Aceitunas sin recoger. Caídas. Por los suelos. La metáfora más cruda de la decadencia económica e identitaria de Andalucía. Para quienes habitan en la anestesia del matrix urbano, no saben de lo que estoy hablando. Para quienes buscan las emociones en la performance permanente y estéril en que se ha convertido la cultura postmoderna (ahora llamada industria, producto, mercado o rentabilidad), tampoco saben de lo que estoy hablando. Para quienes las luchas sociales y políticas empiezan y terminan en un compromiso bancario o en los clichés periodísticos de masa, no saben de lo que estoy hablando. Para quienes creen que las naranjas se siembran en Carrefour o las sardinas se pescan en el Mercadona, no saben de lo que estoy hablando. El campo andaluz se muere. De asco. Y de pena. Ante la mirada indolente de su responsable político directo, la Junta de Andalucía, que decidió apostar hace 30 años por sembrar cemento y sombrillas donde antes nacían espárragos y algodón. Algún día juzgarán los libros de historia como delictiva la renuncia socialista a una reforma agraria digna y de vanguardia en Andalucía. A los dirigentes de esta democracia infantil, basada en el cortoplazismo y el control social, les resultó infinitamente más rentable el subsidio y la delegación de nuestra soberanía agrícola en Bruselas. Cobraban todos. Empresarios y jornaleros. Y todos votaban. Hoy no. Han quebrado más de 10.000 explotaciones agrarias en Andalucía. Muchos campos están yermos, sin recursos, agotados a fuerza de soportar año tras año el mismo cultivo impuesto. Los jornaleros apenas han trabajado una semana en las aceitunas. No les trae cuenta cogerlas al precio que pagan. Y al dueño de la tierra, tampoco. Se caen. La gente que la necesita para comer las recoge antes de que se pudran. Igual ocurrió la campaña pasada con las patatas. Un desastre humano ignorado por los medios de comunicación, mucho más preocupados por los dramas internos del partido popular o la debacle madridista en Alcorcón.
Andalucía es un olivo con nombre de mujer. Y no hay alimento más parecido a la esencia cultural del pueblo andaluz que la aceituna. Su alma virgen es oro líquido. A las aceitunas se las machaca, se las raya, para aderezarlas con hinojo, tomillo, comino, romero… con el olor del cuerpo al que pertenece. O se las encurte en salmuera para que se encallen, pierdan su jugo y se conserven momificadas. O se las destripa para colmar sus entrañas con anchoas. O son violadas… Igual que han hecho y hacen con Andalucía. El 9 de noviembre de 2007 fue la última vez que Zarrías anunció una ley del olivar. Dos años más tarde, la consejera de agricultura tapea aceitunas en recepciones oficiales mientras en el campo se caen al suelo. Jornaleros y empresarios están hartos de tanta mentira. Urgen medidas de salvación. Zapatero optó por aumentar el déficit público para reabrir inútilmente las aceras, en lugar de impedir que se vacíen los pueblos con olivares. Y las aceitunas, en solidaridad con la economía española y andaluza, también se han puesto zapateras.
Artículo publicado en El Día de Córdoba.
Esta vez sí ¡chapeau! Ni se puede decir más clarito ni se puede decir mejor. Enhorabuena. Lo difundiré por donda pueda, un afectuoso saludo.
Enhorabuena por tu artículo. Has resumido en pocas palabras la realidad cotidiana de nuestro bosque domesticado más grande del mundo, que, como bien dices, no puede vivir de promesas; mientras, el gasto inútil -aceras y compañía- se incrementa y gata en «pan pa hoy y hambre para mañana».