Sabe la lingüística que el sentido de las palabras depende del marco conceptual, o cognitivo, en el que se arrojan. La práctica política diaria requiere un trabajo previo de creación de marcos ideológicos, lugares comunes donde las palabras que transportan ideas tengan el sentido deseado.
Dice Ibarra, el ex de Extremadura, que el joven socialismo del PSOE tiene ideología pero no tiene ideas. No lo veo así, mas bien es que las ideas erráticas que tiene son producto de una carencia sustancial de ideología. Un partido sin ideología es un partido sin rumbo. Después está la acción política, donde las ideas se expresan. Las ideas encajan en la ideología cuando son coherentes con ésta, o utilizando una terminología de la Física, cuando son consistentes. Una idea es un nodo en una red ideológica.
El liberalismo galopante ha creado prácticamente todos los marcos conceptuales de la política actual, su ideología es claramente perceptible cuando usan las palabras libertad, riqueza, crecimiento, bienestar, progreso, prosperidad, fiscalidad, impuestos, igualdad, solidaridad, y así un sin fin de términos cuyo significado ha dejado de ser ilustrado y progresista, de izquierdas y científico. En los marcos conservadores estas palabras representan creencias que no se cuestiona.
En materia económica, ni el gobierno estatal por activa, ni el autonómico por pasiva son capaces de hacer que la sociedad reflexione sobre las causas de su malestar. Si no, ¿cómo se explica el triunfo de opciones implicadas en corrupción urbanística? ¿cómo se explica que las posiciones derechistas causantes de la crisis actual triunfen electoralmente?
El caso del debate actual sobre los impuestos es un ejemplo. Es la derecha la que tiene reforzado su marco de debate. Cualquier cosa que digamos caerá en él y su respuesta será aplastante e indiscutible. Simplificando: subir los impuestos frena el crecimiento económico y destruye empleo. Han sido decenios de políticas fiscales neocons, decenios de religión económica única y verdadera.
El planteamiento de reforma fiscal del gobierno ZP comete varios errores fácticos.
1. Pretende ser reversible, bajaran los impuestos, dicen, cuando salgamos de la crisis. Olvida que la crisis está incrustada en el modelo y que los paños calientes solo son transitorios. No fuerza el cambio de modelo energético y productivo, que está apaciblemente en el centro del huracán.
2. No fomenta externalidades sociales positivas. Se delega el crecimiento del empleo a criterios de libre mercado sin que la nueva carga impositiva tenga como fin la inversión en sectores con futuro.
3. Sube el IVA de forma generalizada porque baja la inflación, de este modo el consumo no se resiente. Pero no es un incremento o mantenimiento del consumo de productos materiales lo que necesitamos, sino mas eficiencia productiva. Resumido: mas beneficios inmateriales con menos recursos materiales. Mas empleo con menos insumos. Lo que necesitamos es desmaterializar la economía.
4. El afán es recaudatorio y, salvo para poder afrontar el gasto en desempleo, lo que supone un cierto grado de resignación, no se observa ningún carácter finalista.
5. Son las rentas medias las que soportarán la carga impositiva.
La evidencia de reforma circunstancial y errática es tal que no engaña a nadie. El gobierno, como no asume su parte de responsabilidad en la crisis actual, no actúa para salir de ella, solo confía en la economía globalizada. Está a verlas venir, por eso Zapatero dice: “gobernar es también improvisar”.
De este modo, el PP ha encontrado de repente un filón para el contraataque político jugando en campo propio. Un campo en que la igualdad fiscalidad = impuestos no se discute, y los impuesto son de por sí malignos.
Como hablamos de fiscalidad, bueno es recordar que la palabra fisco alude a la cosa pública, sin la cual no serían posibles ni la educación, ni la sanidad, ni las infraestructuras, ni las condiciones de posibilidad para la convivencia democrática pacífica, ni otras muchas cosas que van desde los parques y jardines hasta la conservación del patrimonio histórico, desde los centros de acogida de menores hasta la asistencia a dependientes, desde el mantenimiento de las bibliotecas hasta la promoción de la creatividad, desde la defensa de los consumidores hasta la justicia misma; utilizando estos conceptos con mayúsculas, claro está, y entendiéndolos socialmente irrenunciables, ya se materialicen con calidad o con desidia.
Tenemos que recordar esto porque el concepto fiscalidad ha adquirido connotaciones despectivas indelebles; ese es el marco de la derecha, ese es el marco del capitalismo.
El capital, que es poder, es capaz de armonizar voces. Voces corales que hacen que la clase política que manda, en ocasiones, preste oídos más a “la cosa privada” que a “la cosa de todos”, a los grupos económicos de presión que al bien colectivo. El coro del mercantilismo es poderoso y no admite la polifonía. Dicho esto, y como gobernar es básicamente decidir qué y para qué, con cuánto y de dónde, o, lo que es lo mismo, aplicar ideología para obtener el ingreso y para distribuir el gasto, la fiscalidad debería ser un permanente frente abierto contra la ley de la selva, auspiciada por el ultraliberalismo económico que es la doctrina liberticida de la ley del más fuerte.
Es por ello que propongo un marco de acción política diferente al marco capitalista, démosle nombre, llamémosle Nueva Cultura Fiscal.
Aquí, en ese espacio, fiscalidad no significa recaudación, significa promoción. Significa gobierno, no poder. Diagnosticados los males de la economía, una reforma fiscal, basada en una nueva cultura fiscal, debe ir a la raíz del problema. Si la crisis es social, económica, ambiental, especulativa, en definitiva crisis civilizatoria, el modelo fiscal ha de cambiar de raíz. Hagamos de la fiscalidad un acto de civilización.
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