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Podemos y la ideología

Alfonso Salazar / Cuando hace poco más de tres años irrumpió el Movimiento 15M en la vida política, ciudadana y social de España, los carteles de la campaña electoral de las elecciones municipales del 22 de mayo de 2011 envejecieron de pronto. En este blog nos hicimos eco de aquella situación en que, de pronto, pareció que los modos tradicionales de hacer política se tambaleaban ante una demanda que buscaba relacionar políticamente a los ciudadanos entre sí. No se trata solo de derrumbar unas estructuras piramidales, o diseñadas de arriba-abajo, sino de la relación política concebida como la relación social: un ovillo, una maraña de relaciones.
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El tradicionalismo político se parapeta en los aparatos de los partidos, ajados, corroídos por unas escuelas de formación añejas, generalmente conducidas por aquellos que llevan lustros enganchados al grupo, hacen y deshacen a través de la fidelidad y proyectan unos principios que poco importa sean violados en la práctica cotidiana. Se ordena y manda en plaza, se promociona y se despeña, se amamanta y se cría en una suerte de academia que pasa por las juventudes y termina en los cargos públicos. Todos tienen su mentor, casi nadie llega de improviso, se medra y se curra uno el puesto, el salario y el futuro. Se progresa por dos vías: la interna del partido y la externa de la representación pública –o llámenlo cargos de asesor- que puede llevar desde una concejalía remota al Parlamento. Esos son los cauces que los Partidos Políticos, en nuestra democracia, han establecido tradicionalmente; y las deudas, con el tiempo, generan falta de transparencia; el celo y los rencores surten de facciones y venganzas; las rencillas personales se enmascaran en discusiones ideológicas; la estructura vertical dificulta el intercambio y la regeneración. Tanto el miedo a la infiltración como el acatamiento de las órdenes sin más, son males que provienen de los caldos de cultivo donde, con tantas dificultades, afloraron los partidos españoles: un pasado de miedo y represión, y en algunos casos de malas prácticas aprendidas en casa del padre.
Hay personas que llevan decenios insertos en los aparatos de los partidos. El concepto precisa una refundación desde el prisma de la confianza democrática y de la participación ciudadana, es decir, partidos de las personas más que partidos para las personas. La tradición requiere de una mirada que descorche el tapón de las anquilosadas estructuras y acerque la ciudadanía a una de las formas fundamentales de promoción de la participación en la vida democrática y que contribuye a fraguar sus representantes constitucionales.
El 15M ha cristalizado en diversas iniciativas, y Podemos es la que ha calado, al menos según los resultados de las Elecciones Europeas de hace unos meses. Pueden ser muchas las razones: la oportunidad, el alcance en los medios, el anuncio de su argumentario, la operación madurada desde el poder académico, y también se valoran teorías conspiranoicas, sobre las válvulas de escape que el Poder va colocando de manera estratégica. Hay quien identifica el fenómeno con el castrismo, hay quien con el bolivarianismo, hay muchos que con el populismo, pero tendríamos que preguntarnos ¿qué populismo? Ninguno de estos fenómenos de manifestación del Poder son extrapolables –ni el Frente Popular, ni el Partido Nacionalsocialista, ni la República de los soviets- de manera que se puedan aplicar alegremente de unas a otras sociedades, de una a otra época: la teoría política ha mostrado en el último siglo que cada fenómeno acarrea sus peculiaridades. Por eso los derroteros aún no los conocemos, pues todo está en marcha. Pero sí observamos efectos: incluso en los partidos más alejados en la curva ideológica empiezan a hablar de primarias y otros, ya miran por la contención de los salarios de los cargos públicos.
Según recientes encuestas -tomadlas con pinzas- el perfil del votante de Podemos es lo suficientemente transversal como para que no se ciña en el perfil de estudiante de una universidad madrileña, ni de desharrapados sociales, ni perroflautas, ni anarquistas, ni sencillamente, descontentos e indignados. Cada cual tiene una visión del “podemista”. Cada cual de nosotros tiene algún conocido que nos ha dicho de su cercanía al fenómeno. Algunos quizá provengan de la protohistoria del 15M, arraigada en formas de trabajo que arrancan de movimientos que empezaron a organizarse a principios de este siglo, como modelos de alternativa de participación ciudadana. Otros son rebotados de formaciones donde no pudieron o no les permitieron dedicarse a la cosa pública. Otros, descontentos con las estructuras tradicionales de los partidos. Algunos, iluminados, entregados y doctrinales. También habrá quien sea una persona aburrida y sin otra cosa que hacer. Como en todo grupo humano. Muchos, se sienten fastidiados con el rumbo del sistema, con sus injusticias y sus privilegios.
El retrato robot del “podemista” ha dado tantos bandazos en los medios de comunicación que la cercanía del fenómeno deja los argumentos en suspenso.  Decía Bourdieu que uno se termina rodeando de iguales, que la estructura social en los países occidentales mantenía unos elementos de rigidez. Basta con que cada cual mire a su alrededor y se verá rodeado de personas con niveles de formación académica similares al suyo, de posición económica parecida, de inquietudes culturales semejantes. La estructura social hace que el matrimonio entre los inmediatos descendientes de un notario y un obrero de la construcción sea una excepción. Usted se reúne con iguales, en los bares, en las invitaciones a casa, en las actividades lúdicas. La estructura no es totalmente estanca, por supuesto –ni siquiera lo son las castas hindúes-, pero solamente ciertas estructuras como los centros educativos, los centros de salud o los polideportivos –si son públicos- reúnen diversos segmentos sociales y la estructura se retuerce, se ovilla en la aplicación práctica. Estos centros, cuando son privados, tienden a mantener la separación de la estructura social y vuelve ésta a su posición, como un muelle. El carácter transversal del votante es a lo que han aspirado los partidos políticos, es decir, que sus perfiles no se centren en un segmento de esa estructura social. Y esté usted en el segmento que esté, tendrá algún conocido que habla de Podemos y se muestra como “podemista”. Las encuestas solo han hecho fijar el carácter transversal del votante.
Por eso, la ideología del fenómeno suscita una discusión profunda y se encuentra abierta en canal, sobre la mesa de operaciones de la observación pública. Si en todos los segmentos puede apreciarse, en mayor o menor medida, afinidad con las posturas ideológicas de la mayoría de los partidos políticos al uso, lo mismo sucede con Podemos.
Pero ¿cuál es su ideología? Es un síntoma que Wikipedia discuta desde hace meses –desde la irrupción del fenómeno y la aparición de los primeros representantes públicos tras las Elecciones Europeas- acerca de cuál es la ideología de este partido en formación. Solo conocemos el programa electoral presentado la primavera pasada. Y poco más. Hay declaraciones sueltas de miembros de Podemos, personas que aún no ocupan ningún tipo de cargo orgánico. Pero son declaraciones individuales, no hay una postura institucional. Porque estamos asistiendo en directo a un proceso efervescente de una nueva manera de hacer política, cuyo resultado solo puede ser aventurado, pues nadie tiene constancia de adónde va. De hecho, en esa efervescencia, está abierto a la participación de todos, y por tanto, el proceso de afiliación en el que se encuentra inmerso, determinará y mucho hacia dónde se dirige Podemos.
Primero, debería establecerse un acuerdo en la definición de ideología cuando los medios de comunicación ahondan en identificar la de Podemos. Pero sea cuál sea, es muy probable que termine estableciéndose un concepto de ideología cercano al conjunto de ideas sobre cómo debe desempeñarse la sociedad, un programa político que indique la prioridad de los fines sociales, la asignación del Poder y los métodos para alcanzar tales fines. Podemos está en ello, y se inspira en muchos de los principios que se establecieron a raíz del 15M. Pero insistamos, está en proceso, abierto y participativo. Y hasta que esa “ideología” no quede fijada en un argumentario político del partido, todo serán conjeturas.
Pero podemos conjeturar que estos principios se sustentarán sobre la revisión del desempeño de los cargos políticos sitiados por la desconfianza ciudadana (absentismo de los cargos electos, supresión de privilegios y aforamientos, equiparación de salarios, aumento en la sanción de los delitos de corrupción, reducción de cargos libremente designados); las políticas de desempleo y vivienda golpeadas por la crisis económica (políticas dirigidas hacia la reducción de la jornada laboral, la reducción de la edad de jubilación, revisión de la política y legislación de despidos y de los conceptos de flexibilidad laboral, establecimiento de subsidios mínimos, rentas básicas, fomento del alquiler, política sobre desahucios y viviendas vacías, dación en pago…);  la defensa de los servicios públicos (control de los gastos de la Administración conforme a nuevos modelos de prioridad, la gratuidad y calidad de los servicios públicos educativos y sanitarios, ley de dependencia, reducción de los gastos militares…); el control de las entidades bancarias, las grandes fortunas y las grandes empresas cuando entran en contacto con el dinero público (en cuanto se refiere a los rescates, los paraísos fiscales, mayor progresividad de los impuestos, la especulación, las SICAV, la tasa Tobin); y lo referente a las libertades ciudadanas (la representatividad del sistema electoral, la independencia del poder judicial, la democracia interna de los partidos).
Grosso modo, un programa que se identificará mucho más con la socialdemocracia –que ha dejado un vacío en la representación pública- más que con cualquier otra ideología política, dada la tendencia hacia el mantenimiento y viabilidad del Estado del Bienestar y la Justicia Social. Si bien, quedará en el aire su entronque en el sistema capitalista de gastos e ingresos, donde todo se vende y todo se compra, y se resume a una cuenta de resultados. Ahí estará la clave de la credibilidad del proyecto político.
El sistema adoptado de decisión orgánica se encuentra en constitución, buscando una viabilidad que entronca con los procesos asamblearios, pero se tiñe con la irrupción en nuestras vidas de las redes sociales. En todo lugar hay riesgo. Las asambleas pueden ser rígidas y tediosas, impermeables, dogmáticas. Pueden optar por el mandato imperativo que lleva al callejón sin salida de la negociación imposible. Los Círculos, que es la base de funcionamiento, se organizan territorial y sectorialmente, pero ¿es esa la base apropiada para una sociedad interrelacionada y que busca romper los muros que estancan unos grupos de otros, que anda tras la glocalidad? ¿Es la herencia sindicalista del sectorialismo una aplicación actualizada para sectores sociales que se agrupan por tendencias demográficas, de desclase social, de inquietudes y anquilosamientos culturales? El movimiento se demuestra andando.
Sea cual sea el sistema de decisión que se tome, en los principios que cimentan los conceptos ideológicos esbozados se percibe en unos una impresión de la vaga y deseable noción de sentido común (pero ¿no es la dación en pago algo “de sentido común”?), en otros la Declaración Universal de Derechos Humanos, y muchos se encuentran ya –sin que nos debamos sorprender- en la Constitución de 1978, si bien su desarrollo legislativo ha tomado en determinados casos un aspecto fantasmal. Pero, en su mayoría giran en torno a dos aspectos principales: el equilibrio igualdad-libertad y llamar la atención sobre algo que la sociedad empieza a vislumbrar con temor: el ahondamiento de la brecha social.
La prevención frente al stalinismo, el castrismo, el chavismo y otros “ismos” se enfoca en las sombras y las luces. Depende de cómo se mueva el foco se percibe mayor o menor temor a uno u otro derrotero. La implicación ciudadana en la política siempre debe ser consciente de los peligros a los que conducen las ideologías totalitarias: el equilibrio entre igualdad y libertad en las sociedades modernas tiene mucha paleta de grises. Y es una importante lección histórica cómo la democracia no casa con las limitaciones de las libertades públicas, así como viene siendo otra cómo las libertades individuales no deben interferir en un reparto igualitario y equilibrado de la riqueza. El binomio libertad-igualdad, con la aplicación de la variable seguridad, no debe quedar en una bipolaridad sistémica que sí conduce inevitablemente al populismo: populismo en el sentido de tomar medidas contrarias al estado democrático para defender la hegemonía política de unos pocos.
Pero pareciese que una parte de la sociedad está marcando un camino, señala unas líneas rojas que considera que ni el Estado ni la Sociedad deben traspasar. Esas líneas están abocetadas en la Constitución y en la Declaración de Derechos Humanos. Hay por supuesto aspectos constitucionales que serían revisables desde el acuerdo pues las sociedades avanzan sobre las constituciones, no deben quedar aferradas a sus pesos muertos. Hay que atender a los desvíos tomados en el desarrollo legal de aquellos asuntos que en el marco constitucional, a veces demasiado laxo, han derivado hacia una pesada cadena que tira para detrás más que hacia una sincronía que mira el ahora. Y como paisaje de fondo el deambular de una agarrotada manifestación de la política, alejada de la ciudadanía, vetada, sustraída por acuerdos tácitos político-financieros. Marcar las líneas rojas del sistema es una solución de excepción es una situación excepcional, cuando la regeneración y la higiene democrática se hacen imprescindibles.