Perro amor la obligó a cerrar la puerta. La boca. El corazón. Su vida. A olvidar el tabaco. Los estudios. Las amigas. Su madre. A descuidar los azulejos de la cocina para no reflejarse pálida. Débil. Vacía. Rota. A desnudarse de espaldas al espejo, empañado como sus ojos. Sus manos. Los relojes. La casa. A soportar sus insultos dentro del armario, bajo la cama, tras las cortinas, frente al televisor. Temblando. Sola. Enferma. A morir despacio cuando golpea las paredes, la mesa, los platos, su cara, las nalgas, los codos, las piernas, el alma. A morir de golpe con 20 puñaladas en el pecho.
Perro amor la conoció en un recital de poesía. Ella leyó versos de Djuna Barnes. Él, a Neruda: me gustas cuando callas porque estás como ausente. Ayer le dijo: te odio cuando callas porque estás ausente. Y le destrozó el pómulo izquierdo de una bofetada. “Ausencia” proviene de la expresión latina ab sentire, que significa “no sentir”. Hace años que ella dejó de sentir a la fuerza. Una semana antes de morir apuñalada, confesó su autismo sentimental a una telefonista de la policía. Hoy no puede sentir aunque quisiera porque está muerta.
Perro amor la subió al coche tras la lectura. Permanecieron en silencio hora y media sin dejar de mirarse. A ella le palilleaban los tobillos. A él, no. Hicieron el amor en el asiento delantero, mientras ella recitaba de memoria a Emily Dikynson, con los ojos y los labios incendiados. Él, a Neruda: me gustas cuando callas porque estás como distante. Ayer le gritó: te odio cuando callas porque estás distante. Y le estrelló un vaso de cristal en la frente. Al verla sangrar como un toro atravesado, le pudo la pena y se fue. El juez le ordenó como medida provisional que no regresara jamás a casa. Si en griego, “regreso” es nostos y “dolor” algos, “nostalgia” es el dolor del que añora regresar. “Añoranza” proviene del catalán enyorar, que a su vez deriva del verbo latino ignorare. En consecuencia, parafraseando a Kundera, añorar es el dolor del que no sabe lo que ha perdido. Perro amor declaró sentirse morir de nostalgia y añoranza en una pensión. Porque se sentía solo. Porque no podrá volver a tenerla. Y porque mientras la tuvo no alcanzó a conocer el número de sus zapatos, la talla de su cintura, el color de sus camisas, de su lápiz de ojos, de labios, su canción preferida, el tamaño del agujero que le abrió dentro, su sexualidad íntima. A perro amor le duele la pérdida de lo que nunca tuvo.
Perro amor entró sin llamar y le asestó 20 puñaladas entre las costillas. Declaró que la primera fue querida y que las otras 19 fueron producto de una inercia animal, mecánicas. Añadió que pudo ver como se le iba la vida en sus ojos abiertos. Acompañó el crimen con un macabro recital de poemas de Neruda: mi fea, ¿dónde están escondidos tus senos?; Amor, ahora nos vamos a la casa; Recordarás tal vez aquel hombre afilado que de la oscuridad salió como un cuchillo; Amor mío, si mueres y no muero, no demos al dolor más territorio; no hay extensión como la que vivimos. Y firmó con el pulso tranquilo la declaración, añadiendo como posdata: ruego que traigan mis gatos a la cárcel porque no puedo vivir sin ellos.
Hoy perro amor se muere en la cárcel. Y como él, muchos otros. Sin ella. Y sin sus gatos. Afortunadamente, ella vive. Con sus gatos.
A todas las mujeres víctimas de la violencia machista en el Día Internacional contra la Violencia de Género.