‘No’ es una película mucho más que una película. Mitad ficción mitad la vida misma. Es lenguaje publicitario pero no sólo. Narra el Chile del final de la dictadura y la dureza de los golpes que dan los dictadores cuando se sienten acorralados. Pocas veces un no ha sido tan afirmativo ni un sí tan maquiavélico. ‘No’ es también la muestra de que la izquierda a veces sabe renunciar a sus máximos para alcanzar lo posible. Y consigue lo máximo: la libertad.
‘No’ es una lección a esa izquierda ultraindignada del todo o nada, que reparte carnés de izquierdismo a diestro y siniestro, y que expulsa de una manifestación a quien se atreve a militar en una trinchera distinta a la que manda el dogma de fe de la masa enfurecida. ‘No’ es política convertida en una narración poética de dos horas de duración. Muestra los horrores de la dictadura pinochetista pero, sobre todo, sueña con la alegría de la democracia que está por venir.
El director del largometraje chileno, Pedro Larraín, consigue que podamos acariciar el tacto que tienen los anhelos de los pueblos presos. En ‘No’ gana la creatividad de la oposición frente al lenguaje belicoso del dictador. Gana la mirada inocente de Simón, el hijo del publicista que diseña la campaña política de la oposición a Pinochet, frente a la mirada odiosa de un gobierno incapaz de usar más argumentos que los tanques.
Contra todo pronóstico, con solamente 15 minutos diarios en la manipulada televisión nacional del régimen pinochetista, la izquierda derrotó al miedo. ‘NO’ era sí a la libertad, sí a la igualdad, sí a la convivencia, sí a la paz social, sí a la dignidad y sí a Chile. El no de los chilenos fue una afirmación rotunda, incluso a la posibilidad de la decepción que llegaría tres décadas más tarde.
La Concertación, dieciséis partidos políticos que iban desde los comunistas hasta la democraciacristiana, se unió en lo mucho que le unía para decir no a 15 años de atroz dictadura que dejó un reguero incontable de exiliados, ejecutados y desaparecidos que aún no han aparecido.
La izquierda chilena se unió con alegría, frente a la campaña en blanco y negro del sí a Pinochet. La izquierda renunció a mostrar las palizas y a presumir de desaparecidos y ejecutados. No era necesario, las familias de los ajusticiados sabían que los suyos no volverían y los que fueron golpeados todavía podían palpar las cicatrices que les dejó su lucha por la democracia.
‘No’ es una gran película. Tanto desde el punto de vista emocional como desde el ámbito de la comunicación política. Demuestra que en política no gana quien enseña más altercados con la policía ni quien se jacta de mostrar las sombras. Al contrario, en política sólo convence quien muestra que el camino que propone es más justo que el trayecto que proponen quienes golpean a los diferentes. Y guarda una gran lección a tomar en cuenta por la izquierda del todo o nada: jugar al todo siempre acaba terminando en nada.
Raúl Solís (@RaulSolis)