@RaulSolisEU | En 2011, el Gobierno brasileño detectó 30 talleres de esclavos vinculados a Zara. Mujeres y también hombres que trabajaban en talleres en condiciones insalubres, hacinados y con jornadas laborales de 16 horas por 130 euros al mes, usando los talleres también como viviendas. Si alguna vez te has preguntado cómo puede costar una camisa 10 euros en una tienda de Zara de tu ciudad, aquí tienes la respuesta.
En abril de 2013, tuvo lugar una tragedia en los talleres textiles de Bangladesh donde las niñas cosen las camisas y pantalones que luego se colocan en los escaparates de las principales ciudades del mundo. Murieron más de 1.100 personas y más de 2.500 quedaron heridas en la mayor tragedia de la industria textil de la historia. En septiembre de 2016, otras 30 personas fallecieron en otro taller bangladeshí y otras 111 trabajadoras ardieron vivas en 2012 en un país que emplea a 400.000 personas en el sector textil de explotación y que permite que Amancio Ortega y otros magnates del mundo de la moda aparezcan en la lista de los hombres más ricos del mundo.
Hace escasamente dos años, una prestigiosa ONG holandesa publicó un informe que el que se acusaba directamente a la empresa de Amancio Ortega de pagar salarios de 1,3 euros diarios a niñas indias menores de 15 años, por jornadas infernales, sin derecho a vacaciones, ni a días libres, ni a baja por enfermedad, sin el derecho fundamental de sindicación y en régimen de privación de libertad. Vamos, lo que toda la vida se ha llamado esclavitud.
Si Amancio Ortega quisiera ayudar a España y no humillarnos más como país, lo primero que debería hacer sería un ejercicio de patriotismo y amor a España y tributar las ventas por Internet de su empresa en Estados Unidos, Canadá o Japón en nuestro país, en lugar de en Irlanda, un paraíso fiscal en el que paga sólo un 12% de impuesto de sociedades, la mitad de lo que los pequeños y medianos empresarios decentes pagan para que nuestro país pueda tener carreteras, escuelas, hospitales, aeropuertos, estaciones de trenes, puertos y ambulatorios.
Sólo entre 2011 y 2014, según han denunciado recientemente los eurodiputados ecologistas del Parlamento Europeo, la empresa de Amancio Ortega habría evadido más de 585 millones de euros, que para quien no lo sepa significa que con el dinero defraudado se podrían haber abiertos tres hospitales de referencia para una población de 3 millones de habitantes, con equipos para la detección del cáncer incluidos, pagar lo que cuestan 300.000 plazas en la escuela pública, pagar durante un año toda la investigación pública española, casi un millón de ayudas sociales de 600 euros para personas sin ingresos o financiar lo que cuesta el funcionamiento de 240 ambulatorios donde los médicos de atención primaria podrían detectar a tiempo enfermedades graves como el cáncer. Lejos de haber hecho una donación, lo que ha hecho es robar 260 millones de euros, que es la diferencia entre los 540 millones defraudados y los 320 millones donados.
Sin embargo, la limosnita de Amancio Ortega ha conseguido su objetivo, que no es la lucha contra el cáncer porque si así fuera pagaría impuestos como lo hacen los trabajadores y empresarios decentes, sino aparecer en todos los medios de comunicación y en el primer puesto en el buscador de Google por donar una cantidad irrisoria comparado con la fortuna que ha amasado robándole su infancia a niñas esclavas, que con lo que ganan no se pueden comprar ni la prenda más barata que se vende en cualquier tienda de Zara en Europa.
Lo de Amancio Ortega se llama propaganda, no solidaridad. Además de caritativo, humillante y tramposo, la donación es profundamente miserable. Si por caridad fuera en el mundo no existiría pobreza porque no hay rico que no haya dado una limosna en su vida para lavarse la conciencia o patrocinar una campaña de imagen. El mundo necesita justicia y no campañas de marketing usando el cáncer como excusa. Ni los enfermos de cáncer ni las personas que han muerto por esta dura enfermedad se merecen ser usadas para fines tan espurios como la propaganda y el marketing de un señor que podrá ser enterrado en dinero, mientras las niñas que cosen para él no saben si mañana morirán ardiendo en la fábrica en la que cosen la temporada otoño-invierno que Zara colocará elegantemente en sus escaparates.