En 2004, yo fui uno de esos jóvenes que votó convencido a Zapatero, seducido por el voto útil. Por aquellos años, la gente que yo conocía de IU organizaba manifestaciones a las que iban cuatro gatos y que los situaba como “contrarios al empleo” o “poco modernos”.
Entonces, cuando atábamos los perros con longanizas, las reivindicaciones de IU me molestaban, nos molestaban, porque nunca pensamos que aquella burbuja de hormigón y PVC caería encima de nuestras cabezas, arruinando nuestras vidas, nuestro futuro y tirando por tierra las urbanizaciones de adosados donde creímos haber alcanzando la meta.
En 2008, fui reincidente, me castigaba interiormente la idea de tirar mi voto y volví a votar útil, volví a votar a Zapatero. La crisis empezó a apretar y a los pocos meses de volver a ganar Zapatero, en su segunda legislatura, me di cuenta de lo inútil que había sido mi voto.
Mi voto sirvió para legitimar la reforma del artículo 135 de la Constitución Española y, debido a que IU sólo consiguió dos diputados, ningún grupo parlamentario pudo sumar el 10 por ciento de los escaños necesarios para obligar a la mayoría a celebrar un referéndum por el que pudiéramos decidir si queríamos aceptar el golpe de estado de los poderes financieros contra nuestra Carta Magna.
Me sentí inútil cuando escuché a Zapatero leer en sede parlamentaria el primer plan de recortes contra los derechos de la sociedad española. Me sentí inútil cuando el PSOE aprobó una reforma laboral que abría la puerta a la segunda reforma laboral aprobada por el PP, cuando aceleraron los procedimientos judiciales para desahuciar a las víctimas de la crisis, cuando dieron un cheque-bebé de 2.500 euros sin tener en cuenta que había madres que necesitaban 7.000 euros y otras no necesitaban nada.
Me sentí inútil muchas veces durante la segunda legislatura de Zapatero y me sentía culpable de que Gaspar Llamazares no tuviera más peso en el Congreso de los Diputados para evitar el rodillo de la mayoría que, entre PP y PSOE, aprobaba todas las medidas económicas que ordenaban la Troika y el Fondo Monetario Internacional.
Mi voto fue inútil cuando el PSOE junto al PP validó la reforma para convertir en Jefe de Estado, sin pasar por las urnas, al hijo del Rey Juan Carlos de Borbón. Renuncié a mis principios por la oportunidad, renuncié a los valores por echar al PP, renuncié a votar en positivo por hacerlo en negativo.
Ahora, nueve años después de que ganara Zapatero y que con mi voto y el de otros tantos arruináramos la pluralidad del Congreso, y legitimáramos que el bipartidismo ocupara el 90% de los escaños, quiero votar útil, quiero evitar que haya causas justas que no se afronten porque no son rentables electoralmente.
No quiero que no se afronten con radicalidad (de raíz) los graves problemas económicos que tenemos. Es mentira que la igualdad sea posible adoptando medidas económicas de derechas y políticas sociales de izquierdas, como nos hizo creer Zapatero y nos hacen creer quienes han venido a sustituir al bipartidismo.
Es imposible que no haya familias sin derecho a luz, agua y calefacción no cuestionando el libremercado energético. Es insostenible una democracia que proteja y ampare a la ciudadanía más desfavorecida diciendo que ni las grandes multinacionales y las grandes cuentas corrientes de este país tienen nada que temer.
Tampoco es posible defender la paz no cuestionando el papel de la OTAN, del mismo modo que no se podrá democratizar la economía si no decimos alto y claro que hay que desprivatizar bancos privatizados y recordar que hace treinta años en España había una banca pública que fue vendida al mejor postor.
No es sostenible un país construido sobre la ilusión y la dictadura de la emoción, como nos hacen creer los cuatro candidatos promocionados por los grandes medios de comunicación, que ya han decidido qué opciones no cuestionan los privilegios de los poderosos y nos convencen de que nuestras necesidades son las mismas que las de la hija de Botín.
IU no es perfecta y ha cometido muchos errores a lo largo de su historia, pero no olvido que cuando denunciar la corrupción, la especulación inmobiliaria y la destrucción de nuestro litoral, por trabajos de albañiles y camareros, quitaba votos, allí estaban los hombres y mujeres de IU poniéndose delante de excavadoras, enfrentándose a querellas de los corruptos y siendo los vecinos incómodos de pueblos que creían que nunca más tendrían que volver a hacer cola en un comedor social.
Yo ya voté engañado por el ilusionismo y movido por la emoción. Ya voté pensando que votar útil es votar renunciando a ideas, principios y valores. Por pura gratitud y porque sé que será un seguro de vida que tengan fuerza en el Congreso, porque habrá causas justas sin rentabilidad electoral que no tratará ningún grupo político de los que quieren contentar a todo Dios, voy a votar a Izquierda Unida el próximo domingo. Yo ya he probado la medicina que convierte un voto útil, promovido por un festival de emociones y eslóganes vacíos, en el voto más inútil de todos.