Javier Cercas.
En realidad no son tan nuevos. En realidad empezaron a aparecer hacia los años ochenta, cuando empezó la resaca de las revoluciones izquierdistas de los sesenta y empezó a producirse una deserción en masa desde las filas de la izquierda a las de la derecha igual que en los años sesenta se había producido una deserción en masa desde las filas de la derecha a las de la izquierda. Me refiero a los intelectuales, claro está, o a eso que antes se llamaba intelectuales y que ya nadie sabe cómo llamar. El resultado de ese trasvase multitudinario es que ahora mismo, en España, la expresión “intelectual de derechas”, que en los años sesenta era prácticamente un oxímoron, se ha convertido prácticamente en un pleonasmo, aunque por supuesto la mayoría de los intelectuales de derechas se llaman a sí mismos liberales o progresistas. En cuanto a los intelectuales de izquierdas, ¿dónde están? ¿Quiénes son? A juzgar por la repercusión de sus declaraciones en los medios, no hay duda: Javier Bardem, el Gran Wyoming y últimamente Willy Toledo, que ha dicho la canallada de turno sobre el régimen canalla de Cuba. No sé si hace falta decir que siento el mayor respeto por los tres, pero la verdad es que no acabo de ver a ninguno de los tres convertido en proveedor de ideas de la izquierda española..
Quizá exagero. Quizá el panorama no sea tan negro y los nuevos reaccionarios no sean tantos, aunque la verdad es que hacen un ruido tremendo. ¿Dónde están? ¿Quiénes son? Los nuevos reaccionarios no son jóvenes –tienen entre 50 y 70 años, digamos– y son esencialmente radicales: de jóvenes se pincharon radicalismo en vena y de mayores siguen enganchados a él; de jóvenes fueron maoístas, estalinistas, anarquistas, ultracatalanistas o ultravasquistas o simplemente terroristas, y de mayores son lo mismo, sólo que al revés: ultraderechistas o ultraespañolistas. Ellos son así: siempre ultras, o siempre istas. Ahora, en teoría, están contra el fanatismo y el totalitarismo –sobre todo, claro está, contra el totalitarismo de izquierda que hace 40 años aplaudían y ya casi no existe-, pero tienen un temperamento fanático y una mentalidad totalitaria, lo que los incapacita por completo para el escepticismo, la tolerancia y la ironía, aunque no para el sarcasmo. A la menor oportunidad te restriegan por la cara su antifranquismo, como si haber acertado una vez garantizase que acertarán siempre; a la menor oportunidad te restriegan por la cara sus ultras y sus istas, como si haberte equivocado una vez no garantizase que te puedes equivocar siempre. Si de verdad hubieran leído a Ortega, justificarían su inconsecuencia ideológica apelando a él, que comparaba con mulas a los hombres consecuentes con sus ideas. “No es uno quien debe ser consecuente con sus ideas”, decía Ortega, “sino sus ideas quienes deben ser consecuentes con la realidad”. Por supuesto, Ortega tenía razón, sólo que olvidó añadir que la inconsecuencia por sí misma no es ninguna virtud ni asegura ningún acierto, y que un hombre inconsecuente cuyas ideas siguen sin ser consecuentes con la realidad deja de ser una mula, pero se convierte en un burro. Cito a Ortega porque es un liberal y los nuevos reaccionarios suelen declararse liberales y hasta titulan sus columnas como la de Jiménez Losantos: “Comentarios liberales”. Para cualquier liberal de verdad, ese título sólo puede ser un sarcasmo; o un insulto. Como sólo puede ser un sarcasmo o un insulto que los nuevos reaccionarios saquen a diario en procesión a Orwell y a Camus, dos tipos de quienes hace 40 años abominaban porque tuvieron el coraje de denunciar el totalitarismo en una época totalitaria y que 40 años después abominarían de ellos porque los verían como una amenaza totalitaria en una época democrática. En realidad, nada está más lejos de cualquier idea liberal y de progreso que los nuevos reaccionarios; no lo digo yo, lo dice un verdadero liberal: “Si hay una actitud opuesta a la mía”, asegura Claudio Magris, “es aquella que mantenían muchos revolucionarios extremistas que hace 40 años creían que la revolución iba a crear un mundo perfecto, y vieron que eso no ocurrió y se convirtieron en seres completamente reaccionarios”.
Son ellos, los nuevos reaccionarios, que desde hace tiempo están monopolizando con sus gritos y ademanes de histeria el discurso ideológico de este país (y no sólo de este país). Por lo demás, no tenemos derecho a quejarnos: la culpa es nuestra. La culpa es, quiero decir, de una izquierda cuyas ideas son con frecuencia un montón de vaguedades metidas en un saco de buenos sentimientos y cuyo horizonte mental ni siquiera se ha despejado del todo de mitos siniestros como el de Cuba; y la culpa es también de una generación de treintañeros y cuarentones, la mía, que ni siquiera tuvo tiempo de ser marxista, que no ha cometido alguno de los errores de sus padres, pero tampoco ha sido capaz de casi ninguno de sus aciertos, una generación que ha crecido en democracia y eso la ha vuelto ideológicamente tolerante y escéptica, pero también pasota y comodona, una generación que, por decirlo como Foster Wallace, ha abandonado el terreno en manos de una pandilla de fundamentalistas despiadados. Ahí siguen ellos, y así nos va a nosotros.
Publicado en El País
Soldados de Salamina, del escritor Ramón Cercas, me parece un entretenido libro para leer en la playa. Pero, de un lado, la personalidad de Sánchez Mazas es bastante más compleja de lo que se retrata en el relato.Yo diría que endiabladamente compleja. De otro, el «happy end» con triunfo de una izquierda idílica e internacionalista es de una simplicidad que pasma. Así nos luce.