían en el yacimiento de Abric Romaní (provincia de Barcelona). La investigación constata que en aquellas fechas un individuo adulto de gato montés fue introducido en el interior de la cueva. Aquí fue procesado, lo que implica la extracción de la piel, de la carne y de la médula ósea, y posteriormente consumido por un grupo de neandertales.
El artículo de M. Joana García Gabucio y su equipo es importante porque se suma al creciente número de publicaciones que indican que los neandertales se adaptaron a las restricciones del medio y a las necesidades sociales de cada momento, respondiendo con diferentes estrategias de subsistencia. El aprovechamiento de mamíferos de poca talla, como Felis silvestris, prueba la pericia y habilidades de los habitantes del Abric Romani diez mil años antes de la llegada la humanidad moderna a la Península Ibérica, que tuvo lugar hace unos 40.000 años.
Otras investigaciones, esta vez realizadas en Gibraltar, confirman la capacidad de los neandertales para enriquecer su dieta con animales pequeños. En esta región del sur peninsular existen diversos refugios y uno de ellos, la cueva de Gorham situada en la costa este sobre el Mediterráneo, ha resultado una verdadera revelación sobre la vida neandertal.
Un equipo de expertos del Museo de Gibraltar lleva años realizando investigaciones en estos valiosos yacimientos. Sus interesantes resultados parecen confirmar que los habitantes del lugar eran un grupo humano con un considerable conocimiento del ambiente en que vivían. «Lejos de ser cazadores al acecho especializados en grandes mamíferos, en realidad eran generalistas en lo que a su alimentación se refiere, y podían explotar la abundancia de recursos que tenían en su entorno», ha expresado el prestigioso zoólogo y paleontólogo director del museo, Clive Finlayson.
Según sostiene este experto, en el sur de Europa los neandertales disponían de un amplio abanico de recursos, y al parecer podían explotarlos todos. Los mamíferos de gran talla representaron sólo un componente muy pequeño del total de la comida que ingerían. De hecho, más del 80% de los huesos de mamíferos que les servían de alimento pertenecían a conejos, animales endémicos de la Península Ibérica y por tanto eran muy abundantes en aquel ecosistema.
En el año 2014, la historiadora experta en arqueología Ruth Blasco y Clive Finlayson, junto a otros investigadores, publicaron un artículo en el que mostraban que las palomas silvestres (Columba livia) también formaron parte de la dieta neandertal. Llegaron a esta conclusión tras analizar cuidadosamente diversos huesos de estas aves, en su mayor parte anteriores a la llegada de Homo sapiens, descubiertos en la cueva de Gorham.
En algunos de los huesos hallados, Ruth Blasco y colaboradores detectaron marcas de cortes resultantes del uso de herramientas líticas, lo que puede indicar que aquellas aves habrían sido descuartizadas. También identificaron en los huesos huellas de dientes humanos, que constituyen una evidencia más de que los habitantes del refugio gibraltareño consumieron esas aves. Los resultados son importantes porque ponen de manifiesto las capacidades de los neandertales para explotar de manera sistemática y durante un extenso período las aves, y posiblemente también sus huevos, como fuente de recursos alimenticios.
Las palomas silvestres no se consumieron de manera casual o esporádica, ya que se han encontrado repetidas evidencias de esta práctica en los diferentes niveles temporales del interior de la cueva. Se supone que eran parte del conjunto de especies que, con características similares, habrían garantizado un suplemento alimenticio estable en el ambiente rocoso del paisaje de Gibraltar.
En las cuevas del entorno se han identificado 145 especies diferentes de aves, lo que las convierte en las más ricas de Europa, en lo que a restos de pájaros fósiles se refiere. Ello no es sorprendente porque el estrecho de Gibraltar ha sido uno de los puntos focales para las aves migratorias que se desplazan a África. No es de extrañar, por tanto, que fueran presa abundante para enriquecer dietas.
A lo largo de los últimos años se han multiplicado los ejemplos del consumo por los neandertales de aves, como perdices, codornices o patos, y también de mamíferos pequeños, como conejos o liebres. La citada investigadora Ruth Blasco publicaba en 2009 un trabajo con considerable documentación sobre el procesado y consumo alimenticio de aves y conejos que testificaban su aprovechamiento en otro refugio peninsular, esta vez se trata de la cueva de Bolomor situada en Valencia, concretamente en la comarca de la Safor a 54 km de la capital. Ruth Blasco diagnostica claramente el consumo de aves como alimento porque, al igual que en los restos de Gibraltar, detecta en los restos de Bolomor marcas de herramientas líticas y de dientes humanos en los huesos de las extremidades de los animales estudiados.
En colaboración con el IPHES (Instituto Catalán Paleoecología Humana y Evolución Social) y del Área de Prehistoria de la Universidad Rovira y Virgili de Tarragona, Ruth Blasco (2008) también ha verificado que en la citada cueva de Bolomor ofrece evidencias que documentan la captura y uso de un tipo de tortuga mediterránea (Testudo hemanni) como alimento. Este reptil herbívoro, junto a otra especie próxima, es la única tortuga terrestre de distribución íntegramente europea (desde la península Ibérica, al oeste, hasta el límite sur del mar Negro, al este).
El sueño del neandertalLas pruebas más evidentes detectadas por la investigadora consisten nuevamente en marcas de corte en los huesos de las extremidades y en la superficie interna del caparazón. Asimismo, la forma en que este último está fragmentado indica que sufrió golpes de percusión e impactos realizados manualmente; la científica también ha observado huellas de dientes humanos en los huesos de las extremidades. Esta investigación ha puesto de manifiesto que el procesado y consumo de tortugas ya tenía lugar a finales del Pleistoceno Medio, o sea, hace más de 120.000 años.
Nos complace destacar, además, que este trabajo de Ruth Blasco fue escogido mejor artículo de la rama de Ciencias por Elsevier’s Flash, un servicio de noticias que tiene como finalidad dar a conocer las novedades científicas más relevantes.
Las evidencias del consumo de animales pequeños durante el Paleolítico Medio (hace entre 300.000 y 40.000 años) no son realmente nuevas, sino que llevan apareciendo varias décadas. Sin embargo, hasta hace poco estos hallazgos, que colocan las capacidades neandertales a la par de las de los humanos modernos, no se han tenido en cuenta. Lo habitual ha sido interpretar que sólo Homo sapiens pudo aprovechar este tipo de recursos y, con no poca arrogancia, se ha pensado que si los neandertales también lo hicieron fue porque imitaron el comportamiento de nuestra especie.
Los resultados procedentes de la cueva de Gorham, de la cueva de Bolomor o los del Abric Romanic, entre otros, son trascendentales porque muestran que el aprovechamiento de animales pequeños ocurrió mucho antes de la llegada de los humanos modernos. Homo neanderthalensis habría desarrollado por tanto habilidades similares a Homo sapiens de manera independiente, y disfrutaría también de la capacidad de explotar los recursos de su entorno sin necesidad de imitación alguna.
Ya en 2005, en Distorsionando el pasado, Owen había descrito los frecuentes hallazgos de huesos de mamíferos pequeños (liebres, zorros y conejos) y de aves (perdices, faisanes, codornices, patos, gansos) entre los conjuntos faunísticos de yacimientos del centro de Europa, esta vez posteriores a la llegada de Homo sapiens.
Aunque aún queda por hacer un enorme trabajo (recoger, sintetizar y revisar toda la información que existe al respecto), es probable que los restos de animales pequeños, evidentemente más difíciles de encontrar y analizar que los grandes, testifiquen su calidad como fuente de alimentación. Y, si los humanos modernos llegaron a Europa hace unos 40.000 años, y ésta estaba habitada por poblaciones neandertales, la pregunta inmediata que surge es ¿quién imitó a quién? Aunque puedan ofrecerse diversas respuestas, cabe eliminar las referentes a la supuesta inferioridad de los neandertales y su escasa capacidad para aprovechar los recursos de su entorno. Los datos disponibles no apoyan este razonamiento.
Y para terminar, un breve comentario. Los trabajos aquí expuestos nos muestran una de las grandezas de la ciencia: la capacidad para corregir sus propios errores. No sólo podemos deducir a partir de las últimas publicaciones que los neandertales eran una especie compleja, capaz de aprovechar con creatividad e imaginación los recursos de su entorno, sino que asociar sus actividades casi en exclusiva a la caza de grandes animales, como mamuts u osos gigantescos, ha sido producto de un imaginario sexista, por considerar a la caza solo masculina como el motor de la evolución humana, carente rigor científico. Las críticas a este modelo realizadas desde hace décadas por diversas investigadoras, entre las que se cuenta Linda Owen, se ven confirmadas por el creciente número de datos que las apoya.
Referencias
Adovasio, James y Olga Soffer (2008). El sexo invisible. Lumen. Barcelona
Blasco, Ruth (2008). «Human consumption of tortoises at level IV of Bolomor Cave». Journal of Archaeological Science 35: 2839-2848
Finlayson, Clive (2010). El sueño del Neandertal. Crítica. Barcelona
Owen, Linda (2005). Distorting the Past. Kerns Verlag. Tübigen
Sobre la autora
Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.
Publicado en:www.mujresconciencia.com