Quizá mi cuerpo esté compuesto de moléculas de carbono, pero mi alma está hecha de esperanza. Existo porque amo y amo porque espero. Cuando sólo tenga que esperar la muerte, habré muerto. Aunque me corra la sangre caliente, mi cuerpo estaría deshabitado. Una cáscara. Vivir sin esperanza es una hipocresía insostenible. Pero mucho peor es morir sin ella. Por eso quiero estar y sentirme vivo hasta que la muerte me aplaste. Esperando. Esperanzado.
Me repugnan los diletantes. Todos sin distinción. Sean poetas, abogados o políticos. No me importa que por primera vez en sus vidas renuncien a salvarse a sí mismos. Pero no soporto que toquen el violín mientras se hunde el barco cuando podrían estar salvando a otros. Y menos aún que llamen dignidad a este gesto cobarde y egoísta. Eso fue lo que sentimos en el acto parlamentario en homenaje al nacimiento de Blas Infante. Andalucía se hunde. Y casi todos los políticos que estaban allí parecían estatuas de hielo esperando la tragedia. Como los músicos del Titanic. De fondo, la verde y blanca de Carlos Cano reconvertida en un clásico sin letra. Cuerpo sin alma. IU y PSOE utilizaron vergonzantemente a Infante para sus fines partidistas delante de su familia. Lo llamaron “indignado” entre citas de manual. Si de verdad creyeran en la recuperación de la memoria histórica, no habrían dilapidado la conmemoración de su asesinato precisamente en su 75 aniversario. Este olvido premeditado para no perder las vacaciones equivale a matarlo dos veces. Después el PP hizo lo propio manoseando a Infante como firme defensor de la españolidad de Andalucía. Para terminar, sonó el himno mientras se hundía el Titanic. Y entonces una mujer gritó ¡Viva Andalucía Libre! Sola. A lo Mariana Pineda. Con el agua al cuello. Pero viva. Esperando. Esperanzada.
La situación es crítica. Andalucía es la única comunidad autónoma del Estado que alcanzó el rango competencial de histórica por sí misma. A las otras tres (Cataluña, Euskadi y Galicia) se les concedió constitucionalmente. Han pasado treinta años de esta conquista y mientras aquéllas han consolidado su estatus jurídico, político y económico al alza, nosotros hemos tirado por tierra lo conseguido: apenas nos sentimos comunidad y hemos perdido nuestro escaso poder autónomo. Por eso bipartidismo y centralismo son los males que debemos combatir para recuperar la esperanza. Los dos a la vez.
Dentro de unos meses el mapa político de España se teñirá de azul. Y será entonces cuando la izquierda atomizada vuelva a disparar contra el mar y el cielo. Aquellos intelectuales que parecían mudos dirán a los otros lo que no fueron capaces de decir a los suyos. Quedará abierta la veda contra la derecha para las teselas de una izquierda en ruinas. Decenas de marcas intentarán privatizar el eco-socialismo y la radical democracia negando a los demás que también dicen lo mismo. Con un matiz: Andalucía. La mayoría de estas nuevas opciones de izquierda dibuja sus estrategias con un compás pinchado en Madrid. Y es justo al revés. Quien se dé cuenta, no chocará contra el iceberg. Así lo espero. Esperanzado. Vivo.
No entiendo esa repugnancia por los diletantes. En este pais, en el que todo el mundo sabe de derecho, de política y de fútbol, ser diletante es de lo más común.
Preferiría, querido antonio manué, que esa repugnancia que dices sentir la trasladaras hacia otro sector: el de los «dile-tontos», compuesto por toda esa patulea que te insulta diciendo «es usted un tonto útil» (porque quieres aplicar la ley) o el «usted no sabe quién soy yo» (porque pretenden evitar su aplicación). Creo que es un campo mucho más rico de actuación. Porque éste sui que mueve a la indignación, mientras el otro sólo conduce a la misantropía.
Es una opinión.