Transcurrido más de un mes del movimiento 15-M y después de la cobertura interesada que los medios de comunicación dieron en un principio al acontecimiento en función de sus respectivos cálculos electorales, se ha puesto de manifiesto en algunos de ellos una creciente labor de desinformación y simplificación. Estas malas prácticas no sólo se desarrollan desde una aproximación sesgada que reduce cualquier testimonio de su realidad plural a sus anécdotas, sino por medio de caricaturas orientadas a desfigurar la dimensión sociopolítica y genuinamente democrática del fenómeno.
Puesto que creemos que el pensamiento filosófico, más allá de las corrientes que integra y por coherencia con su larga tradición, tiene un compromiso ineludible con su presente, no podemos sino saludar con entusiasmo un proceso colectivo que ha sacudido la atmósfera de cinismo y apatía generalizados que imperaban en nuestras sociedades, contribuyendo a intensificar la reflexión sobre la dignidad humana, la conciencia crítica y el espíritu cívico.
Más allá de los reduccionismos generacionales, doctrinarios e incluso higiénicos bajo los que el movimiento se intenta presentar en determinados medios, los aquí firmantes apoyan el modo en que el 15-M ha ampliado el radio de acción desde el que muchos hombres y mujeres hoy comienzan a plantear preguntas en torno a sus derechos y deberes. Fue esta inesperada y esperanzadora irrupción de la ciudadanía en la vida política española lo que eclipsó la campaña electoral y obtuvo la simpatía de grandes sectores de la población nacional e internacional.
En este sentido, y frente a aquellas fuerzas que desean minimizar el alcance reivindicativo de los recientes acontecimientos, manifestamos que el significado de las protestas rebasa con creces el contexto específico de la crisis política española. La indignación que se expresa en las calles y plazas de este rincón del mundo no puede ser amordazada en una coyuntura tan estrecha: está exigiendo una reflexión de alcance global sobre el curso del presente europeo y mundial, pues se enfrenta a fenómenos universales, tales como la presión del poder económico-financiero sobre nuestras opciones legítimas de decisión, la cínica indolencia ante la miseria y la injusticia en otros lugares del planeta o la conversión progresiva del ser humano en mercancía.
Desacreditar perezosamente este malestar como un gesto antisistema significa no sólo ignorar el civismo responsable que está desarrollándose en los grupos de trabajo, asambleas y plazas de toda España, sino que sólo sirve como coartada para impedir una necesaria reflexión sobre el imparable adelgazamiento de las instituciones públicas en las últimas décadas y, más en general, sobre el vacío que amenaza nuestro modo de vida basado en la democracia de competencia entre partidos distorsionados por oligarquías, un capitalismo que no respeta ningún pacto social que no aumente sus beneficios y la reducción de la existencia cotidiana a una pugna por ascender en jerarquías que se multiplican en todos los órdenes.
La recuperación del tejido político representada por el movimiento, su crítica a la “dictadura de los mercados”, va unida a una reivindicación de una moral, personal y ciudadana, que trasciende las coyunturas políticas y económicas presentes. Cualquier profesional de la filosofía debe discutir críticamente este movimiento, pero a condición de escucharlo con respeto y de reconocer en él elementos impresionantes de progreso de la ilustración política y de aumento de la autenticidad existencial. Asimismo, como lamentablemente ha puesto de manifiesto el “Plan Bolonia”, el futuro de las instituciones educativas no puede deslindarse de este debate.
No estaría el pensamiento a la altura de su función si esta apuesta social por la creatividad y la imaginación políticas quedara en segundo plano tras labores exclusivamente académicas; si toda esta generosidad colectiva sólo encontrara indiferencia por parte de nuestra comunidad; si, por último, todo este aprendizaje cívico fuera ninguneado en nuestras aulas y seminarios, universitarios o escolares.
Por ello, toda movilización social que ponga en práctica tales capacidades y que genere esperanzas para una sociedad más participativa y justa merece nuestro incondicional apoyo.
Jacobo Muñoz Veiga
Catedrático de Filosofía
Francisco Vázquez García
Catedrático de Filosofía (Universidad de Cádiz)
Miguel Morey Farré
Catedrático emérito de Filosofía (Universidad de
Barcelona)
Manuel Cruz
Catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona
Antoni Domènech
Catedrático de Filosofía del Derecho, Moral y Política, UB
Antonio Campillo Meseguer
Catedrático de Filosofía y Decano de la Facultad de Filosofía. Universidad de Murcia.
Julián Sauquillo
Catedrático de Filosofía del Derecho (UAM)
Víctor Gómez Pin
Catedrático de Filosofía de la Universidad Autónoma de Barcelona
José María Ripalda Crespo
Catedrático de Filosofía de la UNED
Félix Ovejero Lucas
Profesor de Ética y Economía, Universidad de Barcelona
José Rubio Carracedo
Catedrático Emérito de Filosofía Moral y Política
Universidad de Málaga
Margarita Boladeras
Catedrática de Filosofía Moral y Política
Universidad de Barcelona
Julián Marrades Millet
Catedrático de Filosofía. Departamento de Metafísica y Teoría del Conocimiento. Universidad de Valenci