Raúl Solís| Son las 17:00 horas de un sábado rociero. Sevilla echa fuego. El termómetro marca 38ºC. Una Andalucía está en El Rocío, la otra está encerrada en la universidad para luchar por la Educación pública; los medios sólo hablan de una, la otra es censurada para que las protestas no se extiendan. Dentro del edificio histórico que alberga la sede de la Universidad de Sevilla, un grupo de estudiantes mantiene su encierro en defensa de su futuro. La mayoría ha ido un momento a casa: a ducharse, a por comida, a descargar las fotografías que les recordarán que un día se atrevieron a cambiar el mundo, a por otro saco de dormir o a por algo de dinero para sacar un café de la máquina. Un reducido grupo los espera y mantiene viva la llama de las antorchas de papel que cuelgan de las paredes de su cuartel ético.
El zaguán del Rectorado te recibe con organización. Nada más entrar, a la derecha, cuelgan unos murales indicando dónde, cómo, quiénes y por qué se manifiestan. Se anima a los estudiantes a que se unan a las comisiones de trabajo. Todo lo que se lee, se ve o se oye desprende el sabor de las conquistas históricas. Saben que su lucha es contra los poderosos pero también saben que ningún gobierno ganó nunca a los estudiantes. La lucidez y fuerza de la juventud mantiene una lucha a 38ºC contra quienes “no nos dejan soñar”.
Margarita, forma parte de la comisión de logística, se encarga de que los pasillos, convertidos en habitaciones colectivas, estén limpios, de que la megafonía funcione, de que estén a buen resguardo las pertenencias que los chicos depositan en consigna. El civismo es tal que han improvisado una dependencia para encontrar los objetos perdidos. Junto a Margarita, están Adriana, Silberto o Selu. Ninguno supera los 22 años. Provienen de disciplinas diversas pero les une la profesión de sus padres: “parados de larga duración”. En este cuartel, la guerra se hace con libros, conciencia y razón.
A 50 metros de la comisión de logística, se encuentran los estudiantes encargados de la comunicación. Esperanza, Blanca, Sergio o Laura actualizan el blog que han abierto. Mandan correos internos para movilizar a compañeros y profesores. Diseñan las notas de prensa que enviarán a los medios de comunicación que los silenciarán e insultarán. Para Sergio Polo, estudiante de la Universidad Pablo de Olavide, lo que está haciendo la prensa conservadora es “una manipulación excesiva”. Y Alejandro recuerda a ABC o La Razón que el parón académico ha sido refrendado por 25.000 estudiantes. “Quizás, su concepto de democracia es diferente al nuestro”, sostiene Alejandro, un estudiante de Educación Física que ni huele mal ni está sucio, como afirman “quienes nos quieren confundir con terroristas o vagos y maleantes”.
La comisión jurídica, compuesta por alumnos y profesores de Derecho, se encarga de que todas las acciones de protesta programadas cumplan con la legalidad. Laura está a punto de terminar Traducción e Interpretación. Cuenta la dureza de su vida con una templanza nada normal para una chica de 22 años. Se quiere ir al extranjero, para perfeccionar los idiomas que habla, pero “me gustaría establecerme aquí”. Critica que “España se está dedicando a formar capital humano para que emigre” y lo dice con la tristeza de quien sabe que será la próxima en sacar un billete sin vuelta.
En las comisiones, hay gente de todos los campus. Los grupos de trabajo surgieron a raíz de las multitudinarias asambleas del 23 y 24 de mayo en las que se congregaron 3.000 estudiantes. ABC informó que se habían dado cita sólo 100 alumnos. Esta “manipulación sibilina” tiene enfadados a los universitarios, que piden a los medios de comunicación que informen “con honestidad”. Esperanza, que estudia Periodismo, señala que respeta la línea editorial de los medios de comunicación pero que ésta “nunca puede cruzar la barrera de la desinformación y la mentira”.
Las historias de los huelguistas hiere la mínima sensibilidad que pueda tener el ser humano. Algunos ya no estudiarán el máster que deseaban porque no podrán pagar los 3.600 euros que costará. Otros, saben que este será su último curso si el Real Decreto 14/2012 entra definitivamente en vigor. Adriana nunca podrá cursar su deseado máster de Física Médica. Carlos Martín, estudiante de Ingeniería de Telecomunicaciones, se queja de que los másteres de las ramas de Medicina e Ingeniería costarán más de 9.000 euros: “imposible de pagar para el hijo de un dependiente de una tienda de ropa infantil”, enfatiza mientras agacha la mirada como si le diera miedo lo que acaba de pronunciar.
La voracidad climatológica se atempera a medida que avanza la tarde. La mayoría de estos jóvenes conscientes se turnan para también poder estudiar en una sala de estudios que han improvisado en un aula de su cuartel de resistencia. Les obsesiona la mala prensa y el silencio de los medios de comunicación. Repiten que “no somos terroristas, somos estudiantes”. Margarita, estudiante de Filosofía, nacida en Gerena, hija del dueño de una mercería en la que “cada vez entra menos gente”, recuerda, escondida en su timidez, que “somos pobres, pero buena gente”.
A todos les he preguntado la situación laboral de sus padres. Y casi todos responden lo mismo: “parados de larga duración” o “cobra la ayuda de 400 euros”. Su juventud los hace débiles pero su lucha los hace dignos. “Lo único que tenemos los pobres es dignidad y no me agacharé nunca ante los poderosos”, espeta Jara, una estudiante de Matemáticas que vive en el barrio sevillano de San Pablo. Jara, sin beca no podrá seguir estudiando. El Ministerio de Educación y Ciencia le pagó este año la matrícula y le becó con 2.700 euros con los que tiene para “mis cosas”: bonobús, ropa, fotocopias, libros o alguna entrada para el cine. Con 700 euros al mes que gana su padre, ve complicado hacer frente a las matrículas de ella y su hermana.
Otros alumnos son más afortunados. Aun sin beca, podrán seguir estudiando porque sus economías familiares están más sanas que las de Margarita o Jara. “Pero hay algo que se llama conciencia, justicia, solidaridad e igualdad”, dice un alumno de Geografía que ayer cumplió los 20 años. La tarde cae.
Van viniendo los que se fueron a duchar, a comer o a descargar las cámaras fotográficas. Calculan que esta noche dormirán unos 200 jóvenes en el Rectorado, pero el lunes “volveremos a ser más de 2.000 encerrados” en defensa de la educación pública y contra la subida de tasas universitarias. No tienen futuro ni miedo. Les sobra esperanza, civismo, convencimiento de que hacen lo que deben y energías para derrotar a los que quieren privatizar la herramienta más poderosa que tienen los pobres para conquistar sus sueños.