Rafa Rodríguez
1. Ideas para una revolución democrática
Este tiempo en el que la normalidad se ha quebrado bruscamente invita a pensar en el futuro. Se ha dicho que la victoria antropológica del neoliberalismo durante las pasadas décadas fue introducir en el imaginario social la idea de que no había alternativa al capitalismo. Íñigo Errejón titulaba una reciente publicación, junto con García Linera, “Qué horizonte”, y la subtitulaba “Hegemonía, Estado y revolución democrática” (e/ Lengua de Trapo. Madrid, 2019). Horizonte precisamente hace alusión a una mirada al futuro y la introducción del concepto de revolución democrática al medio por el cual ese horizonte puede alcanzarse para conseguir una sociedad emancipadora sostenible, democrática e igualitaria. Se trata pues de liberarse de la idea de que no hay alternativa al capitalismo y tener la capacidad y el compromiso colectivo de imaginar cual puede ser el contenido de esa revolución democrática.
2. Las asimetrías en las escalas territoriales
Para ir imaginando ese horizonte podemos sumar tanto las respuestas posibles a los problemas no resueltos, desde la crisis ecológica hasta la desigualdad estructural o la precarización de las relaciones laborales, como las experiencias extraordinarias que estamos viviendo durante esta pandemia.
Esta amplia panoplia de problemas y amenazas globales tiene un denominador común: la asimetría por una parte entre una economía globalizada que genera un poder económico a escala mundial y, por otra, unos poderes públicos que se organizan básicamente en torno al Estado (el marco donde se gestionan políticamente los conflictos colectivos de la sociedad), con una realidad política territorialmente fragmentada a escala global y, a su vez, muy jerarquizada. El ámbito territorial limitado sobre el que cada uno de los Estados ejerce su soberanía y la debilidad del sistema público internacional (que carece de estructuras eficaces para producir consensos entre los Estados) impide hacer frente a los problemas globales.
Esta asimetría de escalas entre los grandes problemas en el siglo XXI que son de ámbito global y el poder económico que funciona también como una unidad que abarca todo el planeta frente a la fragmentación que caracteriza al espacio político de Estados, impide articular respuestas eficaces ante los riesgos globales.
Precisamente la sociedad del riesgo, tal como Ulrich Beck caracterizó a nuestra época, hace referencia a la imposibilidad de dar respuesta a los riesgos combinados a los que nos enfrentamos con el actual sistema económico y político.
Es importante recordar que esta asimetría de riesgos y poderes se sustenta en un sistema económico que determina una estructura social caracterizada por su desigualdad, como es la estructura de clases, y que necesita del crecimiento permanente para reproducir el capital, lo que entra en contradicción con los límites biofísicos del planeta, generando una creciente crisis ecológica.
Evolucionar hacia otra estructura política, económica, social y ecológica, necesita un cambio progresivo en la correlación de fuerzas sociales a todos los niveles para avanzar hacia un horizonte social viable, justo y sostenible. Hoy se pueden estar sentando las bases de un entorno diferente en la lucha política por los cambios tecnológicos, la crisis multifuncional y el aumento de la conciencia global de los riesgos que nos amenazan a causa de este sistema irracional, injusto e insostenible.
3. Contextualizar la transición ecológica
La transición ecológica está en la base del horizonte necesario para el cambio. Se ha elaborado mucho sobre sus contenidos (energías renovables, reposición de recursos no renovables, nueva cultura del agua, economía circular, movilidad, biodiversidad y topodiversidad, infraestructuras digitales, etc.) pero aquí queremos destacar que tiene que enmarcarse en una transición más amplia porque no hay manera de que con las actuales asimetrías políticas y económicas podamos resolver no sólo los las injusticias y riesgos tales como la desigualdad o las pandemias globales, sino incluso cómo adaptarnos al cambio climático (como elemento más visible de la crisis ecológica) y muchos menos cómo amortiguarlo.
Por todo ello, es necesario aportar ideas sobre cuales serían, en esta coyuntura, los contenidos de una revolución democrática, impelidos además por la necesidad de acometer cambios estructurales ante la crisis que está provocando esta pandemia porque ya no valen, frente a ellas, las medidas coyunturales con las que se trató de paliar la crisis de 2008.
4. La base de la revolución democrática es hacer efectiva la democracia republicana
La base de la revolución democrática, tal como indica el propio concepto, es su propia defensa, la ampliación territorial de sus ámbitos, la ampliación sectorial hacia las relaciones sociales y económicas y la profundización de una democracia representativa, participativa, deliberativa e inclusiva (democracia republicana).
El recientemente fallecido (2019) Erik Olin Wright, decía en una entrevista que “el principio fundamental del socialismo es la democracia a fondo, pero no se puede decidir de antemano el resultado de la deliberación democrática. Son las personas dedicadas a la lucha democrática las que deben resolver, porque nosotros no sabemos cuáles son las contingencias.” (Los puntos de la brújula. Hacia una alternativa socialista. New Left Review, vol. 41, 2006, pp. 81-109.).
5. El principio federal
La ampliación de la democracia a través del principio federal, hoy confinada en los límites del Estado (cuando hay democracia), es un vector de cambio imprescindible para superar la asimetría entre los riesgos globales, el poder económico global y los poderes públicos limitados a las fronteras estatales. Necesitamos un horizonte para ir avanzando en una estructura de poder global con capacidad para planificar y hacer frente a los riesgos globales.
En esta pandemia hay una lucha por el sentido común entre el fortalecimiento de la conciencia planetaria y quienes quieren hacernos creer en el espejismo de que la solución es la imposible vuelta al soberanismo de los Estados nación.
Es más, estamos comprobando cómo al desorden generado por la globalización neoliberal hay que agregar el nuevo desorden mundial que ha provocado la reacción autoritaria de muchos gobiernos como el de EEUU o el Reino Unido que se han opuesto sistemáticamente a cualquier política internacional de cooperación y han intentado hacer valer sus posiciones de privilegio levantando todo tipo de fronteras.
Pero el federalismo no es solo un principio de pacto para la cooperación entre Estados para generar nuevas estructuras democráticas de mayor escala, sino también un principio de descentralización política para dar respuesta a los sentimientos de pertenencia a comunidades políticas subestatales y también al municipalismo.
Este doble movimiento de pacto hacia fuera y hacia dentro en los Estados es la mejor defensa de la democracia porque, por un lado, eleva la escala democrática para hacerla simétrica frente los riesgos globales y el poder económico global y, por otro, mediante el autogobierno de las unidades subestatales fortalece la participación generando espacios políticos de dimensiones acordes con las capacidades de influencia real de la ciudadanía en las estructuras sociales, lo que fortalece el poder del sufragio.
Querámoslo no, lo globalización ha trasladado la soberanía efectiva desde el Estado nación a una soberanía universal (lo que también implica una ciudadanía universal), que en la práctica implica avanzar hacia una multiplicidad de soberanías compartidas articuladas en distintas estructuras políticas, según los pactos políticos de distribución de competencias.
6. Una nueva institucionalidad global
El horizonte más allá de la pandemia traerá sin duda importantes cambios geopolíticos en donde es posible que el actual sistema basado en la jerarquía entre Estados, dominado por EE.UU. de paso a un sistema más equilibrado. Para avanzar en esa dirección es fundamental que la UE de el paso para ir construyendo un sistema monetario sólido, es decir un sistema de naturaleza estatal, mediante la conexión entre legitimidad democrática, políticas fiscales y políticas monetarias, comenzando por compartir el riesgo del aumento de las deudas públicas a través de eurobonos.
Al igual que ocurrió tras la II Guerra Mundial (cuando hubo una reforma integral de toda la institucionalidad internacional y del sistema financiero en Bretton Wood que duró hasta que Nixon lo destruyó y abrió paso a la globalización) esta crisis nos pone en la necesidad de construir instituciones que puedan dar una respuesta global ejecutiva. Naciones Unidas y sus organismos tales como la Organización Mundial de la Salud (OMS) o el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), deben adquirir otra dimensión resolutiva frente a las amenazas de pandemia o del cambio climático, ya que la cuestión de cómo dar una respuesta efectiva y coordinada a las pandemias o quién regula y controla el acceso a los recursos naturales del planeta, está en la agenda de la respuesta a los problemas globales.
7. Reforma del sistema monetario internacional
Especial importancia adquiere la reforma del sistema monetario internacional para una revolución democrática. El dólar no puede ser la moneda dominante como reserva internacional. Tiene que haber un equilibrio monetario (democracia monetaria) basado en una pluralidad de monedas que cumplan esa función, incluso sería posible rescatar la idea que Keynes defendió en la conferencia de Bretton Wood de crear una unidad monetaria internacional (el bancor) en el contexto de una reforma global que incluía un mecanismo para equilibrar la balanza de pagos de los Estados, lo que hoy sería técnicamente más factible.
8. Un sector público potente.
La expansión democrática no sólo se debería proyectar territorialmente sino al mismo tiempo también sectorialmente. El sector público, frente a toda la ideología neoliberal que lo había denostado, ha aparecido en esta crisis como el garante de la protección básica de la ciudadanía. En efecto, vemos como la crisis del coronavirus ha puesto de manifiesto la importancia de tener un sistema sanitario público de carácter universal que atienda con equidad los problemas de salud de todas las personas. En cualquier circunstancia, pero especialmente en las situaciones de emergencia, poder garantizar la protección de los segmentos más vulnerables es lo que marca la diferencia con la sanidad privada.
Los servicios públicos como la educación y la sanidad nos muestran lo importante que es el que la ciudadanía disponga de estos bienes públicos con carácter universal. Nuestro horizonte de cambio se basa en un amplio sector público que instaure un nuevo equilibrio con el mercado.
El sector público puede asumir sectores esenciales que hoy están mercantilizados, aunque su producción no son mercancías reales sino ficticias. El trabajo, el sistema financiero, las infraestructuras energéticas y digitales, los recursos naturales y otros bienes análogos podemos transformarlos como bienes públicos desmercantilizados, conformando un sector público que podría constituir en torno al 60 por ciento de la economía, reforzando la función del Estado como actor central en la provisión de bienes.
El tremendo esfuerzo público que se necesita para hacer frente a esta pandemia o a la crisis ecológica, comenzando por el calentamiento global, va a necesitar una nueva dimensión del Estado con capacidad real para intervenir en la predistribución de los recursos y proveer bienes públicos con justicia social.
9. Un sector de mercado que responda a su naturaleza real
Toda economía es un complejo ecosistema de mecanismos de producción y distribución heterogéneos. El mercado cumple una función económica muy importante, pero es solo una parte del sistema económico del capitalismo. El verdadero núcleo del capitalismo es la zona del antimercado (capitalismo profundo o alto capitalismo) donde deambulan los grandes predadores e impera la ley de la selva (Braudel). Esta zona de antimercado se ha ido haciendo cada vez más extensa a medida que el capitalismo se expandía, concentraba y finaciarizaba, por ello no podemos identificar capitalismo y mercado.
El mercado es una parte insustituible de la economía, pero ni puede organizar toda la economía y mucho menos la sociedad. Lo que hoy conocemos como mercado incorporara como (falsas) mercancías al dinero, el trabajo y la tierra (que no son mercancías u objetos producidos), tal como denunció Polany, y los gestiona a través de pseudomercados, provocando crisis financieras, desigualdad y degradación ambiental, al desinsertarlos de su realidad institucional, social y ecológica, respectivamente.
Los mercados no pueden existir al margen del Estado democrático por lo que deben tener simetría con sus mismos niveles de escala porque es el Estado el que debe gestionar la macroeconomía y crear las estructuras políticas (autoridad), jurídicas (normas regulatorias, estándares de medidas, seguridad pública, configuración y protección de la propiedad y de los bienes comunes, formación de la fuerza de trabajo, dotación de servicios públicos, etc.) y financieras (creación y regulación de la oferta monetaria y del sistema monetario que determina y procura dotar de estabilidad a los precios) que hacen posible su buen funcionamiento, al mismo tiempo que los “disciplina” y limita su vis expansiva, porque los mercados, por su propia dinámica, siempre han tenido una vocación colonizadora de todas las instituciones sociales. El mercado tiene que cumplir su función, pero no puede ser el mecanismo que decida el futuro del mundo
En una sociedad democrática global, los mercados, redimensionados a su función económica y reequilibrado con respecto a los poderes públicos, serán una solución eficiente a las complejas necesidades de coordinación económica de precios y cantidades.
10. Democratizar la propiedad de las grandes empresas
Para prevenir la concentración empresarial en el ámbito de los Estados existen normas que supuestamente, aunque no de manera efectiva, impiden los monopolios. Esta circunstancia nos indica que para evitar concentraciones de riqueza se necesitan reglas que pongan límites claros a la acumulación del poder privado.
La concentración del capital de las grandes empresas transnacionales genera poder antidemocrático y una desigualdad estructural socialmente insoportable. El cómo impedirlo es un debate clave para una revolución democrática. En todo caso parece que hay cuatro dinámicas importantes. En primer lugar, la participación de las personas trabajadoras en el control y la propiedad de esas empresas. En segundo lugar, muchos sectores, ahora dominados por grandes empresas, tendrán que pasar a ser de propiedad pública en función del nuevo equilibrio entre los poderes públicos y el mercado. En tercer lugar, el cooperativismo tiene que jugar un papel fundamental, apoyado por facilidades para su financiación pública, y, en cuarto lugar, la propiedad individual de pequeñas y medianas empresas en una economía más democrática pueden desempeñar un papel muy importante. No se puede establecer cuál sería la combinación óptima, pero en todo caso la provisión de las infraestructuras básicas, la propiedad intelectual y los recursos naturales que hacen posible la actividad económica y la vida social, deben ser públicas.
11. Automatización y reducción del tiempo de trabajo
Tal como afirma Anders Hayden (“La reducción del tiempo de trabajo y una estrategia ecológica post-crecimiento”. Ecopolitica 40, diciembre. 2010) desde los inicios de la revolución industrial, los trabajadores y sus aliados han defendido la reducción del tiempo de trabajo por dos razones fundamentales. Primero, porque ganar tiempo fuera del horario laboral es una vía fundamental para mejorar la calidad de vida. Segundo, porque la reducción de la jornada laboral ha sido considerada una forma de reducir el desempleo mediante la redistribución del empleo disponible. Con el tiempo, la lucha por la reducción de la jornada laboral consiguió logros como las ocho horas diarias, el fin de semana de dos días, vacaciones pagadas, bajas por maternidad/paternidad y derechos a la jubilación. Actualmente, a tales motivaciones históricas para una reducción del tiempo de trabajo, se le han sumado nuevas razones: el aumento de la productividad por la digitalización y la automatización obliga a reducir las horas de trabajo para mantener un reparto equitativo que revierta en mayor generación de empleo, a lo que se suma la necesidad de reducir el impacto sobre el medio ambiente.
El debilitamiento del movimiento sindical durante la globalización había dificultado las reivindicaciones para reducir el tiempo de trabajo. Sin embargo, la nueva coyuntura de crisis de la globalización neoliberal está poniendo en las agendas políticas la reducción del tiempo del trabajo como alternativa ante la sobreproducción para mejorar la calidad de vida con salarios dignos para las personas trabajadoras.
12. Territorializar y conectar institucionalidad democrática, producción, distribución y consumo
Tanto la crisis ecológica, como la crisis derivada de la pandemia, demuestran que se necesita una nueva articulación territorial de las cadenas de producción y distribución globales sobre una escala distinta, cuyo principio general debe ser el de la cercanía, su conexión con las estructuras públicas y con una comunidad política en la que se produzcan bienes culturales que puedan ser ampliamente compartidos.
La competencia no obliga a las empresas a hacerse más grandes a menos que existan mayores economías de escala. Con la revolución digital las economías de escala están disminuyendo rápidamente en muchas áreas de producción, lo que permite la existencia de pequeñas empresas de alta productividad, porque los costes unitarios de producir pequeños lotes de productos no son muy distintos de la producción de grandes cantidades, por lo que es mucho más difícil para las grandes empresas monopolizar los medios de producción ya que el monopolio depende, de forma significativa, del hecho de que se necesitan grandes cantidades de capital para producir de forma competitiva.
Si no hay economías de escala, no hay ninguna razón para que las empresas tengan que crecer para poder competir ya que su ventaja competitiva no aumenta por ser más grandes.
La crisis de la pandemia ha demostrado además la urgencia de no depender de las cadenas globales de producción que han desarticulado los tejidos productivos locales. En este contexto no solo es viable sino además necesario impulsar sinergias entre las empresas del sector productivo y de la distribución comercial, potenciar los productos autóctonos y apostar por un nuevo modelo productivo que permita que la creación y generación de riqueza revierta en los territorios locales, proporcionando un mayor grado de autonomía y una mejora en el posicionamiento de las pymes, tanto productoras como comercializadoras.
13. Una sociedad feminista
Una sociedad feminista implica la igualdad en cualquier ámbito social, eliminando todos los vestigios culturales patriarcales que oprimen y explotan a las mujeres, en particular la violencia machista, la discriminación laboral y familiar y la explotación sexual. El feminismo impugna las relaciones de jerarquía entre géneros lo que implica cuestionar la jerarquía social en su conjunto y al propio sistema capitalista, ya que la crítica feminista a la jerarquía se extiende a todos los aspectos de la vida cotidiana. El feminismo ha contribuido a un nuevo concepto de empoderamiento y transformación que necesita cambios que no sólo afectan a las esferas de producción sino también a la organización social y al conjunto de relaciones humanas, habiendo puesto de manifiesto un conflicto que va más allá de la contradicción entre el capital y el trabajo por lo que la emancipación de la mujer es condición indispensable para la emancipación del conjunto de la sociedad.
14. Otra forma de ser feliz, otra forma de consumir
La sociedad de consumo nos conduce a una dependencia casi obsesiva de todo tipo de bienes, no sólo para satisfacer las necesidades reales, sino también como símbolos de posición social, aunque este modelo de consumo implica más desigualdad y expolio de los recursos naturales. Se consume para imitar a los sectores de la sociedad que se presentan como modelos de felicidad como los ricos y a los famosos, frente aquello que es digno y necesario de verdad.
En un reciente informe, de agosto de 2019, el IPCC, el grupo de expertos de la ONU contra el cambio climático, afirmaba que el crecimiento de la población mundial y los cambios en las dietas y el consumo desde mediados del siglo pasado han llevado a tasas sin precedentes de uso de la tierra y el agua. Los modelos de consumo actual también están provocando una degradación de la salud como consecuencia de los nuevos patrones alimentarios y sociales.
El cambio en los modelos de consumo puede venir por la interacción entre cambios estructurales y la generalización de las experiencias de sectores sociales que ya están ensayando otros patrones de consumo, donde la cultura, la racionalidad y lo cualitativo, tienen prioridad sobre la banal, la irracionalidad y lo cuantitativo, de forma que sea compatible el consumo con la justicia social, la protección del medio ambiente y la priorización de la salud. Además, en esta crisis estamos comprobando que el estándar de vida de la gente no depende sólo del consumo que se pueda adquirir directamente, sino que en una parte fundamental también depende de los servicios que están a disposición del público.
15. Conclusiones
Esta crisis va a ser disruptiva y todas las posibilidades de cambio van a estar abiertas, dependiendo de la evolución de la correlación de fuerzas sociales. Lo que parece evidente es que el mundo no va a volver a ser el de antes. Es posible pensar en un horizonte de cambio estructural que dé respuesta a los riesgos letales combinados a los que nos enfrentamos que el actual sistema económico y político lejos de dar soluciones, los está agravando.
La pandemia ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad del actual sistema económico basado en las grandes cadenas globales de producción y distribución y en la liberalización de los movimientos de capital, mientras que los Estados siguen reducidos a una dimensión local, y cómo los mercados globales no cumplen con eficacia su función de coordinador automático porque cuando los mercados dominan sobre los poderes públicos no sirven ni para el largo plazo, ni para los problemas globales ni para situaciones de crisis extraordinarias y provocan una desigualdad estructural.
Al mismo tiempo estamos comprobando cómo frente a la vulnerabilidad generalizada, los Estados democráticos, lo público, son los instrumentos que hemos logrado construir para dotarnos de seguridad y que lo hacen desde el principio de igualdad potenciando los valores comunitarios, la solidaridad, para que no se quede nadie atrás, aunque también estamos viendo cómo los sistemas públicos no tienen ni la dimensión ni la potencia suficiente para hacer frente con eficacia a los riesgos globales.
En este artículo planteamos que el cambio tiene que venir de la combinación de una triple perspectiva: a) el aumento de la dimensión de las estructuras estatales y el fortalecimiento de las estructuras públicas internacionales guiadas por el principio federal, b) cambios en las estructuras económicas y sociales, c) teniendo como denominador común la defensa y la profundización de la democracia sobre la base de los valores republicanos.
La sinergia estas dinámicas (no es posible el cambio en un solo país) harían posible avanzar en una transición ecológica y social, en el contexto, por una parte, de los cambios tecnológicos que han elevado a la ciencia y a la tecnología como las nuevas fuerzas productivas de forma que el aumento de la productividad libera tiempo disponible para toda la sociedad, y por otro, de una nueva toma de conciencia sobre el valor de lo público, de nuestra interdependencia como humanidad y de que sólo tenemos un planeta.
No se trata de formular recetas sino de trazar perspectivas hacia la que dirigirse para fortalecer a los sectores sociales cuyos intereses se funden con los intereses del conjunto de la humanidad porque defienden una solución para todxs ante los problemas que nos amenazan globalmente como las pandemias, la desigualdad o la crisis ecológica.
(*) La imagen es una obra de la artista plástica argentina Elisa Insúa. Los materiales que emplea para sus creaciones son de descarte o desechos no orgánicos, los cuales sirven para evidenciar la sociedad en la que vivimos: una que busca crecer a toda costa sin importar la huella medioambiental que deje.