Rafa Rodríguez
Las actuaciones de Pedro Sánchez para articular una mayoría parlamentaria que apoye su investidura y respalde la acción de un gobierno estable, resultan erráticas y contradictorias a no ser que se trate de una gran cortina de humo para llevarnos a unas nuevas elecciones.
Pero ¿qué sentido tiene que fuerce la celebración de unas nuevas elecciones con la perspectiva de que se vuelva a repetir una situación similar o incluso que sume la derecha la mayoría necesaria para gobernar?
Esta arriesgada maniobra, que rompe con su imagen de líder de izquierda y que condena al país a estar dirigido por un gobierno en funciones en un contexto de riesgos internos (sentencia del process y de los ERES, presupuestos del 2017 prorrogados al menos durante dos años, ralentización económica, imposibilidad de actualizar la financiación autonómica y local, etc.) y externos (cambio climático, guerra comercial, brexit sin acuerdo, etc.), solo tiene, a su vez, una presunción probable: una operación de “Estado” para intentar volver al bipartidismo con el apoyo del PP y de los grandes lobbys económicos.
Sin embargo, nuestra hipótesis es que es improbable que se pueda volver a un sistema bipartidista o que, en el caso de que se logre de forma artificial mediante mecanismos de “ingeniería” electoral y de mercadotecnia, puede provocar una eclosión antipolítica.
El bipartidismo en España no ha sido tanto un producto del sistema electoral, que desde luego ayudaba, sino del contexto cultural que había generado el neoliberalismo.
El neoliberalismo había conseguido marginar a la izquierda que no transigía con el liberalismo. En España, el contexto neoliberal unido a la mejora de las condiciones de vida por la conquista de la democracia, provocó una relación política que se tradujo en la confianza mayoritaria del electorado progresista y conservador en el PSOE y en el PP, respectivamente. Entre ambos, a pesar de sus diferencias y confrontaciones, había un consenso básico: el mercado global marcaba la dirección de la economía y el Estado gestionaba la realidad que el mercado dirigía.
La sociedad se conformaba con una representación política con un pluralismo mínimo a cambio de una estabilidad que le garantizaba una mejora permanente en las condiciones de vida. Este estado de cosas se ha mantenido mientras que la apariencia de progreso era sólida a pesar de la debilidad subyacente del modelo económico que esta misma dinámica generaba. La cultura del neoliberalismo había conseguido en España una extrema simplificación de la representación política.
La crisis del 2008 acabó con el espejismo y mostró la dura realidad de una economía que se derrumbaba ante el huracán de la crisis financiera global. La reacción social se fue cociendo hasta que de forma emblemática estalló el 15 de mayo de 2011, rompiendo el acuerdo implícito entre ciudadanía y sistema político, al grito de “no nos representan”.
Desde entonces, la ciudadanía, sabedora del valor de la democracia para la convivencia, ha ido metabolizando los durísimos efectos de la crisis en forma de un nuevo sistema político, el multipartidismo, a pesar de los condicionantes electorales. El multipartidismo es una negación del consenso entre las élites de los partidos políticos en torno a que “el mercado global marque la dirección de la economía y el Estado gestione la realidad que el mercado crea”.
Por el contrario, implica la ausencia actual de un consenso estable, aunque una parte mayoritaria del electorado quiere una mayor capacidad de decisión del Estado democrático ya sea para cambiar el modelo económico, redistribuir mejor la riqueza, hacer realidad la igualdad de género y proteger a las mujeres de la violencia machista o impulsar la transición ecológica con la prioridad de luchar contra el cambio climático. Se trata de un Estado emprendedor (en expresión de Mariana Mazzucato) que por una parte defienda el Estado del Bienestar y por otra ponga las bases para ganar el futuro, a pesar de su debilidad actual por el endeudamiento público que ha provocado el tipo de gestión estándar de la crisis.
En muchos Estados, empezando por EE.UU. la crisis del neoliberalismo ha provocado una respuesta defensiva por parte de las élites económicas que, usando electoralmente un sentimiento nacionalista primario – excluyente en términos políticos -, cierra sus fronteras al mismo tiempo que intervine en el exterior para arrancar los máximos recursos posibles, reconvirtiendo la ideología neoliberal en iliberal, una nueva forma de liberalismo autoritario con ribetes neofascistas.
En España, el representante de este proyecto sería Vox, pero aquí los deseos incluso del electorado conservador miran a Europa porque consideran que hay mucho que ganar como miembro de la UE y poco que conservar en una política de aislamiento y de vuelta a la “peseta”. Por eso Vox es un híbrido entre el iliberalismo y la nostalgia franquista que ha pescado en sectores que se han sentido marginados y que solo puede aspirar a endurecer las posiciones del PP y de Ciudadanos para impedir un nuevo consenso social progresista.
El pluripartidismo y la opción por una nueva relación entre mercado y Estado, en el que se cambie el rol dominante, ha sido una dinámica liderada por el bloque de izquierda, es decir por el conglomerado de fuerzas políticas en torno a Podemos, por el nuevo liderazgo de Pedro Sánchez en el PSOE y por una multitud de organizaciones sociales y políticas. Una izquierda que en España, por la dinámica social generada en la lucha contra la dictadura, tiene unos valores más anclados en la ilustración republicana (libertad, igualdad y solidaridad) que los que se derivan exclusivamente de la confrontación de clases.
El liderazgo para la construcción de un nuevo consenso social que recoja la nueva cultura que se ha ido fraguando en la reconstrucción de la sociedad española después de la crisis, no pertenece en exclusiva a un partido sino a un complejo y polifónico bloque social, con infinidad de culturas y subculturas muy diferentes pero que tienen, como denominador común, tres bases fundamentales: el pluralismo político, los valores republicanos y un reforzamiento del papel del Estado frente al mercado global.
En este escenario, unas nuevas elecciones para forzar el proyecto de vuelta al bipartidismo y la sustitución forzada del bloque social por una nueva mutación del PSOE que regrese al socialiberalismo, implica erosionar el proyecto de un nuevo consenso social hegemónico progresista, y esto significa pulverizar las esperanzas de cambio de una sociedad que se encuentra muy amenazada por el futuro tanto por el cambio climático, una nueva crisis económica, el derrumbe del Estado del Bienestar o incluso un escenario de conflictos militares y regímenes autoritarios.
Las consecuencias que unas hipotéticas nuevas elecciones que logren provocar una vuelta al bipartidismo, con alteraciones del marco constitucional como la reforma propuesta por el presidente en funciones del PSOE para modificar el artículo 99 de la constitución que permitiría la elección de Presidente del gobierno sin el respaldo del Parlamento, posiblemente ocasionarían que una parte muy importante de la sociedad, sobre todo los jóvenes, le volverían a dar la espalda a las instituciones provocando una espiral de antipolítica general en la que se mezclarían ahora tendencias muy muy peligrosas para la convivencia.
(*) La imagen es un poema visual de Joan Brossa