Manuela Martínez / De nada sirvieron los toques de atención del Parlamento Europeo y de diferentes organismos de la ONU a finales de 2014, exigiendo a los líderes europeos medidas urgentes para proteger la vida de los migrantes que cruzan el mar y la puesta en marcha de una estrategia común en materia de inmigración. Tampoco las demandas de auxilio de Mateo Renzi, cada vez que la llegada de inmigrantes a las costas italianas se traducía en trata de seres humanos, violación de derechos humanos y muerte.
El año 2014 fue terrible. Hasta 3,429 personas murieron ahogadas en ese gran cementerio azul en que se había convertido el Mediterráneo. Pero Europa no reaccionó, como tampoco lo ha hecho a lo largo de 2015, a pesar de que se han ido sumando tragedias y muertes. Demasiadas.
Ha sido la foto de un niño de 3 años, ahogado cuando intentaba, junto a su familia, alcanzar las costas de Grecia desde Turquía, el que les ha obligado a cambiar el paso. No por iniciativa propia, que quede claro, sino empujados por una ciudadanía que, harta de la inacción, cuando no de la indiferencia, la hipocresía y el cinismo de los líderes europeos ante un drama tan terrible, se ha volcado solidariamente para ayudar a los refugiados que huyen de la guerra, la sinrazón y la barbarie.
¡Hasta el Papa de Roma ha salido al balcón para pedir a los suyos que pongan en práctica eso que llaman la caridad cristiana y ayuden a los refugiados!
Lo que ocurre es que a estas altura una desconfía. Ya no sabe si cambian el paso porque admiten su error y están dispuestos a trabajar juntos para salvar vidas, porque de eso se trata, o si lo hacen obligados por la presión social pero sin convicción.
Cómo confiar, por ejemplo, en que el Gobierno de Rajoy considere acoger de buen grado a 15.000 refugiados, cuando aprueba con cuentagotas las solicitudes de asilo, cuando no ha demostrado voluntad de acometer un plan integral que garantice los derechos y el trato humanitario de los migrantes que llegan a España, cuando no ha retirado las concertinas, cuando se niega a devolver la tarjeta sanitaria a los sin papeles o cuando los recursos que debería destinar a cooperación al desarrollo brillan por su ausencia.
Con este historial, es normal que una piense que lo de Rajoy y su Gobierno es simple postureo, discurso hueco o cinismo puro y duro. Y que si al final acepta los 15.000 refugiados es porque electoralmente no le queda otra.
Será por esa desconfianza que la solidaridad ciudadana va tomando cuerpo en ciudades y pueblos sin esperar las decisiones del Gobierno o quizás precisamente para forzar esas decisiones.
Será por esa desconfianza que los sindicatos, UGT y CCOO, se han reunido con los partidos políticos para impulsar iniciativas y propuestas de solidaridad activa y responsable con los miles de personas que están llegando a la Unión Europea en busca de protección; han emplazado a la UE y al Gobierno de nuestro país a poner urgentemente medios para que los refugiados tengan asilo en los diferentes países y se implanten protocolos que solucionen esta situación lo antes posible; y han demandado un plan de financiación con partidas que resuelvan esta crisis que atenta contra los derechos humanos.