@andresash
Cuentan los economistas (no todos, pero… los que están con los que mandan) que el origen de la economía de mercado está en el intercambio. Y que el dinero se reduce a un medio que lo facilita. Aunque hay muchas formas de intercambio, para para la economía de mercado el trueque es su forma “natural”: doy y das.
El trueque es el ideal, con pretensiones historicistas, de la economía de mercado. En él, hombres (no mujeres) libres producen bienes, en sus naturales familias y/o comunidades que intercambian libremente por otros bienes para satisfacer sus naturales necesidades. Pero, y aquí vienen historias de agricultores que quieren pescado, y pescadores que no quieren trigo sino canastos, hay que resolver los límites del trueque, lo que hacen introduciendo un cuarto en discordia, el dinero. Las propiedades de los metales preciosos los hacían candidatos “naturales” a tener ese papel: son fácilmente divisibles, cómodamente portables, difícilmente falsificables… y convenientemente escasos). Y así, libre y naturalmente, los metales preciosos se hicieron dinero y viceversa.
Es después cuando mpiezan las complicaciones con reyes sedientos de impuestos que “politizan” el libre metal, prestamistas que inventan el crédito, banqueros que transmutan oro en papel… A pesar de todo ello en la economía de mercado el intercambio dice no diferir esencialmente del trueque entre agentes libres, sean estos granjeros amish, sean sociedades anónimas cotizadas en Wall Street.
La economía se nos presenta así como el reino de los agentes a los que nada artificial les obliga a participar en relaciones de intercambio, y es ese en el sentido en que son libres, e iguales: cualquiera puede rechazar las condiciones de un acuerdo que no le convenga. Sólo cuando entramos en política hallaríamos la coerción (la que nos impide por ejemplo vender órganos) o nos daríamos de bruces con la desigualdad (como que dos personas paguen un precio distinto por un mismo bien, véase el rico que paga más impuestos que el pobre para estar igualmente cubiertos por el sistema público de salud). En política las relaciones entre las personas no son transacciones simétricas, sino asimétricos ejercicios de poder; donde el dominio sustituye al intercambio como leitmotiv.
Y hasta aquí el mito de la sociedad de mercado.
La Historia nos cuentan otra cosa. Acertaríamos más al situar en la deuda, y no en el intercambio, los orígenes y fundamentos del dinero. En realidad podríamos decir que el trueque es un caso particular (una deuda que se agota en el momento de generarse) de una relación económica más general: la de los intercambios asimétricos con la correspondiente generación de obligaciones que es la deuda.
El dinero es el símbolo de la deuda, es como se hace pública y, así, social. Es el recordatorio de que la relación entre personas o grupos no ha acabado, no se ha resuelto (como sí connotan las referencias al trueque), sino que podríamos decir que acaba de empezar. Sea una boda, la resolución de una disputa, un tratado… se haga con plumas en el Pacífico Sur o con abalorios iroqueses en Norteamérica el “dinero” no resuelve la relación social, sino que precisamente recuerda que no está cerrada. Si es necesario un símbolo social como el dinero es para dejar el ámbito privado y convertirse en un asunto público. Volveremos a ello.
Sigamos con el vínculo entre deuda y dinero. Si la forma absoluta de deuda, que es la esclavitud, se podía llevar a la liberación o al traspaso por medio del dinero, la función del dinero como “gestor las deudas” (más que “facilitador de libres intercambios”) gana enteros. Igual que el dinero “ritual” socializaba compromisos, el dinero metálico o fiduciario lo hace entre deudores y acreedores: la deuda pasa de ser, ante un todo, un “deber” del deudor a un “derecho” del acreedor, que la sociedad reconoce y al que concede ciertas garantías. Presentar el dinero esencialmente como deuda, además de históricamente más adecuado, descubre la naturaleza política de la economía de mercado, pues el dinero se convierte en una forma de poder reclamar parte de la riqueza colectiva liberándose de las vicisitudes que toda relación personal supone. Es una forma primitiva, pero seminal, de la estrategia de socializar las pérdidas.
El avance de los mercados y de la monetarización de la economía ha ido incrementando progresivamente el poder de los acreedores: son más los ámbitos donde la desigualdad real de las relaciones de mercado puede “rentabilizarse”. El interés de las monarquías absolutas por controlar los metales preciosos es un indicio más: ninguna relación de poder podía ser ajena a quien se consideraba titular absoluto del poder. Dando un salto a nuestra situación, de secuestros ciudadanos para rescates bancarios, podemos ver que ésta no es una invención de última hora: forma parte de la naturaleza de la economía de mercado, proceso que se refuerza cuando la política institucional acompaña.
El papel de las instituciones políticas podemos analizarlo con un experimento social (es decir, yendo a la historia). Veremos que el dinero fiduciario (ya sean tablillas mesopotámicas, ya sean títulos renacentistas) ha ido asociado a momentos históricos más pacíficos mientras que el dinero metálico ha brillado sobre todo al pagar a mercenarios, cuando la guerra y el caos eran la norma. La confianza se basa al fin en relaciones a largo plazo, precisando una cierta estabilidad institucional y paz social; con el oro las relaciones se pueden resolver casi inmediatamente… y puede hacerse algo que en sistemas fiduciarios primitivos es inviable: robar y saquear el dinero metálico tiene sentido. La desvinculación que permite la plena liquidez favorece una economía predadora el comportamiento irresponsable.
¿Significa esto que nuestra sociedad, donde el papel de los metales preciosos como dinero es marginal es “mejor”? No, a lo que debemos atender es a las funciones, no a las materias. Lo que aporta el metal precioso es, primero, hacer que el dinero sea algo escaso. Segundo, máxima liquidez.
Por tanto: no erremos el tiro. Y analicemos las propuestas económicas que hagamos bajo esa doble perspectiva. Primero: restringir el dinero (desde el patrón-oro a las actuales políticas de austeridad) es la forma de que el acreedor no pierda poder. Claro que tenemos mucha deuda. Claro que el sobreendeudamiento privado ha llevado a la situación de extrema debilidad económica. Y claro que los límites ambientales hacen inviable la salida “no conflictiva” (aumentar brutalmente el tamaño de esta economía para que el pago de la deuda sea asumible). Por eso tiene más sentido plantearnos la reducir heterodoxamente esas deudas, ya sea con una salida interna económica (inflación) ya sea con una salida externa política (quita). Ya lo hacían en la el Egipto y la Mesopotamia antiguas, en eso consistía el jubileo… Los obstáculos no son económicos, sino políticos. Lo que no lo hace más fácil: los acreedores no van a aceptar pacíficamente. Y no están indefensos.
Segundo, la liquidez absoluta hace innecesaria la “confianza”, con lo que el largo plazo pierde valor. Se acelera así la carrera por vender la mercancía averiada y traspasar los riesgos para que el problema sea de otros (aunque termine colapsando al sistema en su conjunto). La alternativa aquí es limitar las transacciones financieras (la tasa Tobin es un ejemplo, no el único). Por supuesto con esto rompemos otro axioma neoclásico, el de que las transacciones aumentan la eficiencia del sistema (la hija de la mano invisible). Pero a estas alturas no nos deberían poder vender más cuentos.
Vivir de los sueños y los mitos tiene consecuencias. Las estamos sufriendo. Vivir en la historia nos puede dar algunas claves para salir de ésta. La fundamental: que la economía es la continuación de la política por otros medios.
Podemos encontrar algunas historias curiosas sobre el dinero en “Debt. The First Five Thousand of Years”, del antropólogo David Graeber
Rafa, estoy totalmente de acuerdo: es la crisis de la globalización. Es un error «nacionalizar» los bancos. Lo que habría que «nacionalizar» es la banca (y entonces nos daremos cuenta que si no cambiamos la globalización estamos condenados). En lo que quería insistir en este artículo es en la naturaleza política de la economía, y en darle la impotancia al dinero que paradójicamente no se da. Hablando de otra cosa, en un par de semanas intentaré subir unas notas sobre el dinero visto desde la ecología política. Creo que eso te va a gustar.
Bueno, hay ciertas «cosillas» cuyo coste resulta difícil evaluar con dinero:
http://www.youtube.com/watch?v=lXVNL0EzIdw&feature=related
En todos los manuales de economía se describen las funciones del dinero pero no su naturaleza. Andrés, estoy totalmente de acuerdo contigo, la naturaleza del dinero es ser «deuda social» y quien tiene la capacidad de emitir la «deuda social» es el soberano (a los que acompañaba una serie de privilegios para precisamente emitir sta «deuda social») visible. Parece increible que la actual teoría dominante sobre el dinero (esquema LM) sea una teoría sobre el dinero líquido ¡qué más da su soporte físico¡. la actual crisis, la crisis de la globalización, tiene como causa inmediata el poder de los nuevos soberanos (invisibles) con capacidad de generar «deuda social» a través de los mercados financieros globalizados pero al carecer de mecanismos de control (no son visibles) lo que han generado es esta enorme burbuja global que en vez de provocar inflación provoca el «efecto pobreza», es decir la pérdida de valor de los activos. La función de los estados (que han perdido el monopolio de la soberanía) es la triste y subordinada tarea de asumir esa «deuda social» artificial y burbujeante (porque no se corresponde con la creación de oferta). Al mismo tiempo la desregulación financiera y la desmaterialización monetaria conceden al los nuevos soberanos «invisibles» (los grandes controladores de los mercados financieros globales) una capacidad de crear «deuda social» ilimitada, por lo que el círculo vicioso carece de fondo mientras que no haya una regulación monetaria y financiera global.