Hace unas décadas que encontraron varias marcas rojas por las esquinas de la ciudad nueva de Tánger. El punto simétrico a Tarifa si doblásemos el planeta por el paralelo 36. Mientras fue ciudad internacional, Tánger creció como un melanoma cancerígeno a los alrededores de su Medina. Multiplicó sus edificios y avenidas de una manera desproporcionada. Y fea. Pero racional. Cuadriculada. Propia del cartesianismo insensible que ha terminado por infestarnos. Los gendarmes creyeron que las marcas rojas de las paredes obedecían al plan secreto de un atentado. Estudiaron las secuencias numéricas de las calles. Los planos. Y apostaron espías en las esquinas. Tras meses de investigación, la única sospechosa resultó ser una anciana que recorría temprano cada una de las señales con un cesto vacío sobre la cabeza, y que regresaba un par de horas después con el cesto cargado de frutas. La llevaron a comisaría para interrogarla. Y la anciana confesó que sí, que ella había pintado esas marcas. Al preguntarle por qué, la mujer contestó lo siguiente: “Yo nací en la Medina de Tánger. Vivo en la misma casa en la que nacieron mis padres y abuelos. Y como ellos vendo fruta en la Kasbah. En el barrio antiguo de Tánger. Conozco como la palma de mi mano el laberinto de sus calles retorcidas y estrechas. Pero cada mañana me pierdo para llegar al mercado de la ciudad nueva. Todas las avenidas me parecen iguales. Los coches. Los semáforos. El humo. El ruido. Por eso pinté con henna esas marcas en las esquinas. Para no perderme.”
Andalucía se siente como la anciana de Tánger. Sólo que no sabe a dónde ir. Y por eso no existen marcas ni camino alguno. Perdida entre lo viejo que no acaba de morir y lo nuevo que no termina de nacer. Perdida entre las zonas intermedias de lo político, lo social y económico, cada vez más alejadas e invisibles para la ciudadanía, cada vez más insostenibles una vez superados todos los límites. Perdida entre un bipartidismo insano y falso, abanderado por dos marcas blancas que parecen hermanas siamesas en su aspiración de utilizar Andalucía para gobernar en el Estado español. Perdida por el tránsito del subdesarrollo a este consumismo globalizado, insaciable y desbocado, causante de una crisis mundial de consecuencias impredecibles y de una degradación ecológica, cultural y política sin precedentes.
Globalización e individualismo; responsabilidad y lejanía… Jamás en la historia los seres humanos tuvieron a la vez tanta conciencia planetaria y tan escasa conciencia colectiva. Desaparecen las fronteras territoriales para el tráfico de personas, de dinero y de información. Pero no para la salvación de bancos en quiebra. Y en medio, Andalucía. Un pueblo cultural y sensible que parece haber renunciado a postularse como sujeto político en la globalización, incapaz de interpretar las claves de la contemporaneidad, desorientado, perdido. Un grupo plural de andaluzas y andaluces hemos decidido poner fin a esta anorexia ideológica, y como la anciana de Tánger, colocar marcas para no perdernos. Nos hemos llamado “paralelo 36”: la línea imaginaria que atraviesa la calle de agua que separa y une a la vez los hemisferios económicos y políticos del planeta. Con el ánimo de reorientar las fuertes energías que han destruido el viejo orden y generar así nuevos compromisos. Más responsables con los retos de nuestro tiempo, más justos con todos los hombres y mujeres, más sostenibles con la naturaleza. Un espacio abierto. Con la esperanza de contar contigo para buscar juntos un nuevo modelo universal desde, para y por Andalucía.