Olivia Craballar7Foto Laura León.Público.Lola compra medio kilo de garbanzos crudos, un cuarto de carne de ternera, media pechuga de pollo, un poco de tocino fresco, tocino salado, un poquito de canilla para que salga el caldo blanco y el espinazo. “Porque da un sabor más salaíto. Ni hueso de jamón ni ná“. Ah, y la verdura: apio, puerro, patata y zanahoria. “Y una cebolla grande, que también da mucho caldo blanco”. Se ha gastado 10 euros en los avíos del puchero. En ese momento, 14 días antes de que acabe el mes, le quedan 30 en su monedero. Ella, que cuenta los días como si estuviera presa, y sus dos copilotos, Aurora y Pastori, su hijas, viven con 426 euros de ayuda familiar en El Tardón, en Triana (Sevilla). Sólo en el alquiler del piso, a esta mujer de 40 años se le van 450 euros. Así comienza su presupuesto cada mes, con un déficit de 24 euros. Y así cuadra sus cuentas Lola.
“Venga, meto los garbanzos una noche antes en agua y pongo la olla para arriba”. Y ese día, las tres mujeres de la casa comen un puchero. Y al día siguiente, con la misma patata del puchero y la misma zanahoria, y un huevo duro que añade, una lata de atún y una mayonesa también casera, ya tienen listo otro almuerzo. “Y no te puedes imaginar tú cómo está esa ensaladilla”, avisa Lola. Y al otro día, con la pringá del puchero, hace unas croquetas que quitan el sentío. Y todavía hay comida para un cuarto almuerzo en la olla: “Cojo el caldo y le echo arroz”. Y con poco más de 10 euros han comido tres personas durante cuatro días. O cinco: porque a veces los garbanzos que sobran están también muy ricos con unas espinacas.
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Este es el pan de cada día de Lola Galocha, una mujer luchadora a la que nunca se le acaban las ideas. Y no se le acaban porque las inventa. “Cuando yo vendía la Thermomix, si vendías siete, te regalaban una”, cuenta. Con esa máquina también ahorra: del pan duro saca el pan rallado. Y nada de bacon o queso troceados: “Siempre los compro en bloque y los meto en la Thermomix, que los aprovecho más”. Lola nunca piensa en lo que va a hacer de comer. Hace lo que tiene en la nevera, donde a veces, dice con sorna, se escucha el eco. Heredó su buena mano en la cocina de sus largas horas con sus abuelas.
Y llegan las facturas del teléfono: 50 euros de móvil más teléfono fijo e internet en casa. El de su hija tiene una tarifa que se pone al final, con IVA, en 13,3 euros. Y Lola no se viene abajo. Y llega el butano, “a 18 pavazos” cada bombona, cada tres semanas una. Y bien apuradas. “Cuando se acaba la del termo la paso a la cocina, que sale un poquito más”. Y calculando en su cabeza, Lola sigue haciendo sus cuentas. La luz son 50 euros y el agua, afortunadamente, va dentro del alquiler con la comunidad. Para moverse de un lado a otro, Lola coge el autobús, generalmente el 2, que es más barato: a dos piernas. Su automóvil lleva años inmóvil, aparcado junto a una escuela de flamenco, muy cerquita de su casa. No tiene para gasolina ni para hacerle un seguro. En la escuela limpia unas horitas que cobra en forma de clases. Porque Lola, además de ingeniosa e incansable, es muy flamenca.
Lola nunca piensa en lo que va a hacer de comer. Hace lo que tiene en la nevera, donde a veces, dice con sorna, se escucha el eco
Y luego, generalmente los viernes, va a casa de su tía, que es como su madre. Le ayuda en lo que puede y se viene con unos 50 euros. “Y con un litro de aceite y huevos de corral… casi 200 euros al mes que sumo a mi monedero”. Y la señora mayor que le dice que a ver si puede ir a limpiarle las ventanas, a nueve euros la hora. Y la amiga con niña pequeña que necesita que la cuide, otros 30 euros… Y así llega, con la ayuda familiar incluida, a unos 800 euros al mes, de los que más de la mitad, el 56%, van para el alquiler, el 22% a comida, el 14% a gastos de la casa y el 8% a tecnología.
No lo oculta. Está jodida. Su vida comenzó a cambiar cuando tuvo a su hija Pastori. Nació a los cinco meses y medio de embarazo y pesó 540 gramos. “Yo ya tenía a Aurora con año y medio y un negocio de hostelería en la calle San Jacinto que se fue al traste”, afirma. Se pasó cuatro meses en el hospital viviendo para su hija. Hoy Patori ya tiene 14 años, es una adolescente sana y salta en el sofá viendo La voz. Ella y Aurora le recuerdan a su madre que irán a ver a Melendi en unos días, como un regalo excepcional. Su primer concierto.
Y llega el butano, “a 18 pavazos” cada bombona, cada tres semanas una: “Cuando se acaba la del termo la paso a la cocina, que sale un poquito más”
“Aurora va a cumplir 16 años, eso es lo que más me jode del mundo. Ella está emprendiendo un vuelo que le hace falta. Aurora, ¿qué dinero llevas?, le pregunto. ‘No te preocupes, mamá’, me dice siempre”. Tiene una bandera republicana en el techo de su habitación. “Y ella es roja porque lo es”, sostiene su madre orgullosa. Una amiga le ha vendido todo el temario de Bachillerato a mitad de precio, por “ciento y pico de euros”. Javi, un amigo de Lola, le ha dado 50 euros. “El resto ya veremos cuándo podemos”, prosigue su madre, que ha vendido todos los pendientes de oro de sus hijas: “Lo último que me encontré, una cadenita, la llevé y me dijeron: ‘ciento no sé qué’. Pues dámelo ya”.
Lola trabajó como secretaria en la dirección de obras del Metro en los últimos seis años. Horario de 8 a 3. 1.300 euros y tres pagas. El último trabajo, antes de quedarse en paro, lo hizo en un salón de belleza, propiedad de Kanouté, a media jornada. Hace apenas unos días, tras más de dos años en paro, comenzó a trabajar como una mula en un bar. De allí ha empezado a traerse ahora el pan que sobra y lo congela cortado en rebanadas para los desayunos. “La mantequilla la compro del DIA porque es buenísima. Y las pizzas del DIA están muy buenas también y están a dos euros. Ya tenemos otra cena, media pizza para cada una y una ensaladita”.
“La mantequilla la compro del DIA porque es buenísima. Y las pizzas del DIA están muy buenas también y están a dos euros. Ya tenemos otra cena, media pizza para cada una y ensaladita”
Lo que no le falta en su cocina, gracias también a otras dos tías -que le ayudan “con dinerillo” para su hijas y bolsas de alimentos casi todos los meses-, es la leche, el aceite, los huevos, el colacao, el café, las galletas doradas o las maría de toda la vida, y el atún. “A mis hijas, una tortilla francesa en una viena calentita les encanta. Y dos noches en la semana se come tortilla francesa. Una con atún y otra con queso”, cuenta. Lola dice que en cuanto cobre, le dará 100 euros a sus padres, por todos los días que sus hijas van a comer a la casa de los abuelos. Su madre se casó con 16 años y su padre, con 18. Hoy su madre, con 57 años, sigue trabajando. Y su padre, con 61, está en paro. “Pero siguen igual de enamorados. Y ahora mucho más enamorados de mis hijas. Mi padre se ha hecho un buen amo de casa. Mis hijas comen pescado gracias a ellos, que son, junto con mis tías, mi principal apoyo social”, sonríe.
“Estoy cansada, sí, yo creo que ya el viento tendría que cambiar un poco, pero sé que con una actitud lamentable y mala no vamos a salir”, reflexiona sobre el sofá de su casa, un bajo oscuro iluminado por la luz de tres mujeres llenas de fuerza… Y los ojos de la gata que las acompaña: Fidela. “No tienes problemas cuando no crees que tengas un problema”, dice Lola, Pilola, con calma