El Obispo de Cádiz y Ceuta no permite que un chico transexual sea el padrino en el bautizo de su sobrino. Cientos de noticias y algunos colectivos han salido en defensa del chico transexual, de su derecho a educar –que es lo que significa ser padrino- a su sobrino en la religión que gestiona una institución que lleva años despreciando y produciendo lesbianas, gays, bisexuales y transexuales infelices.
Es una lástima que tantos años de lucha de tantas y tantas personas LGTB hayan terminado en pedir el ingreso en la institución y fe que más daño ha hecho a las personas homosexuales y transexuales. La lucha por la igualdad aspiraba a salir de la Iglesia, por dejar de empoderar a quienes han humillado por los siglos de los siglos a toda criatura ‘invertida’. Aspirábamos a ser libres, a dejar de necesitar seres divinos y superiores en los que creer, a que nuestra moral no fuera nunca más gestionada por terceros y a construir una sociedad de iguales sin seres superiores que nos guíen.
La lucha histórica de las personas LGTB, como toda lucha que aspira a la emancipación de los seres humanos, era dejar de ser ovejas, no cambiar de pastor o pedirle a los pastores crueles que tuvieran piedad con sus ovejas descarriadas. Dignidad, ni más ni menos, un poquito de respeto a nosotros y nostras mismas, no permitir empoderar a quien nos ha humillado desde el principio de los tiempos.
En realidad, el chico transexual no hace otra cosa que pedir permiso para formar parte del sector dominante que lleva años haciéndole la vida imposible, insultándolo y negándole su condición ser humano. No es ni más ni menos que la reproducción de en lo que se ha convertido la causa LGTB, convertida por medios de comunicación y sectores empresariales (también algunas entidades LGTB, por qué no decirlo) en una lucha descafeinada y homeopática que tiene su mayor símbolo en el Orgullo Gay de Madrid (no así los Orgullos provinciales, aún en manos de la asociaciones del ramo), una fiesta recaudatoria que ha ido bajando tanto los requisitos para participar en ella que cabe hasta Ciudadanos, el BBVA y cualquier empresa que tenga dinero para pagar sus múltiples discriminaciones mediante algún patrocinio.
El Orgullo Gay –y en muchos casos la reivindicación LGTB- ha ido vaciando de contenido lo que fue una lucha de máximos, una lucha por la dignidad en la que se luchaba por aspirar a la emancipación, por la desprivatización de la gestión de la moral y por salir de la oscuridad de las sacristías, de los confesionarios y de los espacios de rancio abolengo donde te invitaban al suicidio si confesabas que habías tenido pensamientos impuros con tu compañero o compañera de pupitre.
No siento ninguna empatía por el chico transexual y me siento avergonzado cuando escucho a una asociación LGTB salir a defender a una persona que está pidiendo ingresar en la Santa Madre de Todas las Discriminaciones y, con ello, reforzando y legitimando el poder de esta institución sobre nuestras vidas. A nadie se le ocurriría salir a defender a un judío que pidiera el ingreso en una organización nazi o a un negro que pidiera formar parte del Ku Klux Klan.
Por la cuenta que nos tiene, si no queremos que sean los propios homosexuales y transexuales quienes refuercen en el futuro comportamientos discriminatorios, clasistas y llenos de amnesia, las entidades LGTB ya pueden ir abriendo una reflexión sobre qué tipo de discurso se está construyendo con un Orgullo sin valores, sin lenguaje incómodo, sin ideología, sin memoria, donde caben hasta empresas o partidos que discriminan a otros sectores sociales y hasta un concurso de belleza es considerado un evento que lucha por la igualdad. Recordemos siempre: Aspirábamos a salir de la Iglesia, a ser libres, no a luchar para entrar en ella ni para educar a nuestros sobrinos en los postulados del Obispo de Cádiz.