La actual espectacularización de la sociedad[3] hace necesaria la intervención en el fomento de aquellos aspectos de la cultura que incidan en la participación libre del ciudadano, su formación crítica y su acceso al conocimiento del patrimonio cultural mundial. Este sentido ecológico de la cultura puede concebirse estableciendo un paralelismo entre la esquilmación del Medio Ambiente a través del crecimiento económico, el consumo exacerbado y sus consecuencias en un entorno, entorno que debe ser legado por una generación en mejores condiciones en las que esa misma generación lo recibió. Empleamos así una metáfora entre la comida basura y la cultura basura, plena de toxinas comerciales y que se vehiculan a través de los medios de comunicación, especialmente la televisión, y los grandes grupos de dominio económico establecidos en el Medio Cultural. El consumo cultural ecológico no sólo contempla el ocio y el espectáculo, sino que insiste en la formación del espíritu crítico y el estímulo del conocimiento.
Si establecemos controles sobre el Medio Ambiente, quizá ha llegado el momento de establecer límites en el Medio Cultural. No en el sentido de la expresión y la creación artística sino en el de la producción comercial inserta en el ámbito cultural, en virtud de la salud intelectual social, así como la protección del Medio Ambiente se centra en la salud física colectiva. Los límites se establecen a través del fomento de aquellas otras expresiones artísticas que promueven la biodiversidad cultural y la heterogeneidad. Por ejemplo, la música denominada clásica ya no se presenta como una actividad de élites, sino como una práctica abocada a un peor final, como un residuo, irreciclable, que el mercado envía al hiperespacio cultural, o bien entierra en museos sin interactividad y cuyo valor sólo reside en el prestigio, como proveniente de un pasado que hay que olvidar frente al triunfo del espectáculo comercial para el consumo. Existen pues prácticas en las Artes Escénicas y Musicales que son arrinconadas, a pesar de sus virtudes –como práctica intelectual saludable, como patrimonio de la diversidad cultural- y otras que son perjudiciales para el Medio Cultural, el cuál debería ser ecológicamente protegido.
Así como en los medios naturales se establecen intervenciones por parte de diferentes administraciones (Parques naturales, reservas de la biosfera, por ejemplo), en el ámbito cultural estas intervenciones no deben limitarse solamente a espacios patrimoniales concretos (tangibles o intangibles) como la Declaración de Patrimonio de la Humanidad, sino hacia una defensa y protección de la diversidad cultural como biodiversidad humana ante las prácticas de la industria. Las acciones de los poderes públicos limitan los intereses de empresarios de toda índole (turística, agrícola, alimentaria, industrial, inmobiliaria) en pos de un mantenimiento de la vida en unos baremos aceptables ante la degradación de la ecología planetaria. El Protocolo de Kyoto supone un ejemplo de nivel internacional, pero se asumen prácticas habituales e interiorizadas en pequeñas administraciones públicas (impulso del reciclaje, limitación de emisiones, aprovechamiento del agua…) De la misma manera se debería procurar la defensa de la biodiversidad cultural y proteger de los muy probables intereses especulativos de la Industria Cultural, la cual puede explotar el Medio Cultural en su interés a través de la homogeneización del consumo y la búsqueda del rendimiento económico puro y simple. Tal industria no debe ser ajena a una ética en defensa de la ecología de la cultura. Ni la industria, ni los pequeños artesanos, punto en el cual se encuentra gran parte de la producción cultural de nuestro entorno. De este modo, muchos de estos pequeños artesanos son los que toman conciencia de la necesidad de un comportamiento cultural ecológico, tal y como sucede con muchos pequeños agricultores, por ejemplo.
En el mismo sentido, los responsables de la Administración cultural, en todos sus niveles, deben procurar una asunción de esta ética de la diversidad cultural, frente al riesgo industrial que tiende a la uniformación de la creación y por ende a la explotación de los creadores y los trabajadores de la cultura, ya sea generando subeconomías de la cultura o creando de la cultura un valor de cambio antes que un valor social. Los poderes públicos no sólo deben establecer los límites de la protección ecológica del Medio Cultural, a través del estudio de sus programaciones conforme a criterios adecuados, sino vigilar el estricto cumplimiento de unas prácticas saludables en el propio Medio Cultural, a través del estímulo de las empresas, los profesionales y la Industria que cumplen tales objetivos. De otra manera, las Artes Escénicas y Musicales ponen en peligro su biodiversidad, incluida en ella lo que fue en el pasado y lo que puede ser en el futuro.
[1] (…) la cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones. A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones, y crea obras que lo trascienden.(Declaración de México, 1982, UNESCO).
[2] Entendidos los movimientos ecologistas como aquellos que abogan por la protección del medio ambiente para satisfacción de necesidades humanas no sólo económicas, sino incluyendo necesidades sociales. Así, una postura ecologista se propone reformas legales que consigan una mayor concienciación de gobiernos, entidades privadas y cualquier otro tipo de organización social, a la búsqueda de un equilibrio entre la salud del individuo, de la colectividad humana y de los ecosistemas de su entorno.
[3] El espectáculo somete a los seres humanos en la medida en que la economía los ha sometido ya totalmente. No es otra cosa que la economía que se desarrolla por sí sola. Es el reflejo de la producción material y la objetivación infiel de los productores. (Guy Debord, La Sociedad del Espectáculo, Pre-textos, 1999, pg 42)