Concha Caballero / Tienes 20 segundos para decidir si convertirte en un bobo y creer a pies juntillas la versión oficial de que la crisis ha terminado o asumir el papel de aguafiestas, mover la cabeza con incredulidad y declarar que no te crees esta bajada abrupta del telón.
Uno, dos, tres… Tienes 20 segundos para decidir dónde te sitúas, antes de que se acaben las felicitaciones del nuevo año y pongas los pies en la realidad, vuelvas a tu trabajo —si es que lo tienes—, o a la plaza virtual donde se subasta el trabajo precario o a la maldita cola del paro, donde los condenados recorren círculos infinitos.
Cuatro, cinco, seis… tu corazón desea ardientemente que todo haya acabado, poner aunque sea unos metros de distancia entre tu presente y el dolor de la crisis que ha arrancado a tantas personas hasta la última esperanza. Tu razón te advierte que salimos de la crisis como entramos: por mano ajena, sin saber el origen cierto de la misma ni conocer los derroteros por los que transcurrirá el futuro.
Siete, ocho… te subleva ver a tanto banquero, a tanto empresario exitoso que asoma su rostro por los foros apropiados para dar veracidad a la afirmación de que estamos al final de un túnel excavado por sus propias manos. Te figuras que, más que representantes del mundo económico, son el público agradecido de una obra de teatro que aplaude entusiasmado el final de la función. ¡Bravo! ¡Qué excelente interpretación! ¡Qué giros tan imprevisibles del guion! ¡Qué ingenio para resolver todas las situaciones de la forma más conveniente a los intereses de los más poderosos!
Nueve, 10, 11… no quieres engañarte pensando que la crisis ha sido ficticia, sabes de sobra que la crisis financiera era real, y que las otras crisis de las materias primas o de la energía laten en el centro del sistema económico, pero han aprovechado hasta el límite de lo admisible esta situación para perpetrar la mayor estafa económica contra la ciudadanía, el mayor retroceso de derechos económicos y sociales nunca visto. De esa crisis-estafa no saldremos en los próximos 20 años. Habrá generaciones completas, las que sobrepasan los 30 años, que solo conocerán efectos directos, colaterales y derivados de este gran estallido.
12, 13… Te preguntas por el futuro cercano. ¿Quién nos pondrá a salvo de las futuras crisis si no ha cambiado ni lo más mínimo el modelo económico? ¿Dónde están el control y el cambio prometido de funcionamiento? Te interesa saber qué instrumentos tendrán las víctimas para recuperar sus derechos si la política y el sindicalismo, que habían sido sus armas esenciales, naufragan en la niebla, resultado de sus errores pero también de una acometida brutal e interesada de desprestigio.
14, 15… Haces recuento de pérdidas y ganancias. Unas y otras caen del mismo lado. Un empujón brutal ha hecho descender varios peldaños a las ingenuas clases medias que se consideraban el remanso social de cada país. Ha laminado derechos laborales y ha innovado las viejas clases sociales por abajo. Ahora hay pobres sin empleo pero también personas que trabajan pero no pueden ni pagar la luz. Son los working poors, los forzados mini-workers, los precarizados forzosos y los desplazados obligatorios.
16, 17, 18… Cada familia hace su recuento particular y su lista de esperanzas. “Dos parados, una emigrante, dos trabajando a tiempo parcial, tres fijos que cobran menos que hace 10 años…” La escasa luz del final del túnel no alumbra lo suficiente para sacudirse la sensación de estafa, de ruleta rusa, de robo a mano armada perpetrado.
19 y 20… El inicio de 2014 se parece al paisaje de una batalla. Si lo contemplas desde una cima cercana, como el personaje de Guerra y Paz, las brumas del amanecer se confunden con el humo de los cañonazos. Y ninguna de ellas permite ver el rostro de las víctimas, desdibujadas en una estepa infinita.
Fuente: EL PAÍS ANDALUCÍA