Raúl Solís | No tienen bastante con arruinar la vida a la gente; con echar de casa a unos pobres niños, que no han tenido la suerte de ser escracheados por unos “nazis” que pegan pegatinas en la puerta de un desgraciado diputado, que cobra más de 3.000 euros al mes y se siente acosado porque un grupo de desarrapados acude a su casa a mendigarle que pulse un botón verde que frene tanto sadismo gubernamental y económico.
No tienen bastante con estar gobernando con un programa electoral que no existe, que han modificado por un programa de gobierno que es salvaje, cruel, raya lo criminal y está castigando a las víctimas inocentes de una crisis que no han creado. No les basta con gritar “que se jodan” desde el escaño del Congreso de los Diputados, ni con haber financiado al PP ilegalmente, con el dinero de los que llaman nazis; ni con haber construido aeropuertos para peatones, ni con haber arruinado las cajas de ahorros, ni con privatizar la sanidad. No les basta nada, quieren más, quieren sangre. Ellos son los ganadores y los demás, los perdedores. El darwinismo social como forma de gobierno.
Llaman nazi a Ana, una mujer de 70 años que se ha ganado su vida honradamente, limpiando escaleras en Sevilla, y que tuvo la mala suerte de avalar con su vivienda la hipoteca de una de sus hijas. También limpiadora como su primogénita y de quien depende una criatura de siete años que vive sin decir que su madre ha sido desahuciada por miedo a ser señalado en el colegio. La nazi de Ana tiene un marido de casi 80 años que no ha hecho otra cosa en su vida que trabajar de peón, de jornalero y de lo que hiciera falta para vivir en un modesto barrio sevillano y criar a sus dos hijas. Madre, padre, hija y nieto son unos nazis sin casa.
Dolores de Cospedal llama nazi a una violenta madre de cuatro hijos, vecina de un pueblo del interior de Andalucía, que también ha sido desahuciada por avalar la vivienda de un hijo suyo. “O doy de comer a mis cuatros hijos (todos en paro y con hijos) o pagamos la vivienda”, dice amargamente esta nazi llamada Manuela que agradece infinitamente el kilo de lentejas que le dan en Cáritas. Manuela, cuatro hijos y tres nietos son nazis.
Vanessa es otra nazi. Tiene 29 años, casada y con tres hijos. Uno de ellos con una grave enfermedad degenerativa y una discapacidad intelectual que hace que un niño de 10 años se comporte como un niño de tres. Vanessa trabajaba en una empresa de limpieza que cerró cuando la burbuja inmobiliaria estalló. Junto a ella, su marido también fue a la calle. El matrimonio trabajaba en la misma empresa y, de un día para otro, se convirtieron en nazis.
Por perder, a Vanessa le expropiaron hasta los juguetes que los reyes magos regalaron a su hijo pequeño, por no poderlos sacar del depósito municipal que le pedía 400 euros por recoger sus pertenencias. A los tres hijos de Vanessa les gustaría tener casa y un padre que ganara 3.000 euros para poder ser escracheados.
Carmen también es nazi. Tiene 55 años, toda la vida trabajando hasta que estalló la crisis del milagro económico español que la metió en un ERE que la expulsó de su trabajo, de su estabilidad emocional y de una casa que estaba a unos pocos años de terminar de pagar. El mismo dilema: “o doy de comer a mis tres hijos o pago la hipoteca”.
Priorizó, como priorizan los humanos. Las deudas son contratos, se pueden negociar; el hambre es una necesidad básica, innegociable y que no sabe de pactos. Priorizó dar de comer a sus hijos y un buen día se vio durmiendo entre cartones en una iglesia sevillana. Carmen es una nazi que recibió una paliza de un grupo de ‘skins pacíficos’. La apalearon brutalmente, a ella y a una de sus hijas que tiene 22 años, y le dejaron grabado a fuego cómo visten los nazis, cómo se comportan y quiénes son.
Todas estas mujeres nazis viven realojadas en una de las viviendas que la plataforma Stop Desahucios ha ocupado, para salvar de la inmundicia a las víctimas de una crisis a las que sus gobernantes llaman “terroristas” o “nazis”. Sin el menor sonrojo y sin la menor piedad. Con saña y maldad gratuita.
No puedo imaginar qué se siente al sentir que el vacío es tu casa y que tu proyecto de vida se esfuma a los 70 años, cuando los seres humanos nos preparamos para afrontar con serenidad los últimos años de nuestra vida. Tampoco me imagino qué se puede sentir cuando se pasa de fichar diariamente en tu empresa a acudir a Cáritas a por un litro de leche y azúcar.
No lo puedo imaginar, pero sí he visto el sufrimiento de estas nazis a las que el PP acusa de “violentar el voto” y comportarse “como el totalitarismo nazi de los alemanes”. Lo que sí me puedo imaginar es la comodidad, el sadismo, el cinismo y lo perverso de quien habla de las víctimas de su ideología desde un bar del madrileño Barrio de Salamanca. Los desahuciados no han matado a nadie en su lucha por una vivienda digna, quienes los llaman nazis defienden un sistema político que ha matado a más de 20 personas desahuciadas o amenazadas de desahucios. ¿Quiénes son los nazis?