Nacho Martin.
Algo se habla sobre la generación de ahora: la generación ni-ni, acrónimo que viene a atribuir como rango de estas personas que ni estudian ni trabajan.
Es por supuesto fácil, trivial casi me atrevería yo a decir, atribuir pésimas cualidades a las generaciones jóvenes y demonizarles como la causa de los males actuales o futuros (el típico “dónde vamos a ir con estos jóvenes”, etc…). No es tan trivial ni tan fácil ahondar en por qué las generaciones que vienen pueden adoptar ciertas actitudes, y es menos habitual aún intentar aplicar algunos rudimentarios conceptos de materialismo cultural para intentar analizar si la actitud más o menos pasiva que demuestra no estudiar ni trabajar, puede ser de hecho una adaptación cultura positiva a una situación actual, a un entorno particular.
El hecho de que generaciones anteriores adoptaran una determinada filosofía, en este casi que estudiar mejora las perspectivas futuras, o que es necesario trabajar, no implica que las actuales generaciones las tomen como suyas si el contexto cultural es diferente. Para generaciones anteriores es cierto, como se puede ver, que la erradicación del analfabetismo, posteriormente la finalización de primaria, secundaria y la adquisición de estudios universitarios les ayudó considerablemente a mejorar sus expectativas en la sociedad. Para generaciones anteriores fue también cierto en gran medida que tras la incorporación al mundo laboral sus expectativas mejorarían, mediante promociones, incrementos salariales, adquisición de más derechos y seguridades, etc.
La pregunta sería pues si todas estas expectativas que el mundo laboral o la formación dan siguen siendo ciertas. Entender la actitud de la generación ni-ni puede ser posible entendiendo cómo ven el mundo y el futuro.
El ejemplo de los ni-ni es la generación anterior a ellos. Ésta generación anterior a la ni-ni es, seguramente, la generación más estudiada, viajada y preparada que el país ha visto jamás. También es la primera que tiene unas expectativas peores que las de sus padres. Pese a su abundante formación, el desempleo, los malos salarios, la precariedad, la imposibilidad de acceder al mercado inmobiliario, etc., son su pan de cada día. Es cierto que, estas mismas personas, sin preparación, no podrían aspirar ahora mismo a casi nada, pero incluso con ella su futuro no parece un futuro de vino y rosas.
Para la generación ni-ni, el futuro, independientemente de su preparación, se ve aún peor. Pillados por sorpresa en una crisis económica de la que no son responsables, abocados a resolver los problemas medioambientales que les estamos dejando, y lanzados a un mundo donde empezarán a escasear los recursos más necesarios para lo que llamamos “desarrollo”, sus perspectivas son más bien tenebrosas.
Independientemente de lo mucho que estudien o trabajen, esta generación se enfrenta a: la caída en la producción de petróleo y la consiguiente sospecha de una nueva era económica de decrecimiento buscado o no es otra cuestión), la posibilidad de cambio climático, las inestabilidades económicas de un sistema financiero que sólo funciona con crecimiento perpetuo y la probable incapacidad de alimentar a una población creciente, bien por problemas de agua, falta de fertilidad, desertización u otros.
Así pues, desde un punto de vista de materialismo cultural, para esta nueva generación la inversión de su tiempo y, quizás, escasos recursos, en el mundo de la educación o el laboral para obtener un probable beneficio futuro, puede no resultar rentable. Los costes son aquí, y ahora, y los beneficios muy improbables en un futuro que no pinta bien. En este caso, la decisión lógica, la decisión sabia, es no invertir. Igual que los productores de petróleo no quieren invertir su dinero ahora en tecnologías de extracción de petróleo porque no es rentable, aún viendo la que se viene encima (peak oil y derivados), los jóvenes no quieren invertir su capital, que en este caso es tiempo y esfuerzo, en hipotéticas educaciones o empleos que pueden no mejorar su calidad de vida a largo plazo y que, desde luego, no lo mejoran a corto plazo, dado que tienen sus necesidades actuales cubiertas por sus padres.
La generación ni-ni, por tanto, es al menos igual de inteligente que lo fueron todas las anteriores. Invierte en lo adecuado que produzca ganancias a corto plazo.
Podría ser, de hecho, más inteligente, porque entrever que el futuro no es nada halagüeño frente al constante bombardeo de los medios para que sigamos moviendo la máquina de consumo, requiere una clarividencia poco común. DIARIO Bah
Publicado en el Diario Bahía de Cádiz. 30-03-2010.