Tereixa Constenla. El País. 12/03/2012.En 1690 el precio estándar de un esclavo era de 1500 reales de vellón. De un esclavo capaz de remar a la intemperie horas, días, semanas. A Maraut, «hijo de Yusuf, moreno, de boca pequeña y labios gruesos, verruga en la cabeza sobre la oreja, mancha en la oreja derecha, señal de herida en la misma mano», pese a sus 22 años, sin embargo, se le vendió en 400 reales por “inútil”.
Impedirse, inutilizarse en combate, debió ayudar al insigne Cervantes a eludir un destino similar al de Maraut tras ser apresado (el trasiego en el Mediterráneo era estresante: muchos barcos y pocos amigos) cuando regresaba a España después de sobrevivir a un sinfín de episodios bélicos y al mayor combate de galeras de la historia: la batalla de Lepanto (1571).
Las peripecias de Cervantes -cinco años de cautiverio en Argel- no figuran en los 25 Libros de Galeras que conserva la Armada porque abarcan registros posteriores (1624-1748), donde figuran esclavos, presos forzados y «gente de cabo» (soldados y marineros) enrolados. La restauración de estos gigantescos volúmenes aportará valiosa información para historiadores de la Edad Moderna: escritas con los circunloquios de entonces permiten atisbar biografías populares al servicio de políticas regias. “Cuando el rey necesitaba remeros incentivaba las condenas a galeras”, indica Carmen Terés, directora técnica de los archivos navales de la Armada.
Maraut fue uno de los miles de esclavos del rey, la energía bruta que propulsaba por el Mediterráneo unas embarcaciones casi planas, ideales para la escaramuza costera. Ignoramos si mejoró la vida de Maraut al dejar la galera, pero resultaba difícil empeorar las condiciones de navegación. Un grillete le mantenía atado a su asiento, donde comía, dormía y evacuaba lo que fuese menester. Iba descalzo y rapado para facilitar su identificación en caso de fuga y evitar la acampada de piojos. A los esclavos no les aguardaba más horizonte que el mar, el combate con barcos de (probables) compatriotas turcos o berberiscos y cierta opción de irse al fondo del Mediterráneo encadenados a su bamboleante prisión. “El error es tratar de juzgar aquella época con nuestro punto de vista. En el siglo XVI la preocupación más importante de la gente era comer. A veces se dice que se reconocía una galera por el olor que la precedía, pero en aquella época casi nadie se lavaba”, aclara Pedro Fondevila, secretario de la cátedra de Historia Naval de la Universidad de Murcia.
Los galeotes recibían a diario un pan cocido y endurecido llamado bizcocho, un potaje de habas y su ración de agua. Las esperanzas de liberación eran mínimas. Solo si los suyos ganaban un combate o eran intercambiados por presos españoles. La historia del argelino Amete fue excepcional. Felipe IV le concedió la libertad el 11 de mayo de 1642 en un alarde de moderada magnanimidad: “Ha más de 24 años que me sirve al remo y que se halla de edad de más de 70 y sin poder continuarlo, suplicándome le haga merced de mandar y, quedando otro esclavo para que lo haga por él, sea puesto en libertad”.
En los Libros de Galeras se asentaba el nombre, los rasgos más sobresalientes y hechos notables como su liberación o su fallecimiento. Más que esclavos abundaban los presidiarios comunes. “En España había menos esclavos que en los barcos franceses o turcos”, precisa Pedro Coll, subdirector de los archivos navales. De los 25 libros, 18 corresponden a presos forzados, tres a esclavos y cuatro a soldados y marineros.
Los tomos son una lupa que acerca a la sociedad de los siglos XVII y XVIII, más inclemente con delitos monetarios o ciertas prácticas sexuales que con el asesinato. Francisco Giménez, “gitano, natural de la tierra del Segura, hijo de Sebastián Moreno, cortadas ambas orejas”, fue condenado por un crimen a ocho años de galeras. Pero Juan de Morales, de 35 años, “natural de Utrera, hijo de Pedro, buena constitución, blanco, ojos azules”, le endosaron 200 azotes y 10 años de galeras por “el pecado nefando”. O sea: sodomía.
El catalán Josep Almarall fue castigado a remar cuatro años “por haber desflorado a María Rosa Borrell” el 13 de enero de 1727. Mucho más grave le resultó al tribunal el impulso del “carirredondo” Francisco Thomas Carnero, un malagueño de 18 años, condenado a 10 de galeras “por causa de bestialidad que cometió con una burra”.
Pedro Fondevila, secretario de la cátedra de Historia Naval de la Universidad de Murcia, será docto en galeotes cristianos; pero no en el caso de los musulmanes. Nos dice que en el XVI «casi nadie se lavaba», lo cual contracice la práctica islámica del «wudu» (abluciones rituales cinco veces al día) y el «gusul» (ablución completa del cuerpo), sin las cuales no está permitido el «salat» o la oración. No es que la costumbre fuese, por tanto, ser unos cerdos; debemos concluír que la suciedad y los parásitos, infecciones o enfermedades epidérmicas que la acompañaban constituían una forma de TORTURA INSTITUCIONALIZADA, junto con el propio sufrimiento de la esclavitud y los trabajos forzados.
El culto a la penitencia impuesto y al «valle de lágrimas» por vocación, como puede verse, pueden adoptar comportamientos criminales e incluso sádicos.