José Antonio Pérez Tapias
Las expectativas pueden quedar insatisfechas debido a los mil avatares de la realidad. Toca entonces reponerse de sinsabores. Pero la esperanza, ¿qué pasa con la esperanza? Si se mata, el futuro muere con ella. Por eso es fundamental mantenerla viva, mas no como pasiva espera, sino como esperanza activa que bien sabe cómo hacer para que la meta a la que se orienta se vea mediada con la realidad, abriendo paso a lo que se vislumbra como posibilidad real. Bien viene recordar lo que dejó escrito el filósofo militante Ernst Bloch: una esperanza no mediada por el conocimiento de la realidad es «esperanza no clarificada que sólo conduce al descarrío».
¿Es vana ilusión, en las actuales circunstancias de España tras las pasadas elecciones, insistir en la posibilidad de un gobierno de izquierda? La derecha se encarga de tachar esa posibilidad de recusable aventurerismo. Y eso lo dice un Partido Popular que no ha logrado sacar a los españoles de la crisis y ha contribuido sobremanera a que las instituciones de la democracia se vean sumidas en el descrédito por mor de una corrupción sistémica. ¿Con qué fuerza moral se hace tal crítica al intento de pretender un pacto de izquierda que dé lugar a un gobierno de cambio? Con ninguna.
Lo sorprendente -en verdad no sorprende, sabido lo conocido- es que desde la misma izquierda no falten quienes vienen a situarse en esa misma descalificación del intento de un pacto por la izquierda, con indisimuladas ganas de que ningún pacto prospere. Y ello por más que el horizonte de unas elecciones anticipadas si no hay investidura del candidato del PP a la presidencia del gobierno, ni acaba cuajando una mayoría parlamentaria para la investidura alternativa del candidato del PSOE, sea un horizonte cargado de nubarrones. No quiero pensar que a alguien, para evitar inestabilidades en momento tan delicado para el Estado español, dado el nuevo gobierno de la Generalitat catalana, se le ocurriera recurrir a alguna variante de «gran coalición» o, peor, de «gran hombre» como candidato, aun no siendo parlamentario, de supuesto consenso, para gobernar la nave del Estado en tan complicada singladura -según retórica habitual-.
Por el lado de la izquierda, por tanto, la invocada responsabilidad de estar a la altura de las circunstancias supone no abusar de éstas contra lo que, más allá de las expectativas de cada partido, es, en verdad, esperanza de amplio sectores de la ciudadanía, ésos a los que sus discursos se dirigen hablando de clases medias y trabajadoras o entendiendo que son el pueblo que plantea sus exigencias democráticas. Y atender a las circunstancias implica no utilizarlas como trincheras de intransigencia ideológica para recortar las posibilidades reales de pacto. Así, por ejemplo, el autobloqueo del PSOE a todo posible referéndum consultivo en Cataluña para orientar y legitimar el mismo proceso de reforma constitucional cuyo resultado después se refrendará por el conjunto de la ciudadanía española, es atemorizado repliegue que traba el acuerdo posible. Cabe señalar, por otro lado, que la rigidez de Podemos en cuanto a la exigencia de cuatro grupos parlamentarios en el Congreso acaba siendo otro obstáculo insalvable. Por lo demás, descalificar a esta misma fuerza política como un partido «sin principios» para mostrarse como quien de suyo los encarna, tal como le oímos a Alberto Garzón desde UP-IU, tampoco ayuda al pacto que se debe lograr.
Ya están constituidas las Cortes y, en el caso del Congreso, con un acuerdo para la conformación de la Mesa en el que el PSOE, teniendo a gala no haber negociado directamente con el PP, gana que Patxi López ostente la presidencia, pero al precio de mayoría de la derecha en la misma gracias a la astuta mediación de Rivera, es decir, de Ciudadanos. No deja de ser preocupante que dicho acuerdo pueda conllevar peajes futuros de inevitable pago. Por eso es indispensable despejar dudas en cuanto al empeño fehaciente por el pacto de izquierda que haga posible lo necesario.
Lo necesario es una alternativa a la derecha neoliberal y conservadora que desde el gobierno de España alentó su empobrecimiento, alimentó las desigualdades y miró para el punto imaginario de su inveterado centralismo en vez de buscar vías integradoras de nuestra pluralidad de naciones. Pactar para conseguir reencauzar tanto destrozo es una urgencia política y acicate para una esperanza que no debe quedar defraudada. Pero la esperanza, como por su parte decía Adorno, hay que «arrancarla a la realidad». Resignarse es someterse.
José Antonio Pérez Tapias
Publicado en la revista EL SIGLO el 18 de enero de 2016