Javier S. Cavero| Tres años antes de desembarcar en Cuba a bordo del Granma, Fidel Castro terminó su alegato durante el juicio en su contra por el asalto al Cuartel Moncada con la frase: “La historia me absolverá”
A veces me pregunto qué guía las acciones de los hombres y mujeres, si es la inercia, el sentido de responsabilidad, las convicciones internas o los impulsos más terrenales. ¿Qué les lleva a los políticos del PP valenciano a saquear las arcas públicas de forma tan inmisericorde? ¿En base a qué tomará Pedro Sánchez la decisión de pactar a derecha o a izquierda?
Dios juzgará los actos de los creyentes cuando llegue el día, pero y a nosotros, los ateos, ¿quién nos juzgará? ¿La ética de nuestro tiempo, quizá?, ¿la historia?, ¿nosotros mismos?
Pongamos que quiero estafar a alguien, o matar a mi vecino. Por una parte el miedo al castigo me impedirá hacerlo, pero por otra, también lo harán los principios éticos que una sociedad y una época concreta han hecho germinar en mí, el “yo soy yo y mi circunstancia” de raíz orteguiana. Así pues, ese yo, producto de todo lo que me rodea, juzgará mis propios actos. Pongamos ahora que sigo adelante con mi plan porque tengo la certeza de que el crimen quedará impune, y además, carezco de esos principios morales que me impiden cometerlo. “La historia te condenará”, me gritarán muchos. Pero… ¿lo hará?
En la antigüedad, Esparta creó lo que sería probablemente el régimen de esclavitud más inhumano, cruel y prolongado de la humanidad. Más de 2000 años después, la historia (o al menos la historia en el imaginario popular) parece haberlos absuelto. ¿Quién no nos dice que en un futuro los abominables crímenes de la Alemania nazi no serán vistos de otro modo? Esa terrible pregunta nos conduce a la certeza einsteniana de que todo (salvo la velocidad de la luz) es relativo, y por tanto, a la convicción de lo absurda que es la vida, esa evidencia que expresó tan bien Camus en El extranjero.
Y si somos tan insignificantes y todo es relativo y nada importa… ¿para qué la bondad, la honradez, la solidaridad o el respeto? ¿Para qué la política? ¿Por qué no desterrar de una vez los llamados “valores universales” y entregarnos a una orgía nihilista de corrupción, codicia y narcisismo? Pues quizá porque eso es la vida al fin y al cabo: darle sentido a lo que no lo tiene, hacer lógico lo absurdo, significativo lo vacuo, eterno lo efímero…
No sé si la corrupción será desterrada de una vez por todas de la política, ni si Pedro Sánchez pactará con Iglesias, con Rivera, con los dos, o con ninguno. Lo único que sé es lo que decía Bogart en la secuencia final de Casablanca: “Los problemas de tres pequeños seres no importan nada en este loco mundo”.