Roberto del Tío
Yo sí lo recuerdo. Y lo echo de menos.
Ocho años después de esa alegre y pacífica explosión social merece la pena rescatar la memoria de este movimiento que poco después fue señalado como motor de cambios importantes en el panorama político español.
Corría el año 2011 y la crisis golpeaba con especial crudeza, como nunca. Perder el trabajo o cerrar una pequeña empresa significaba, casi de golpe, verte en una situación de marginación social, con el agravante de que la potente maquinaria informativa que se hacía eco de los mensajes del gobierno trasladaba la responsabilidad de su suerte a quien lo perdía todo de golpe. “Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” o “Hay que trabajar más y cobrar menos” eran sentencias que circulaban amenazantes entre la gente más humilde, la de una situación más precaria y otras no tan humildes que de repente se convertían en grandes morosos al perder su trabajo, sin que las instituciones reaccionaran. Todo ello mientras la sensación de corrupción entre la clase política se asumía como parte del escenario, de la misma manera que se asumía que los políticos, en general, respondían de su trabajo ante entes desconocidos y poderosos, los que tienen y custodian el dinero. Quien haya leído hasta aquí y le suene a nuevo eso del 15M podría pensar, con razón, que todo eso sigue ocurriendo hoy. Aunque las diferencias entre aquella situación y la de hoy dista mucho de ser la misma, no les faltará razón. Sin embargo, muchas de las respuestas, tanto a nivel individual como social que hoy damos ante situaciones así parten de la impugnación pacífica, rabiosa y poderosa del 15M como contraste a todo ese escenario en general y a cada uno de sus elementos en particular.
Eso de “No hay pan pa tanto chorizo” y el “No nos representan, que no” trascendieron la condición de lemas de manifestaciones para convertirse en línea política. El 15M se convirtió así en un movimiento impugnatorio sobre la condición de los representantes políticos como tales, que no reaccionaban a una situación en la que eran señalados por la corrupción, por una parte, y por el paro, los desahucios, el aumento de la pobreza y la precariedad de aquel entonces, por otra.
No tardó el movimiento en dar el paso siguiente. Las faltas de respuesta a las demandas reforzadas con múltiples movilizaciones no encontraron en el gobierno del PP más que un desafío. Desde ese gobierno, que cabalgaba montado en la ola neoliberal que lo privatizaba todo sin dar salida a los problemas más cotidianos, no se tuvo rubor en afirmar “si quieren cambios políticos que se presenten a las elecciones”. La respuesta quincemayista se basaba en que “En democracia decide la gente, la gente tiene derecho a decidir lo que se hace con los recursos de todas y todos” “La gente debe hacerse cargo de que las instituciones trabajen para la gente”, lo que significó el mayor empuje para elevar la intensidad de nuestra democracia conocido hasta hoy con una participación sin precedentes en la vida política. Surgieron partidos nuevos, alguno de ellos captó y transmitió perfectamente las demandas del 15M y el escenario político cambió drásticamente. El bipartidismo resistía a malas penas y las nuevas formaciones se abrían grandes huecos en las instituciones.
Hoy recuerdo especialmente esa demanda de democracia intensa y cómo se coló en la política. De repente, todos los partidos realizaban elecciones primarias para elegir a sus representantes. De repente, se configuraban opciones políticas con nombres nuevos, alejadas de las tradicionales siglas tan identitarias de los partidos políticos. Parecía verdad aquello de “somos los de abajo” más que los de la izquierda o los de la derecha.
Hoy recuerdo todo eso, pero lo hago también con la sensación de que ha pasado poco tiempo para que todo aquello se halla ido al traste. Estamos al final de otro ciclo electoral que ha tenido una primera entrega en las pasadas elecciones generales, convocatoria que se ha desarrollado con un gran nivel de enfrentamiento, con un partido creciente más, que ha devuelto al franquismo a la política española, y que se ha alimentado del interminable conflicto territorial surgido en Cataluña, al que parece que nadie quiere darle un final que la gente ve más claro que unos políticos que, a veces, parecen encantados con ese conflicto.
El resultado de todo esto se podría resumir diciendo que el 15M fue la chispa de todos estos cambios, pero que no acaban de ser los que se buscaban. Los partidos más afines y que mejor supieron captar las demandas del movimiento han dado tal giro en su comportamiento político que no se reconoce al 15M por ninguna parte. De nuevo intereses de aparato sobre los de la gente de cada territorio, de nuevo dedazos en las listas electorales, de nuevo falta de transparencia y de participación, de nuevo… lo mismo de siempre. Lo mismo, pero con un poco más de volumen institucional gracias a que la carne de activista ha aumentado un poco el peso de su influencia. Lo mismo, pero con una situación de resistencia ante una derecha tricéfala que sigue siendo amenazante ante unos afines absolutamente decepcionantes. No era esto lo que buscaba el 15M, que va.
Algunas y algunos siguen empeñados en mantener viva la llama, y es en las elecciones municipales donde más se ven. Mientras los partidos tradicionales se toman estas elecciones como una segunda vuelta de las generales -hablando en plata: importándoles un pimiento el municipio donde se celebran- hay algunos que aún pregonan y presumen de su comportamiento democrático, de su transparencia, de su preocupación por lo más cercano.
Es difícil saber hasta dónde llegará la memoria del 15M, la gente que ahora tiene 18-20 años, tenía 10-12 entonces. Y la memoria del significado de estos tres caracteres está en riesgo de extinción. De lo que no me cabe ninguna duda es que ningún quincemayista olvidará lo sucedido desde aquel 15 de mayo hasta hoy. Ninguno ni ninguna de las activistas de ese movimiento lo olvidarán.
“Vamos despacio porque vamos lejos” era otro lema del 15M…
SÍ SE PUEDE