Mercedes del Amo. Academia.edu 8/3/13. Los sofismas de la Reforma Universitaria
El Diccionario de la Real Academia de la Lengua define ‘sofisma’ como: «razón o argumento aparente con que se quiere defender lo que es falso». El informe encargado por el ministro Wert está repleto de estos sofismas para hacer más fácil su digestión.
Pongamos algunos ejemplos.
1º.- La reforma es necesaria por comparación del Sistema Universitario Español con las universidades más punteras del mundo (Berkeley, Cambridge, Stanford, MIT), y eso porque éstas «han contribuido a la creación de innumerables empresas y a la generación de miles de empleos» (p. 6). Se olvida aquí el papel que ha jugado la universidad española en el desarrollo de nuestro país, fundamentalmente desde los años 60’s en adelante, y lo que es más importante aún, su protagonismo en la creación de una sociedad mucho más justa e igualitaria; como se olvida también de que estas universidades conviven en armonía con el sistema público universitario del país correspondiente o, incluso, de que algunas, como Oxford y Cambridge, forman parte del mismo. Por tanto el debate que debe producirse entre la ciudadanía es si queremos una universidad accesible a todo ciudadano que lo requiera o una universidad elitista que expulse de ella a las capas menos favorecidas de la población
2º- «La universidad debe dar cuentas a la sociedad». No creo que exista otra institución que haya dado más cuentas y haya sido mejor inversión ya desde antaño. La universidad forma a los profesionales más cualificados del sistema productivo: profesores, médicos, jueces, traductores, economistas, matemáticos, ingenieros, arquitectos, abogados y un largo etc., han salido secularmente de sus aulas esperando que el sistema productivo y el estado creen los puestos de trabajo que toda sociedad sana necesita para su funcionamiento normalizado. Si no los encuentran no es responsabilidad de la universidad si no de que este sistema productivo no funciona y, por tanto, hay que cambiarlo.
3º- «La reforma parte de la base de que el público al que se deben las universidades está constituido en primer lugar por los estudiantes» (p. 8). Y para contradecir esta afirmación el documento de la reforma no dedica ningún capítulo a la docencia universitaria y minimiza esta función hasta el punto de que los famosos sexenios de investigación se convierten en la moneda de cambio imprescindible para toda actividad del profesorado (relación inversa entre número de tramos obtenidos y horas lectivas a impartir y sirven para medir la calidad de las universidades y para su financiación, o para ocupar los cargos académicos). Por otra parte, el sector del alumnado pierde una gran parte de su representatividad en los órganos de gobierno colegiados.
4º.- Democracia, libertad, autonomía, palabras utilizadas con profusión en el documento, pierden su significado original y quedan vacías de contenido. Como en otros borradores de gobiernos anteriores, los órganos colegiados pierden su función decisoria para convertirse en meramente consultivos, excepto uno de nueva creación, denominado Consejo de la Universidad, que designaría al rector, marcaría la política de la universidad e intervendría los presupuestos de la misma. Su composición deja la libre designación de un 25% de sus miembros a las Comunidades Autónomas, siempre que los designados «no hayan tenido un cargo político, empresarial o sindical en organismo público» (p. 45) en los últimos cuatro años. El rector solo debe dar cuentas a este Consejo y tiene en sus manos la designación de todos los decanos y directores de Centros, cuyos claustros pasan a ser también consultivos como, asimismo, los Consejos de Departamento. (Léase con detenimiento todo el capítulo III). Es decir, se pierde el esfuerzo democratizador dedicado a la enseñanza superior en los últimos cuarenta años.
5º.- La endogamia universitaria. Se confunde endogamia con la función universitaria de formar nuevos profesores e investigadores. Así se pone más énfasis en la contratación de profesorado de allende nuestras fronteras que en la de la cantera propia y se penaliza a los doctores formados en una universidad con el exilio obligado de ésta durante al menos tres años. Llama poderosamente la atención la aparición del viejo complejo hispano de que todo lo foráneo es mejor a lo nuestro y, de este modo, se exime al posible aspirante de fuera de determinados requisitos que se le exigen al autóctono. Por otra parte, y para reforzar la endogamia, se faculta a cada universidad para contratar a nuevos titulares y catedráticos que serán fijos tras un primer contrato de cinco años, disfrutarán de todos los derechos de los profesores funcionarios que han pasado dos procesos de acreditación y oposición, e incluso tendrán la posibilidad de un sueldo mayor, ya que es la propia universidad quien lo fija en el uso de su autonomía.
6º.- Se insta al gobierno a una financiación pública suficiente y estable de la universidad, pero previamente (p. 36) ya se ha definido cómo debe ser el Sistema Universitario Público Español (SUPE): «una decena de universidades de calidad (…), un grupo amplio de universidades de 25 o 30 especializadas en algunas áreas de conocimiento, el resto correspondería a universidades con mayor énfasis en la enseñanza, con algunos buenos departamentos investigadores» (p.36). Léase, organización del SUPE en tres categorías y como resultado universidades de 1ª, 2ª y 3ª categoría con financiación desigual y el valor de sus títulos depreciados en el mercado laboral.
Y así página a página, mientras unas afirmaciones desmienten a las siguientes, se diseña un modelo universitario que no es parecido a ningún otro conocido en la actualidad, ni propio ni extraño, y que recuerda más a la universidad de los peores tiempos de nuestra historia que a la que debería configurarse en el siglo XXI, si se defendieran los logros que ya se han conseguido en los últimos cuarenta años.
Mercedes del Amo. Profesora Jubilada de la Universidad de Granada