Sebastián de la Obra / Manuel José García Caparrós era un joven (ahora tendría mi misma edad) que salió a manifestarse un 4 de diciembre de 1977 en Málaga. Cientos de miles salimos a la calle ese día. Nos juntamos para reclamar una existencia negada durante siglos y para proclamar nuestro derecho a soñar. No disponíamos de un mapa como guía. No estaba señalado el relieve ni los límites ni los puntos cardinales. No nos dio tiempo de colocar una rosa de los vientos. Nos guiaba Céfiro y nuestros pasos dibujaban el itinerario mientras se iba construyendo el mapa. A veces necesitamos gente al lado (ni delante ni detrás) para resolver o empujar nuestros sueños y dibujar nuestros mapas.
Manuel José García Caparrós se manifestó ese día en Málaga. Recibió un disparo certero (de los que cumplen fielmente su función) y murió. Asesinado. Ese día, un pusilánime, encogido, miedoso e inefable presidente de la Diputación Provincial de Málaga, se negó a que la bandera andaluza ondease en el balcón de la institución. Miles de gargantas se quejaron de su ausencia; también la de Manuel José García Caparrós. Al final de la manifestación se produjo el disparo. La rabia y las lágrimas pesadas todavía perduran (agazapadas en una memoria débil, pero que debe ser fértil).
El Ayuntamiento de Málaga tardó 24 años en colocar una pequeña placa con el nombre de Manuel José García Caparrós. Y por un instante menguó el olvido. El próximo día 28 de febrero se le concede, a título póstumo, la distinción de Hijo Predilecto de Andalucía. Esto está bien. La Junta de Andalucía (gobernada ininterrumpidamente por la misma formación política) ha tardado 35 años en concederle esta distinción (a pocos se nos debería escapar que es el nombre de Manuel José García Caparrós el que distingue al premio y a quién lo otorga).
¡Ay!, si yo pudiese acertar con las palabras exactas que definiesen este injusto letargo. Georges Orwell las conocía (las palabras): los poderes tienden a olvidar todo hecho que no convenga recordar y sacarlo del olvido sólo por el tiempo que interese. Nuestra historia esta plagada (contaminada) de ejemplos en los que las causas justas se olvidan hasta que se convierten encausas oportunas.
Pasó el tiempo y Manuel José García Caparrós fue definido por su hermana mayor, Purificación, como un joven alegre. En una entrevista que le hicieron, ella declaraba: “mi hermano era un joven alegre, si entraba 24 veces a casa, 24 besos le daba a mi padre y otros tantos a mi madre (…)”
Ahora sabemos que los cubiletes de los trileros que administran nuestras vidas están vacíos. En la calle, en sus despachos o en las tribunas, son lo que parecen. Sus certidumbres (y las nuestras) se tambalean. Por mucho que nos inunden de cifras que esconden el daño y no lo reparan. Este daño es irreparable, sólo la memoria (no la anécdota) es capaz de tamizarlo.
En este tiempo denso y con olor a podrido necesito hablar de otro tipo de cifras: Manuel José García Caparrós era capaz de dar 1152 besos al día a quienes quería; han transcurrido 12.554 días desde que lo mataron hasta el próximo 28 de febrero; quiere decir que este joven andaluz ha dejado de dar (y su gente de recibir) un total de 14.462.208 besos (catorce millones cuatrocientos sesenta y dos mil doscientos ocho besos). Es una deuda eterna y un déficit imposible de superar. Ni siquiera para una tierra tan grande como Andalucía.
Abro la ventana y llueve. Manuel José García Caparrós tendría mi misma edad y no hemos sido capaces de compensar la ausencia de sus besos; se los arrebataron a él y a nosotros.