Álvaro Arrans Almansa
2016 fue para todos un año de sorpresas, pero, sobre todo, de dudas. En junio, y aún hoy, nos preguntábamos por el futuro de Reino Unido y de la Unión Europea; en noviembre por el de los Estados Unidos y, desde entonces, por el papel de las herramientas formadoras de opinión de los medios de comunicación y por la viabilidad del conductismo masivo que aplican desde la victoria de Roosevelt en las elecciones de 1933.
Precisamente ayer conocíamos la noticia de la activación por parte de Reino Unido del artículo 50 del Tratado de Lisboa mediante el cual procedería a abandonar la Unión Europea. El viejo continente parece resignarse ante la decisión de los hijos de la Gran Bretaña viendo como poco a poco el canal de la Mancha se convierte en algo más que una barrera geográfica entre Francia e Inglaterra, algo que se está festejando tanto en Downing Street como en la Casa Blanca. Europa, por decirlo de alguna forma, está viviendo algo así como lo que estaría sintiendo Juana de Arco frente a su propia hoguera.
El problema del viejo continente no se llama Brexit, se llama euroescepticismo y, por desgracia, está presente en todo el espectro político de los futuros veintisiete. Pero no es algo nuevo en nuestra historia moderna: si hay una asignatura en la que la sociedad occidental se lleva matrícula de honor es en la de repetir errores más que estudiados, analizados y ampliamente difundidos. La salida del Reino Unido de la Unión Europea será la primera muestra de nacionalismo centrífugo desde el asentamiento de este “nuevo orden mundial” al que se referían coetáneamente Gorbachov y Bush.
El Brexit es redundante históricamente, aun teniendo una cierta tasa de novedad: es el primer movimiento nacionalista moderno que lleva a cabo sus planes sin derramar una gota de sangre. Pero, ¿por qué redundante? En época de vacas flacas ya es un clásico ver la paja en gobernante ajeno y no la viga en el votado. Lejos de seguir el diálogo por el que tanto aboga Zapatero para cualquier tipo de conflicto, casos como los de los checos frente al Imperio Austrohúngaro o la propia Unión Soviética suponen un claro antecedente a este desafío que ahora emprende Gran Bretaña. En el primero de los casos, la victoria de los checos desencadenó entre otros muchos factores -perdóneseme el simplismo histórico- la Primera Guerra Mundial; en el segundo, con algunas millones de bajas menos, el brutal empobrecimiento de la población rusa. ¿Qué nos deparará a nosotros el futuro con esta ruptura? De momento, en todos los análisis lo único claro es que Reino Unido seguirá siendo un lejano competidor para nosotros en Eurovisión.
Gran Bretaña (o, al menos, su mayoría), pese a defender a capa y espada la supremacía de su querido William Shakespeare sobre cualquier otro autor, algo que envidiaré enormemente del Reino Unido, se ha inspirado plenamente en la archiconocida letrilla quevediana para abandonar la unión que durante años simbolizó la estabilidad moderna y el olvido de viejas rencillas (que habían costado la vida a más de cincuenta millones de personas). ¿Quién sabe? si Poderoso caballero es don Dinero lo hubiera escrito Cervantes puede que hubiera ganado el remain. Hasta puede que Francisco de Quevedo predijera el Brexit para escribir su pequeño poema.
Sí, seguimos pensando que hoy en día somos más libres que nunca en toda la Historia, que vivimos años de bonanza -en lo político-, que podemos votar y equivocarnos todas las veces que haga falta y hasta presumimos de ello. Pero va siendo hora de que pensemos que algo no va bien, ni en la población ni en su respuesta al mensaje a los medios de comunicación, cuando aparecen estos resultados tan inesperados en comicios de este calibre. Algo no va bien en esta democracia cuando hasta uno de sus mayores impulsores históricos, Winston Churchill, decía que era “la peor de las formas de gobierno sin tener en cuenta a todos los demás que han sido probadas de vez en cuando” y sostenía como principal refutación contra el sistema por el que abogaba una breve conversación con el electorado, base y sentido de iure de todo el entramado.