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Hace por lo menos dos mil años que ocurrió la guerra del Peloponeso.
Una tristeza como otra cualquiera que dejó a Atenas sin hombres.
Sólo se veían mujeres por las calles, mujeres en el teatro, mujeres en el supermercado.
Una de ellas se llamaba Lysístrata, algo melancólica y propicia al escándalo.
El caso es que estaba hasta la coronilla, rodeada de perrillos y ancianos.
Los atletas caían en el combate, los amantes no regresaban de la oscura batalla.
La muerte, sollozaba Lysístrata, no es la mejor ocurrencia de los ciudadanos clásicos.
Una noche tuvo un sueño y se lo contó a las viudas de Atenas.
Se enfrentó a los arqueros, se enfrentó a los magistrados, se enfrentaron a los cobardes.
¡Por Diana de Táuride! ¡Dejad las armas y regresad a la ciudadela!
Los hombres hicieron caso por la cuenta que les corría, y triunfaron las asambleístas.
¡Venus n0s asista! Exclamaban al arrojarse en sus brazos los de la opción a, que representa a la juventud.
¡Por todas las diosas! Invocaban por un asunto de método los de la opción b, al contemplar la desnudez de su amor.
Hace por lo menos dos mil años que ocurrió la guerra del peloponeso.
Como ya suponía Lysístrata, a falta de un buen final,
hoy concluye en Copenhague esta historia.
Un poema de Juan Carlos Mestre extraído de La Casa Roja (Ed. Calambur)
jo, que poema, menuda vuelta de tuerca al lirismo de los papanatas, y que vigente, y que hermoso…