Ya han terminado los actos oficiales acerca del 12 de octubre, donde el nacionalismo español reivindica el nacimiento de España y asienta en el imaginario colectivo de la ciudadanía el relato oficial acerca de la formación del Estado-nación. Los mismos que critican que el nacionalismo catalán se remonte a 1714 para reivindicar sus existencia como pueblo, hoy no han tenido ningún pudor en apelar a 1492 para reivindicar la existencia de España.
Lo peor no es celebrar que pertenecemos a una misma realidad política, sino de qué manera y qué símbolos se usan en una manifestación pomposa que exalta valores militares y donde la estrella estelar es una cabra, unos cuantos aviones de guerra y el orden castrense. Todo por la módica cantidad de un millón de euros.
Si uno le pregunta a un nacionalista español si lo es, lo más seguro que diga es que no lo es. “Yo soy español, no nacionalista”, suelen decir los mismos que vibran con la rojigualda, con los sones militares, la cabra de la Legión y se llevan la mano al corazón cuando oyen el himno español. Este nacionalismo, como el catalán, no está impulsado por las clases populares, aunque las clases populares también sean patrioteras, sino por unas clases dominantes que usan los metros de banderas para tapar sus cuentas en Suiza y el empobrecimiento de la gente que vive debajo del trapo al que fingen emoción y respeto.
Sin embargo, las clases populares vibran con la bandera tanto como las clases dominantes. De ahí que los populismos, de arriba, de abajo y de más allá, usen el concepto de patria a placer para intentar desactivar en la ciudadanía el botón de la razón para poder inocularles fe y patria como los criadores de pavos alimentan con pienso a estas aves para que engorden a la mayor rapidez posible.
El 12 de Octubre es la incapacidad del nacionalismo español para construir un relato cívico de España y la constatación de que es imposible que un país avance cuando no es capaz ni de tejer un relato común que sume, aglutine consensos y no esté basado en las ínfulas imperialistas y en la conquista genocida de un pueblo superior (Castilla, entonces) sobre otros pueblos (Latinoamérica).
Afortunadamente, este año hemos tenido alcaldes de grandes ciudades que se han negado a participar de un acto nacionalista y castrense que está muy lejos de los valores cívicos sobre los que se construyen las democracias modernas.
Mañana, el nacionalismo malo será el catalán, el vasco o el gallego, como el colesterol malo, y los nacionalistas españoles seguirán siendo “no nacionalistas” y su nacionalismo, como el colesterol bueno, saludable. Lo peor del nacionalismo español es que no se ve, es lo normal, lo dado, lo aceptado, como todos los relatos e ideologías que discriminan. Y por eso es tan peligroso, tan dañino para que este país avance e intelectualmente tan insultante.
Probando a ver si ha vuelto la libertad de expresión