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Los límites del keynesianismo (una crítica ecopolítica)

_46305111_keynes_otherANDRÉS SÁNCHEZ (@andresash)

Cuando una parte de la socialdemocracia europea sigue confusa buscando en el liberalismo que practicaron la salida (el PASOK griego, o el inaudito respaldo del PSOE a Rajoy para el Consejo Europeo, reconvirtiendo el clásico en un “antes español que rojo”), otros socialdemócratas, como Hollande, llaman a políticas que impulsen el crecimiento apelando a Keynes. Aunque estoy de acuerdo con la urgencia y la conveniencia de un “Green New Deal” (un plan de inversión pública en economía verde y política social a lo Roosevelt), no conviene perder de vista los límites del keynesianismo. Y es que lo urgente no puede hacernos olvidar lo vital. Sí, así estamos.

Empecemos por una breve caracterización del keynesianismo. Hay una tesis compartida por bastantes economistas: la idea del “esta vez NO es distinto” (parafraseando la conocida obra de Reinhard y Rogoff). Vendría a decir que nos encontramos “ante la típica crisis económica que genera el capitalismo: exceso de producción, o más bien, desplome del consumo». De acuerdo, volvemos a la tesis de que el capitalismo genera sus propias crisis (Marx-style) y ante eso no damos la respuesta cínica del “ya escampará a corto o a largo plazo” sino que procuramos responder con un plan para salir de la crisis porque “a largo plazo, todos muertos”.

Si típica es la caracterización de la crisis no lo sería menos la respuesta: un estímulo que reinicie el averiado motor de la economía, donde la hundida demanda sea levantada gracias a un fuerte incremento del gasto público con el que se reinicie el ciclo del crédito y las deudas dejen de ahogar a la economía. Pero… hay tres importantes cuestiones que quizás sean diferentes.

Primero: ¿tiene solución el problema keynesiano? Como toda ciencia la economía trabaja con modelos, simplificaciones de la realidad que la “representan” con un objetivo. El problema esencial de la economía sería el desajuste entre oferta y demanda (el exceso de la producción/desplome del consumo que veíamos arriba) que reduce el “bienestar” de la población, fundamentalmente al generar unos elevados niveles de desempleo.

Esta reducción a oferta y demanda no es mala si no dejamos en el camino información relevante para los objetivos. Si la dejamos puede resultar que la solución al problema keynesiano (igualar la demanda a la oferta con la finalidad de mejorar el bienestar de la población) termine siendo contraproducente por la vía de agravar otras amenazas al bienestar cuando no a la supervivencia, por ejemplo el colapso de sistemas globales como el clima… O imposible porque la escasez de recursos naturales haga la solución O=D inalcanzable.

Incluso el hecho de que el “estímulo” fuera verde, invirtiendo por ejemplo en energías renovables, transporte público y planes forestales, es sólo una parte de la cuestión. La fundamental es que empresas tengan pedidos y que los trabajadores tengan ingresos que poder gastar (por ejemplo, en gasolina para sus coches). De ahí la famosa historia de contratar a trabajadores para que abran zanjas y a continuación cerrarlas. Puede que la inversión en tecnologías verdes haga del siguiente ciclo de crecimiento (recordemos el carácter cíclico de las crisis) menos insostenible. Pero esa información no forma parte del modelo económico. El bienestar seguirá siendo una función de la renta recibida, las posibilidades de la economía seguirán marcadas por O y D, sea lo que sea lo que sea que O produzca, sea lo que sea lo que D consuma. Y si como en los 70 la crisis está provocada por la escasez de petróleo el modelo keynesiano, sencillamente, no funciona.

Para el mundo de la crisis ecológica O y D no bastan, el cambio climático y la escasez de los recursos pueden hacer que el problema keynesiano sea insoluble.

Segundo: ¿quién manda en el mundo keynesiano? Aunque la demanda sea la que en última instancia dispone el nivel de producción, la oferta, además de decir el qué se produce, “propone” el cuánto. Y esto, que parecería dejar la sartén por el mango a la demanda (con ella al consumo y con él a quien vive de su trabajo), no lo hace en una economía capitalista. Porque para “proponer” los productores un nivel de producción se incurre en deudas para financiar su actividad hasta que se “resuelvan” aquellas con los pagos de los consumidores. Ya sabemos, por experiencia, qué pasa cuando el endeudamiento empresarial es muy alto, y más cuando cuando el consumidor cree ser más rico no por tener más rentas, sino más acceso a crédito. La cuestión es que en una economía capitalista el poder no está en el consumidor que dispone el nivel de producción; ni siquiera en el productor que propone ese nivel. El poder está en el capital.

El keynesianismo no es anticapitalismo, sino capitalismo civilizado, un plus ça change, plus c’est la même chose: cambiar para que, añadiría, todo pueda seguir siendo igual. Podríamos decir que neoclásicos son procapitalistas y el keynesianismo procapital. Aquellos defienden el “ni un paso atrás” para los ricos. Éste constata que al capital hay que darle lo que precisa: una rentabilidad suficiente. Qué sea “suficiente” es uno de los juegos de la economía política.

Tercero: ¿es el keynesianismo políticamente correcto? Es decir, ¿funciona su concepción de la política? Se quieren corregir los desequilibrios de la economía aumentando el consumo, lo que podemos equiparar a un aumento del poder adquisitivo de los trabajadores. Ahora bien, esto puede hacerse dentro de cada país… o entre países. La guerra de clases es internacional. Una consecuencia de vivir en una economía no sólo globalizada, sino cada vez más integrada y capitalizada.

En los años 30 teníamos capitalismos más o menos nacionales; hoy el capitalismo es global. La diferencia no es que el comercio internacional pese más en el PIB (entre otras cosas porque en el PIB hoy se incluyen más cosas que hace ochenta años). Es que al cambiar los componentes del comercio internacional (menos materias primas relativamente, más productos intermedios y finales), a resultas de la integración de las economías, se hace casi inútil definir las O y D keynesianas en el ámbito nacional. Se convierten en magnitudes exclusivamente contables, no económicas: informan, pero no funcionan. El keynesianismo también se deslocaliza: nos podemos encontrar con estímulos que terminen aumentando la D en otros países, y necesidades de financiación que “tumben” nuestra O (como la crisis de deuda que sufrimos en medio Europa).

O desglobalizamos (al menos parcialmente) la economía o globalizamos la política. Probablemente, las dos. Mientras tanto, si la economía juega en la dimensión global y la política en ligas locales se rompen las costuras de nuestra sociedad. No hay economía sin política, y no hay política sin definir territorio y reglas.

Volviendo al principio. ¿Keynesianismo? Sí, con condiciones, por ahora. Tratando de corregir sobre la marcha los tres problemas de una crítica ecopolítica:

1.- que el bienestar de una sociedad no se puede reducir a la renta disponible y que recursos naturales y sistemas ambientales globales son algo más que “capital natural”

2.- que darle poder al capital es a costa de la gente

3.- que sin política no hay políticas

Y es que esta vez, para nuestra pesar, sí que es distinto.

2 Comentarios

  1. traición y mezquindad

    Y mientras nosotros nos devanamos los sesos en grandes constructos teóricos y jondísimos análisis, los sicarios del centralismo y del neoliberalismo van a lo suyo:

    http://www.kaosenlared.net/component/k2/item/23066-el-parlamento-andaluz-convalida-el-plan-de-recortes-con-el-apoyo-de-iulv-ca.html

  2. Efectivamente Andrés, en estos momentos, keynesianismo si, pero con bastantes condiciones y considerando variables y entorno actual.

    Sobre la desglobalización de la economía y la globalización de la política, me gustaría incorporar un elemento adicional al análisis que es la gestión de los recursos, en concreto de los recursos naturales. Hoy en día, el uso, el tipo de uso y la intensidad que de los mismos se hace se decide a nivel global, el ámbito político debe asumir de una vez esta realidad y poner en marcha acciones que permitan la mejor opción posible a escala global de dichos recursos, con dos premisas fundamentales: considerando que son necesarios para el desarrollo de la actividad económica y primando que son escasos y limitados.

    Eso respecto a políticas a desarrollar en el inicio del ciclo, porque también al final del mismo hay mucho por hacer, desplegando medidas políticas, también globales, que permitan una adecuada redistribución de la riqueza, hoy por hoy inexistente.

    Tienes razón, sin política, no hay políticas

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