NO hay revolución sin excluidos. Desalojados. Desahuciados. Marginados por el poder social, político y económico. No importa el lugar, ni la época, ni su disfraz (monarquía, dictadura o democracia). Siempre son los excluidos por el poder quienes encienden la llama revolucionaria y siempre son ellos quienes terminan quemados. Héroes y mártires. Anónimos en su mayoría. Es el tiempo quien termina concediéndoles la razón y la victoria. Como quienes perdieron la guerra civil. ¿De verdad la perdieron? Yo soy un excluido. Estoy con ellos porque soy ellos.
Fueron los excluidos quienes incendiaron y perdieron la revolución francesa. Creyeron ingenuamente en los inventores del concepto político de Nación para acabar con las diferencias sociales derivadas del vasallaje absolutista y clerical. Los engañaron. La anti-clase burguesa, hasta entonces excluida del poder, consiguió incrustarse en las estructuras del Estado amparada en el lema «igualdad, libertad y fraternidad». Y plasmaron esta farsa en la Declaración que distinguía los derechos del hombre y del ciudadano. La ley que debía hacer iguales, libres y hermanos a los excluidos, generó así una nueva anti-clase en el incipiente proletariado, y mantuvo la extra-clase que formaban las mujeres, homosexuales, herejes, esclavos, tullidos, mendigos y demás marginados sociales. La misión igualitarista de la Nación fracasó en el mismo momento del parto. Y el Estado asesinó al Pueblo que lo creó.
Otro tanto ocurrió con la revolución soviética protagonizada por excluidos que terminaron excluyendo. El Estado del Bienestar acabó formalmente con esta diferencia de clases. Y creó un sistema perverso de incluidos como excluidos a los que Agambem llama «homo sacer» (hombres sacrificados). Cada vez son más. Parados. Inmigrantes. Jóvenes. Mujeres. Están sin estar. Todos son titulares de derechos que han sido secuestrados por el poder (económico, político y social) en nombre de la seguridad o la partitocracia. Todos ellos éramos tratados como bueyes hasta que la horizontalidad de la red nos permitió romper sus ataduras. Ahora somos visibles. Y ahora nos tratan como lobos.
Pero somos ciudadanos. Libres. Inteligentes. Que votaremos o no. Porque votar es un derecho. No un deber. Si ninguna opción te convence, no votes. O vota nulo. Pero así favorecerás a los que han blindado el acceso a la democracia, convirtiendo el pluralismo en un bonsai que podan cada cuatro años. Peor aún es si votas en blanco. Aumentas el número de votos que necesitan las opciones incluidas en el sistema como excluidas. Las censuradas por la ley electoral. Creo con sinceridad que la política no es un estigma y menos aún que manche a quien honestamente se entrega a los demás sin esperar recibir. Por eso no dudes en castigar a los políticos que hacen justo lo contrario de lo que dicen. A los que se han anclado en el poder, en los privilegios, a los imputados, a los corruptos. A los que nos tratan como bueyes y lobos. Y recompensa a los que creen en las mismas revoluciones que las tuyas. A los que te respetan como ciudadanos. Por eso no votaré nulo. Ni votaré en blanco: votaré en blanco y verde. Y seguiré en esa lucha no importa lo ocurra en estas elecciones. Para quienes creemos en las utopías, perder es dejar de luchar.
Vuelta roja la tierra con nuestra sangre derramada impune durante siglos; mas amanecerá un día sobre los verdes campos nuestra Aurora blanca…
¡No nos rendiremos!, ¡preferimos morir luchando prente al clerical-fa$ci$mo rojipardo genocida antes que seguir siendo esclavos! Andaluces, levantáos, la anhelada Victoria Final está próxima! ¡VENCEREMOS!