Robert Engelman.Yale Environment 360.The Guardian Environment Network. 18(07/2011.
Con una población que sobrepasará los 7 millardos este año, los increíbles impactos medioambientales pueden difícilmente ser ignorados.
Los demógrafos no son precisamente conocidos por su sentido del humor, pero los que trabajan para las Naciones Unidas han anunciado hace poco que la población humana del planeta sobrepasará los siete millardos el día de Halloween de este año. Dado que censos y otras estadísticas apenas pueden justificar tamaña precisión, podemos creer que lo que las Naciones Unidas intentan hacer es pasar el mensaje de que todos deberíamos estar asustados, muy asustados.
Y tenemos que estarlo. El siglo XXI no lleva ni 12 años y ya hay mil millones más de seres humanos que en octubre de 1999 – con las peores expectativas de producción de energía y comida de las últimas décadas. A la humanidad le tomó hasta principios del siglo XIX para llegar a su primer millardo (mil millones); entonces se añadió otro 1.5 mil millones de humanos en los siguientes siglo y medio. Pero en los últimos 60 años, la población humana ha aumentado con otros 4.5 millardos de humanos. Nunca antes han habido tantos animales de nuestro tamaño viviendo en este planeta.
Y esta especie interactua con sus alrededores de una manera mucho más intensiva que cualquier otra especie nunca ha hecho. El Planeta Tierra se ha convertido en el Planeta Humanidad, ya que nos hemos apropiado de sus ciclos de carbono, agua y nitrógeno de tal manera que ninguna otra fuerza puede compararse. Por primera vez en sus más de 3 mil millones de años de historia, una forma de vida – nosotros – condena a la extinción a una cantidad significativa de las plantas y animales que son nuestros únicos compañeros en el universo.
¿Alguien se ha parado a pensar que estos impactos no resultan tanto de nuestra población pero de nuestro consumo? Seguramente, ya que este mensaje aparece a menudo en periódicos, libros y la blogosfera. Es como si un texto de geometría propugnara el axioma de no es la longitud lo que determina el área de un rectángulo, pero su anchura. ¿Nos preocuparíamos sobre el consumo individual de energía y recursos naturales si la humanidad aun contara con 300 millones – menor que la población actual de los Estados Unidos – que la especia mantuvo hasta el primer milenio de nuestra era?
Es precisamente porque nuestra población es tan grande y porque crece tan rápido que debemos preocuparnos, y más con cada generación, de como nosotros, como individuos, nos hallamos tan fuera de sintonía con la sostenibilidad medioambiental. Nuestras dietas, nuestra manera de desplazarnos, nuestra necesidad de que nuestros hogares siempre se hallen a 21ºC, independientemente del tiempo que haga fuera. Nada de eso hace de nosotros horribles personas. Sólo que, colectivamente, estos comportamientos están llevando nuestro planeta hacia zonas peligrosas.
Aún así, un argumento que se suele ofrecer es que toda la población de la tierra cabría en Los Angeles y aún podríamos mover los hombros. Esta imagen puede confortar a algunos. Pero el espacio, por supuesto, nunca ha sido el problema. El impacto de nuestras necesidades, nuestras avarícias, y nuestros quereres sí que lo es. Debemos lamentar, y encarar agresivamente, la enorme desigualdad que caracteriza el consumo individual en el mundo. Pero también debemos reconocer que a lo largo de las décadas que dura la mayor parte de las vidas humanas, la mayoría de nosotros vamos a consumir mucho, independientemente de donde y de cómo vivamos. Ningún ser humano, por pobre que sea, puede evitar la interacción con el medio ambiente, razón por la cual el cuántos somos importa mucho. Y dado el sistema económico que tenemos y el desarrollo optimísticamente anticipado en todas la regiones del mundo, todos tenemos tendencia a consumir más y más a lo largo de nuestra vida. El padre de siete niños pobres será el abuelo de 10 o 15 de niños más ricos que subirán las escaleras del consumo de la clase media.
Esta es, de hecho, la historia de China, a menudo vista no como un ejemplo del impacto medioambiental de su población sino únicamente por su rápida industrialización. Y sin embargo, este país, habiendo crecido demográficamewnte durante milenios, es el hogar de 1,34 millardos de personas. Una de las razones por las que este crecimiento de una población de bajo-consumo es peligrosa es porque rachas de aumento del consumo per-capita siempre han seguido décadas de rápido crecimiento demográfico de una población de bajjo consumo. Como ejemplos tenemos los Estados Unidos en los siglos XIX y XX, China en el lindar del siglo XXI y la India, posiblemente en las próximas décadas. Una preocupación mucho más inmediata desde el punto de vista medioambiental, por supuesto, es que los Estados Unidos y el mundo industrializado aún tiene de poblaciones crecientes, a pesar del reciente descenso de la tasa de crecimiento, al tiempo de vivir arriba del todo de la escalera del consumo.
Muchos de los impactos de tal multiplicación general del consumo per capita de recursos está muy bien documentada. La humanidad empezó a llenar la atmósfera con gases de efecto invernadero no mucho después del inicio de la Revolución Industrial, un proceso que aceleró con el aumento de la población y del consumo durante el siglo XX. El agua potable la compartimos tan escasamente que el Programa Medioambiental de las Naciones Unidas (UNEP, por sus siglas en inglés) predice que en tan solo 14 años, dos tercios de la población mundial vivirá en países con problemas de abastecimiento de agua. La mitad de los bosques originales han sido completamente talados para su uso agrícola, y la UNEP avisa que las pesquerías habrán colapsado completamente a mitad de este siglo. El área de tierra cultivada se ha expandido en un 13% desde que su medida empezara en 1961, pero el doblamiento de la población mundial desde entonces significa que cada uno de nosotros cuenta con la mitad de la tierra cultivable que teníamos en 1961 para producir comida.
Para el resto de la vida del planeta las implicaciones de todo esto son evidentes. Allá donde vayamos, la naturaleza debe retirarse. Estamos en los albores de lo que los científicos han empezado a llamar el Antropoceno, una discontinuidad con el pasado geológico marcado por las modificaciones a largo plazo del mundo natural y su biota. Sin quererlo estamos provocando la sexta extinción en masa no solo por nuestra voracidad y avances tecnológicos, sino porque ocupamos o manipulamos la mayor parte de la tierra en cada continente, con la excepción de la Antártida. Nos apropiamos del 24 al 40% de toda la fotosíntesis del planeta para comer o para otros propósitos, y de más de la mitad de los cauces de agua renovable accesible.
Por todo ello, no debería sorprendernos que la conservación de la naturaleza se enfrenta a una batalla cuesta arriba en cada nación. Ambiciosos conceptos, como la creación de corredores de vida silvestre para ayudar a las especies a escapar del aumento de los estragos de nuestro desarrollo y cambio climático, se emprenden a pesar de su inviavilidad en un mundo donde los impactos de la humanidad siguen creciendo.
Entonces, ¿debemos estar aterrados del día en que nazca el ser humano número siete mil millones, especialmente si consideramos que los demógrafos están prediciendo una humanidad entre 6.2 y 15.8 millardos para final del siglo? Miedo no es una acción muy productiva – coraje y determinación para encarar el riego es la respuesta. Y en este caso, hay muchísimo por hacer para curar y hacer sostenible un mundo de 7 millardos de humanos respirando y amilanarse no solo sería una fatalidad, también sería estúpido.
Acción significa hacer muchas cosas diferentes en este mismo momento. No podemos parar el crecimiento de nuestra población inmediatamente. Pero podemos emplazar las condiciones que pueden apoyar un pronto fin a dicho crecimiento, haciendo que este sea el año en que celebramos el último día del millardo. Podemos elevar la autonomía de las mujeres para que puedan toar por cuenta propia las decisiones que cambian su vida. Podemos reducir las tasas de nacimiento con tal de asegurarnos que las mujeres se quedan embarazadas solo cuando ellas mismas deciden tener descendencia.
Simultáneamente, necesitamos una radical transformación del consumo de energía, agua y materiales mediante la conservación, la eficiencia y las tecnologías verdes. No deberíamos pensar en ello como en una secuencia de esfuerzos – empezando por el consumo, ya que la dinámica de la población requiere un lapso de tiempo para cambiar – pero como una tarea simultánea en todos los frentes. Sería ingenuo creer que llegaremos a la sostenibilidad mediante un combate de lucha libre ente tecnologías y estilos de vida, mientras la población humana crece indefinidamente y mucha gente desea vivir tan confortablemente como en Estados Unidos. Ni deberíamos confortarnos con la ilusión de que el crecimiento está a punto de detenerse. Los demógrafos no pueden decirnos cuando tendrá lugar (o mediante que combinación de baja tasa de nacimientos o alta mortalidad) de la misma manera que los economistas no pueden predecir cuando volverá el crecimiento global robusto. Ambos grupos de expertos son burlados por las muchas sorpresas que el futuro tiene guardadas.
Más que predecir el futuro, tenemos que trabajar para protegerlo. Más de dos de cada cinco embarazos en el mundo no son deseados por las mujeres que los experiencian, y la mitad de esos nacimientos hacen que la población continúe creciendo. Claramente, hay un inmenso potencial en la reducción de nuestro crecimiento mediante algo que las mujeres desean y necesitan: la capacidad de decidir por ellas mismas cuando quedarse embarazadas. Si todas las mujeres tuvieran esa capacidad, afirman los datos de las encuestas, el número de nacimientos globales bajaría por debajo del límite de remplazamiento, que está justo por encima del valor de dos hijos por mujer. La población inmediatamente se movería sobre la senda que lleva a un pico seguido de un decrecimiento gradual, posiblemente antes del 2050.
A pesar de las barrera obvias a los derechos de las mujeres en el mundo actual, dicha visión se basa en un conjunto de condiciones simples y realizables: Las mujeres deben ser capaces de tomar sus propias decisiones libres del temor de ser coaccionadas por sus parejas, familía o sociedad. No beberían depender del hecho de ser madres de una prolija familia para conseguir la aprovación social y auto-estima. Y deberían tener un acceso sencillo a métodos anticonceptivos seguros, efectivos y abordables, y la información y consejo de como usarlos.
Para todos aquellos preocupados por el medioambiente, el futuro de la civilización, o ambos, el día de 7 millardo debería empujarnos a encarar y medir los riesgos de un aumento continuado de la población. Mediante nuestra mera presencia y actividad, estamos poniendo nuestra propia vida en riesgo. Ningún ser humano tiene el derecho de consumir para siempre, más que ningún otro. Y sin embargo, si consiguiéramos reducir de alguna manera las desigualdades en el consumo, la importancia de cuantos somos aun se harían más obvias y cruzaríamos los límites de los sistemas naturales. Apenas disminuye la importancia de reducir tanto el consumo como las desiguadades el darse cuenta que ambos pueden fnalizar sin emplazar ninguna ley para reducir el número de nacimientos, sin coerción de ninguna clase, sin juicios sobre aquellos que prefieren familias numerosas. No nos hallamos lejos de un mundo en el que el número de nacimientos apenas equilivra el número de decesos, únicamente basado en embarazos universalmente bienvenidos por las mujeres y sus parejas.
La transición a un dicho mundo no será del todo indolora. Las naciones deberían ajustarse a un aumento en el envejecimiento de su población. En China e Índia, las familias pequeñas pueden contribuir a un número artificialmente alto de bebés de sexo masculino, con los posibles riesgos para la estabilidad social. Pero este es precisamente el tipo de problemas que nuestras sociedades e instituciones son buenas en resolver. Detener el cambio climático, reducir la escasez de agua, o mantenoer los ecosistemas intactos, al contrario, no parecen ser los problemas que seamos capaces de resolver. Trabajar ahora para detener el crecimiento de la población mediante los embarazos deseados no resolverá esos problemas por ellos si mismo, pero ayudará – y mucho. Y semejante esfuerzo, basado en los derechos humanos y la dignidad y la libertad de quien protagoniza los nacimientos, esté en el interés de todos los que verdaderamente se preocupan de un medioambiente sostenible y del futuro de los humanos.
Traducio y publicao por http://oilcrash.net/