A raíz de unas elecciones en las que nadie esperaba nada especialmente importante, si acaso un lento naufragio del bipartidismo, ha surgido una nueva situación política que interpela a todo el sistema político y que, por primera vez en mucho tiempo, simboliza la posibilidad de un cambio en profundidad.
La primera anotación que cabe realizar es la ceguera de de los gestores políticos y, especialmente, de las fuerzas de izquierda que no han visto crecer, en su propio terreno, un deseo de cambio en la sociedad, unas energías nuevas, una forma de encauzar la acción política hacia la esperanza y no a la simple descripción de un Apocalipsis inmediato o a la construcción de un pequeño refugio.
El pueblo ha comprendido, antes que sus representantes políticos, que el verdadero carácter de la crisis económica no es coyuntural y que el diseño de los poderosos es hacer permanente la máxima explotación, el recorte de derechos sociales y la sumisión ante los poderes económicos. Sin darnos ni cuenta, en el seno del pueblo ha crecido la indignación pero también la esperanza de cambiar un sistema podrido gobernado por unos políticos que se debaten entre la complicidad absoluta con los poderes económicos y la incapacidad o la cobardía para plantarles cara.
Frente al viejo sentido común de “nos gustaría cambiar las cosas, pero no se puede porque Europa, porque el BCE, porque la troika, porque el mercado no lo consentiría” ha surgido un nuevo sentido común, lleno de vitalidad y de sociabilidad, que nos hace pensar que “claro que se puede. Solo es necesario estar determinados a hacerlo”.
Cuando las acampadas del 15-M se desalojaron, el movimiento declaró: “ no nos vamos. Nos mudamos a vuestro cerebro”. Durante varios años, la sociedad ha esperado señales de que empezaba el cambio, incluso como simple aplicación de las leyes o como compromiso con los efectos más sangrientos de la crisis como son los desahucios y el aumento de la pobreza, pero nada de esto ha ocurrido. Finalmente, esa ilusión del cambio que supuso el 15-M se ha manifestado en la creación de un nuevo espacio electoral que puede ser enormemente amplio.
No hay forma de analizar la nueva situación política sin analizar las claves del éxito de Podemos, un nombre que consume miles de artículos en la red. Para empezar, son la única fuerza política que se define con un verbo y además de acción y no con un adjetivo o un patronímico. Lo importante, vienen a decir, es lo que haces, lo que puedes hacer no un esencialismo vacuo en el que se ha instalado la izquierda en nuestro continente. El cambio de concepto es trascendental. Intenta ser una forma de representación política que no acepta límites o corralitos de representación: toda la sociedad tiene el derecho de cambiar, por eso se dirigen con descaro a los militares, los médicos, los psicoanalistas, los votantes de otras fuerzas políticas, a los que invitan a una reinvención, a estrenar de nuevo o por primera vez el sentido comunitario y la alegría de ser partícipes de los cambios.
Podemos se ha convertido en una apelación a ganar, en un panorama de la izquierda española que había interiorizado la derrota y a la que caracterizaba más su afán de minoría esencialista. Ha sido la expresión de que una necesidad social (la de sacudirse la dictadura de los poderes económicos) es mayoritaria y solo falta encontrar la forma de que llegue a expresarse políticamente en las urnas.
Podemos ha dado un vuelco al viejo tema de las alianzas sociales que la izquierda tenía mal situadas. La unidad de gente diversa no es un objetivo a posteriori de la acción política sino un a priori del discurso político y de la organización. Ha borrado las distancias entre “nosotros” y el resto de la gente afectada por la crisis y ha hecho un cuerpo común. Los que critican este componente de Podemos, no se dan cuenta del enorme potencial de actuación política, social y cultural que comporta, y que nada tiene que ver con el reconocimiento de que dentro de este amplio bloque social hay clases y sectores especialmente oprimidos que requieren ser preferentes en la acción política de todos.
La crisis nos ha tocado a todos, nos ha puesto a prueba, ha afectado a nuestros allegados y amigos, y ha dibujado un panorama sombrío y permanente respecto al futuro de nuestra juventud. Podemos no ha tomado los rasgos folkloristas de la representación juvenil, sino que ha adoptado una seria reflexión juvenil como el punto de partida para pensar todo el sistema, sin hipotecas ni pesadas mochilas de traiciones, resquemores o temores. Como consecuencia de esto, han empezado a hablar un nuevo lenguaje que desconcierta a los más dogmáticos. En vez de utilizar los viejos aforismos de la izquierda, las viejas acuñaciones que con el tiempo se han connotado de acepciones negativas o bien se han convertido en la empalizada del corralito al que quieren reducir la izquierda, han apelado al “sentido común”, a la defensa de “los de abajo”, al “patriotismo”, a la “soberanía” y a la democracia. Quien pretenda ver en esto una ambigüedad ideológica en sus planteamientos no se da cuenta de que el lenguaje marca y enmarca el proceso comunicativo, determina quién va a ser tu receptor e incluso si va a escuchar siquiera tu mensaje.
Merece la pena detenerse en la contradicción principal que han puesto de relieve y a la que apelan, que es la de la democracia (como poder del pueblo) y la oligarquía. Todos los nuevos estudios sociales y especialmente los de Thomas Piketty desvelan cómo la desigualdad galopante y la acumulación de riqueza es una seria amenaza a la democracia e incluso a sus normas más elementales. Centrarse en la contradicción democracia/oligarquía no es, por tanto, suavizar el conflicto de clases sino ponerlo en su presente histórico.
Podemos, ha tenido además el efecto de situar la necesidad de un nuevo proceso constituyente como una defensa de la democracia, de los derechos humanos y del poder de la gente. Este planteamiento ha colocado el debate nacionalista y soberanista en otro marco mucho más amplio. Derecho a decidir, sin duda, pero derecho a decidir también sobre la sanidad, la educación, la aplicación de los derechos sociales y el papel de las instituciones.
Y finalmente, el fenómeno Podemos ha devuelto la utilidad al hecho de votar, ha repolitizado la sociedad, ha prestigiado la política y ha devuelto el debate político a la calle. Podemos ha sido también una respuesta social a la corrupción, a unas instituciones que conviven o silencian unas raíces podridas de enriquecimiento, privilegio y enchufismo. Cuando el sistema ha desaprovechado todas las oportunidades para regenerarse desde dentro, una parte importante del pueblo creen que sólo con nuevos actores no implicados en la gestión anterior, era posible la limpieza del sistema.
Hay que anotar, sin embargo, algunas debilidades en esta nueva construcción, que no son secundarias. La crisis ecológica ha estado prácticamente ausente de su discurso y de su imaginario. Tampoco la igualdad, el poder de las mujeres y la revolución social que comporta he tenido relevancia alguna en sus intervenciones ni ha sido simbolizada en su estructura central.
Dicho todo esto, Podemos no es nada. Es un sueño y un deseo de millones de ciudadanos. Es caleidoscópico, personal, prometedor y etereo, como son los propios sueños. Ahora queda un largo camino para concretar, afinar, organizar sin cerrar las puertas ni anquilosar esta promesa. De momento, el establishmen ha reaccionado con virulencia. Las acusaciones continuadas de todo tipo contra Podemos y sus líderes no son ingenuas sino un serio intento de situar esta fuerza en el corralito de la extrema izquierda y del radicalismo político.
No es que Podemos sea el único factor de cambio político en nuestro país. Izquierda Unida, Equo, Compromis, ICV, Anova, Izquierda socialista y otros muchos, tienen mucho que decir y que aportar en este momento, pero las bases del debate han cambiado sustancialmente. En cuanto al PSOE, observamos con preocupación, su incapacidad para desgajarse del bloque dinástico y bipartidista y retomar nuevas energías de la calle y de las demandas sociales. Sus dirigentes y candidatos olvidan que la última vez que retomaron el poder no lo hicieron con discursos de resignación, sino comprometidos en la movilización contra la guerra y contra las reformas laborales del gobierno. Pero, actualmente, su compromiso con los poderes fácticos, con un centro político que no se sabe en qué consiste, y con los poderes económicos, está poniendo en cuestión su propia existencia.
Paralelo36 opta por ensanchar el deseo de cambio social y político. Paralelo36 como una revista de espíritu unitario, agregador y plural, celebramos los éxitos, los avances y los cambios de todas estas formaciones políticas y alentamos a encontrar espacios comunes, que no sumas artificiales, a crear mayorías sociales en cada ciudad, en cada pueblo, a experimentar, en el mejor sentido del término, con los pies en el suelo, pegados a los movimientos sociales, y abiertos a nuevas voces y participaciones.
Y animamos, sobre todo, a crear discurso, espacio, análisis y nuevas prácticas que consoliden esta oportunidad de cambio que ha surgido en nuestro país, que es contagiosa y alegre y de la que nos sentimos muy orgullosos porque en una Europa en la que la crisis se salda con fracturas sociales y con auge de la xenofobia, en España tenemos un pueblo que ha apostado por la profundización de la democracia y los derechos humanos. Que no es poco.